Las noticias de lo que está sucediendo en Israel le han servido a Nicolás Maduro de inspiración y ha proclamado por su televisión lo siguiente: “Jesús fue un niño palestino, un joven palestino, crucificado y condenado injustamente por el imperio español y por las oligarquías que dominaban la zona”. Y la que le han montado… Si es que son una panda de tiquismiquis, que si las fechas no concuerdan, que si hace dos mil años no existía Palestina…

La que pasa es que estos melindrosos no están a la última de las tendencias historiográficas, que yo descubrí no hace mucho. Les cuento. En cierta ocasión, tuve que asistir a un compromiso que se resolvió cenando en casa de unos anfitriones que no conocía y ellos a mí tampoco, porque yo solo iba de acompañante de un matrimonio amigo. Y cuando la señora de la casa se enteró de que daba clases de Historia en la Universidad de Alcalá, le faltó tiempo para exclamar:

-“Pues a mi niño le encanta la Historia, es que le ¡En-can-ta!”

Y como lo dijo silabeando, me llamo poderosamente la atención. En primer lugar, porque el niño no era tan niño, ya que tenía 17 años, y como a los de esa edad de mi generación lo que nos encantaba eran otras cosas, más que la Historia, aprovechando que la criatura apareció por el salón, por no sé qué motivo, me sentí obligado a preguntarle:

  • “¿Y porqué te encanta la Historia?”. A lo que sin despeinarse me respondió:

  • “Porque mi profesor de Historia nos ha dicho que en los exámenes tenemos que escribir sin nombres, sin fechas y a nuestra manera”.

Y esta vez estuve prudente y no abrí la boca, porque preferí tener la cena en paz, pero para mis adentros pensaba que esos modos de redactar eran más propios de la novela que de la Historia.

En definitiva, Nicolás Maduro lo que ha hecho ha sido mentir, lo mismo que tantos otros, la diferencia es que su mentira la ha expresado sin nombres, sin fechas y a su manera… Porque en la trola de Nicolás Maduro lo que todos hemos entendido que nos quería decir es que la presencia de los españoles en América fue lo peor de lo peor, ya que no hay nada que supere en maldad a la decisión de crucificar a Jesucristo.

La verdad es que la monarquía católica de la Edad Moderna lo que hizo, con los errores y limitaciones de la humana condición, fue poner la Corona al servicio de Dios en la España de ambos lados del Atlántico

Y eso fue exactamente justo todo lo contrario a lo que los españoles hicimos en América. No, la presencia de España en América no fue contraria a Jesucristo. La verdad es que la monarquía católica de le Edad Moderna lo que hizo, con los errores y limitaciones de la humana condición, fue poner la Corona al servicio de Dios en la España de ambos lados del Atlántico. Y esto es lo que no pueden admitir ni tampoco soportar los que, incapaces de entender el sentido transcendente de la existencia humana, solo conciben nuestras vidas de tejas para abajo y nos someten a la tiranía materialista que se resume en la suprema ley del “comamos y bebamos que mañana moriremos”.

Pocos escritos como los de Santa Teresa lo expresan tan bien y tan claro, tanto que lo entiende todo el mundo. Ella fue la monja andariega que recorrió media España por aquellos caminos del siglo XVI. Por entonces, las jornadas diarias de viaje no excedían de las cinco o seis leguas, unos treinta kilómetros, porque ni las caballerías ni el cuerpo humano aguantaban más. Y como al final de cada día acaba en aquellas posadas, en consonancia con los caminos que recorría, la Santa de Ávila se doctoró en posadas que ella refería a la vida espiritual en los siguientes términos:

“¿Qué será de la pobre alma, que, acabada de salir de tales dolores y trabajos, como son los de la muerte, cae luego en ellas? ¡Qué mal descanso le viene!; ¡qué despedazada irá al infierno!; ¡qué multitud de serpientes de diferentes maneras!; ¡qué temeroso lugar!; ¡qué desventurado hospedaje! Pues para una noche una mala posada se sufre mal, si es persona regalada -que son los que más deben de ir allá-, pues posada de para siempre, para sin fin, ¿qué pensáis sentirá aquella triste alma? Que no queramos regalos, hijas; bien estamos aquí; todo es una noche la mala posada. Alabemos a Dios; esforcémonos a hacer penitencia en esta vida. Mas ¡qué dulce será la muerte de quien de todos sus pecados la tiene hecha y no ha de ir al purgatorio! ¡Cómo desde acá aun podrá ser comience a gozar de la gloria! No verá en sí temor, sino toda paz” (Camino de perfección, capítulo XL).

