1972. Convivencia universitaria (UNIV) del Opus Dei en Roma. José María Escrivá, que morirá un 26 de junio de 1975 (celebramos su fiesta el pasado domingo), les habla a los jóvenes de la defensa de la vida, con tanta energía que, en opinión de uno de los presentes, le vibraba la sotana como si tuviera carga eléctrica. Además, golpea con el pie en el suelo, habla de quienes están "cegando las fuentes de la vida, un pecado gravísimo". Y no sólo eso, advierte que muchos están convirtiendo su "lecho matrimonial en catre de mancebía". Y para que queden las cosa claras, el futuro San Josemaría no duda en aclara que bendice "el lecho matrimonial de mi padre, lo bendigo con las dos manos". 

Me he acordado de ello porque la manifestación del domingo a favor del no nacido y en contra del aborto llega hasta donde puede llegar una manifa. Pero San Chema iba un poco más allá: el aborto es un asesinato pero, además, un asesinato de tu ser más próximo. El aborto es un parricidio que hemos convertido en un derecho. Y eso es como para que se te electrice la sotana. 

Y como soy bueno, no voy a entrar en si la actitud de San Josemaría es la misma que hoy mantiene la Obra sobre la moral matrimonial. En cualquier caso: han pasado 47 años y el enfado de San Josemaría sigue vigente: la culpa del aborto y del desastre familiar en qué vivimos es la banalización del sexo que podríamos definir como la separación entre sexo y amor, hasta el punto del que el mismo romanticismo, un escalafón muy inferior al del amor entre varón y mujer, es objetivo de burla. Pero ahora no somos capaces de darnos cuenta de algo tan obvio porque llevamos 47 años de banalización. La crisis de la familia, y por tanto de la humanidad, nació cuando llegó la píldora y con ella se frivolizaron las relaciones sexuales, que son una cosa muy seria. Bueno, y también llegó el envejecimiento de la población y la quiebra del sistema público de pensiones. Pero esa es otra historia.