Y diré algo más, para que nadie me acusé de la “alienación”, de refugiarme cobardemente en el siglo XVI, para no hablar de lo que pasa en la actualidad. El mismo afán que tenía la monarquía del siglo XVI fue el que impulsó a vivir a la inmensa mayoría de la generación de mis padres, cuando el régimen de Franco les propuso lo de “por el imperio hacia Dios”. Porque al igual que la monarquía del siglo XVI, con todos los defectos y limitaciones que se quiera, aquella generación que vivió durante el régimen de Franco se empeñó en construir una saciedad cristiana.

A lo que hemos asistido es a un proceso de descristianización. Porque por lo visto lo que más les ha molestado a los dirigentes del actual sistema no ha sido que el régimen de Franco no permitiera la legalidad de determinados partidos políticos, sino la existencia de una sociedad cristiana

Se lo explico con una vivencia que tuve en mi barrio de Vallecas. Di mis primeros pasos en una casa de una sola planta de la que no tengo recuerdos, aunque sí que hay alguna foto; aquella casa de una sola planta no tenía jardín, pero sí un inmenso espacio a su alrededor en el que con el tiempo trazaron calles y construyeron viviendas. Cuando mis padres prosperaron, nos fuimos a vivir a un piso en un edificio de tres plantas en el número 10 de la calle Albalate del Arzobispo. El piso tenía agua corriente, todo un lujo del que no se podía disfrutar en la casa de una sola planta.

En aquel edificio había unos vecinos que eran muy buenas personas, de los que me llamó la atención que en un funeral se quedaron fuera de la iglesia y entraron al templo solo al final de la ceremonia para dar el pésame a la viuda. Pues hasta estos vecinos nuestros, que no iban a misa ni los domingos, tenían una concepción cristiana de la vida y eran más franquistas que mi padre, que lo era mucho. Esa es la pura verdad de lo que había en la Vallecas que yo viví.

Pues bien, estos vecinos nuestros se ganaban el sueldo en “La Pegaso”, y en su empresa también trabajaban algunas mujeres. Y con este motivo escuché una conversación, en cierta ocasión, en la que uno de ellos hizo el siguiente comentario:

  • “A mi planta ha venido una…, que se ofrece a todo el mundo. Bueno…, a los casados no”.

Pues esa era una sociedad cristiana, en la que hasta las señoras de virtud complaciente saben que hay límites, aunque después la humana debilidad les empuje a saltárselos.

Y tengo para mí que desde la Transición a nuestros días, más que a un proceso de democratización, a lo que hemos asistido es a un proceso de descristianización. Porque por lo visto lo que más les ha molestado a los dirigentes del actual sistema no ha sido que el régimen de Franco no permitiera la legalidad de determinados partidos políticos, sino la existencia de una sociedad cristiana.

Y en esta demolición de la sociedad cristiana heredada del Franquismo han tenido un notable protagonismo los católicos moderaditos, con la aprobación de la jerarquía española y de los dirigentes de las distintas divisas a los que pertenecen. Porque a diferencia de las generaciones de nuestros abuelos y padres a los que les bastaba con ser parroquianos de a pie para ser buenos cristianos, ahora si no se tiene una divisa de los nuevos movimientos y realidades de la Iglesia no eres nadie. Y algún día habrá hacer la historia de la cobardía de los católicos moderaditos en la demolición de la sociedad cristiana, pero escribiéndola con nombres, con fechas y contando toda la verdad.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá