
Les confieso que cada vez que escribo un artículo sobre los mártires españoles, que derramaron su sangre en defensa de su fe, durante la Segunda República (1931-1936) y la Guerra Civil (1936-1939), sus vidas espolean mi conciencia. Y algún lector me ha confesado que a él también le pasa lo mismo, que cuando va leyendo estos artículos de Hispanidad oye en su interior la misma pregunta que yo:
-“¡Javierito!, y tú… ¿Qué estás haciendo?”
Pero como también hay alguno que no se quiere creer lo que digo de que la persecución religiosa en España contra la Iglesia católica, durante los años de 1931 a 1939, ha sido la más importante, por el número de mártires, en sus dos mil años de existencia, hoy vamos a analizar esta cuestión. Porque, en efecto, los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones, martirizaron a muchos más cristianos en España que todos los emperadores romanos juntos en las distintas persecuciones que llevaron a cabo en todo el imperio hasta el siglo IV. Se lo cuento.
Como es sabido, la primera persecución de los emperadores romanos contra los cristianos la desata Nerón (54-68), culpándoles como chivos expiatorios del incendio de Roma, que comenzó el 19 de julio del año 64 y duró cinco días, por lo que quedó devastada gran parte de la ciudad; concretamente se destruyeron por completo cuatro distritos y quedaron muy dañados otros siete del total de los catorce que Roma tenía entonces. Los sucesores de Nerón, aunque no todos y de manera intermitente entre periodos de persecución y de paz, fueron los autores de diversas persecuciones, hasta que el emperador Constantino (312-337) acabó con esta etapa martirial mediante la promulgación del edicto de Milán el año 313.

Arco de Constantino, junto al Coliseo de Roma, donde tantos cristianos fueron martirizados
Desde el nacimiento de la Iglesia hasta el día de hoy, como se puede comprobar en las noticias que nos llegan desde Nigeria, los cristianos han sido perseguidos, de lo que no nos debemos sorprender porque el mismo Jesucristo así lo había advertido: “No es el siervo más que su señor. Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán” (San Juan 15,20). De manera que “el ser perseguidos” en los cristianos es marca de fábrica, de lo que todavía no se han enterado los católicos moderaditos, que para que el mundo y el sistema político les admitan, justifican su incoherente e hipócrita comportamiento con la trampa moral del llamado “mal menor”.
Los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones, martirizaron a muchos más cristianos en España que todos los emperadores romanos juntos en las distintas persecuciones que llevaron a cabo en todo el imperio hasta el siglo IV
Como se dice popularmente, los cristianos aparecieron en el tiempo más inoportuno y en el lugar más inadecuado, justo cuando se diviniza la figura del emperador, a quien ellos naturalmente se negaron a adorar, por lo que fueron acusados de ser ateos y malos ciudadanos. Se me dirá que un principio de la expansión de la Roma imperial fue la tolerancia; y eso es cierto, porque Roma les permitía a los pueblos sometidos practicar sus tradiciones religiosas.
Pero el cristianismo no es como las religiones humanas, que por ser humanas practican algo tan humano y tan poco divino como el mal menor y que, por lo tanto, para subsistir si además de adorar a sus ídolos domésticos hay que incensar a la estatua del emperador, pues parafraseando el refrán español: “Vaya incienso y vengan ollas”. La característica de la religión de Cristo es que, si bien distingue entre lo civil lo religioso –“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”-, su carácter de las exigencias en las relaciones del hombre con Dios es absoluto, y por eso los primeros cristianos prefirieron morir, antes que echar disimuladamente unos granitos de incienso en la estatua del emperador.
Y por eso, los primeros cristianos se jugaron la vida, salvo los lapsi, porque unos, los lapsi sacrificati, ofrecieron un pajarillo pequeño, muy pequeño, como sacrificio en el altar del emperador y otros, los lapsi thurificati, echaron unos granitos de incienso, muy poca cosa… Para que se crean tan modernos los católicos moderaditos de ahora, cuando su cobardía y su incoherencia moral ya tiene dos mil años de antigüedad.
Hay mucha variación en las cifras de los mártires que hubo durante las persecuciones romanas. Los números más bajos que ofrecen algunos historiadores nos dicen que fueron unos dos mil el número de mártires durante todos esos siglos; para otros, la cifra más alta nunca pasa de los cinco mil mártires. Pero lo más importante de todos esos primeros cristianos, que derramaron su sangre en defensa de su fe, es lo que dijo Tertuliano de ellos: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”.
Y así como las semillas que guarda el labrador son la garantía de la continuidad y del crecimiento de su explotación agraria, los mártires han sido el aliento fecundo de la existencia de la Iglesia durante dos mil años. Y por este motivo en el canon de la Santa Misa, que la Iglesia católica ha recitado durante siglos y sigue recitando cuando se celebra la Misa por el novus ordo y no se va por la vía rápida con lo de la “fuente de toda santidad” y se reza el canon romano, y siempre cuando se celebra la Misa por el vetus ordo -a la que asisto siempre que puedo- en dos momentos, antes y después de la consagración, se mencionan a unos mártires de los primeros tiempos. Estos son los nombres de algunos ellos, con la indicación entre paréntesis del emperador que les causó la muerte: Lino (persecución de Nerón), Cleto (persecución de Domiciano), Cornelio (persecución de Galo), Cipriano (persecución de Valeriano), Crisógono (persecución de Diocleciano) Cosme y Damián (persecución de Diocleciano), Ignacio (persecución de Trajano), Marcelino (persecución de Diocleciano), Felicidad y Perpetua (persecución de Septimio Severo) Águeda (persecución de Decio), Lucía (persecución de Diocleciano), Inés (persecución de Diocleciano), Cecilia (persecución de Severo), Anastasia (persecución de Diocleciano)…
Y a propósito de la mención de los mártires en la liturgia de la Santa Misa les contaré una experiencia personal. Hace unos años, durante casi dos meses viajé todos los días de la semana de Madrid a Toledo para consultar una documentación referida a Sor Patrocinio, que se encuentra en el archivo diocesano. Como la catedral está justo enfrente del archivo, entré en sus impresionantes naves para asistir a la Santa Misa antes de ver papeles viejos. Justo a la entrada del templo uno de los canónigos me informó de que en pocos minutos iba a empezar una misa en la capilla mozárabe. Y allí que me metí. Nunca había asistido a una misa celebrada en ese rito -¡Agios, Agios, Agios…!- Y me quedé tan sobrecogido, que ya no falté a esa Misa ni un solo día de todos los que fui al archivo de Toledo.
Uno de los más momentos en los que siempre me emocionaba ese rito mozárabe era el rezo de los “dípticos”, en los que también se mencionan los nombres de los mártires, porque en este caso los mártires además de la Iglesia de Cristo, eran de los nuestros. ¡Eran españoles!: San Acisclo de Córdoba (persecución de Diocleciano), San Fructuso de Tarragona (persecución de Veleriano y Galieno), San Vicente de Huesca (persecución de Diocleciano), los niños Santos Justo y Pastor de Alcalá de Henares (persecución de Diocleciano), Santa Rufina de Sevilla (persecución de Valeriano), Santa Leocadia de Toledo (persecución de Diocleciano), Santa Orosia de Huesca (martirizada en el años 870 por el caudillo musulmán Abén Lupo). Y lo que hasta me hizo sonreír fue que cuando el sacerdote mencionó a Santa Eulalia, dijo en latín: Eulalia, item Eulalia: es decir, “Eulalia y la otra Eulalia”, a saber: Santa Eulalia de Mérida (persecución de Diocleciano) y Santa Eulalia de Barcelona (Persecución de Diocleciano).
De la importancia de la persecución religiosa durante la Guerra Civil española, uno de los autores de referencia de estos hechos como es Antonio Montero Moreno, escribió lo siguiente en el prólogo de su libro hace más de sesenta años: “debemos hacer notar que en toda la Historia Universal de la Iglesia no hay un solo precedente, ni siquiera en las persecuciones romanas, del sacrifico sangriento, en poco más de un semestre, de doce obispos, cuatro mil sacerdotes y más de dos mil religiosos. Se trata de un hecho eclesial de primera magnitud, que sería miope querer reducir a los estrechos límites de la Historia de España”.
Las investigaciones históricas de estos últimos sesenta años nos permiten precisar aún más los datos de Antonio Montero. Durante la Guerra Civil española fueron asesinados 12 obispos, 1 administrador apostólico, 4.184 sacerdotes seculares y seminaristas, 2.365 religiosos y 297 monjas; es decir, el clero fue más que diezmado, porque esas cifras equivalen a uno de cada siete sacerdotes y a uno de cada cinco frailes. Y a estos números habría que añadir los miles de laicos que fueron asesinados por motivos religiosos. Según mis informaciones, solo por motivos religiosos se calcula que fueron asesinadas unas diez mil personas, clérigos y laicos, de las que cuatro mil están en proceso de beatificación. Al día de hoy, ya han sido canonizados entre santos y beatos 2.130 mártires. El próximo 13 de diciembre se celebrará en Jaén la beatificación de 124 mártires, y está ya para aprobarse la beatificación de 80 mártires de Santander y otros 124 de Lérida.
Poco después de concluir la Guerra Civil los obispados y las Órdenes religiosas comenzaron a recoger documentación para iniciar los procesos de beatificación de los mártires. Pero en 1969, el papa Pablo VI, instigado por los obispos españoles, paralizó las beatificaciones, a las que puso dos condiciones: que no se beatificaría a ningún mártir hasta que no pasasen cincuenta años desde que estallase la guerra, es decir hasta 1986, y que además ninguna persona sería beatificada hasta que no hubiera un régimen democrático en España.
A mi entender, estas dos medidas son tan sorprendentes como arbitrarias. Arbitrarias, porque en ningún caso en las beatificaciones de esos años en la Iglesia se había establecido un plazo tan largo. Estaba claro que esas disposiciones se dictaban para que ni Franco ni su régimen pudieran ver las beatificaciones, ya que el general que había defendido a la Iglesia durante la Guerra Civil, cumplido el plazo de los cincuenta años él tendría 94; y además, si lograba superar esa edad, tendría que haber reformado también su régimen político. Las medidas de Pablo VI eran arbitrarias de todo punto, como he dicho, porque yo no veo ninguna relación entre el reconocimiento de que alguien haya sido mártir y lo que pudiera suceder en su país de origen cincuenta años después.
Esta actitud de las autoridades eclesiásticas es lo que explica la denominación oficial que reciben ahora estos santos y beatos de “mártires del siglo XX” o “mártires de la década de los treinta”, para ocultar en la actualidad que en la Guerra Civil el bando de los antepasados políticos de quienes hoy gobiernan en España martirizó a miles de católicos y, por el contrario, el bando de Franco defendió y protegió a la Iglesia católica.
Pero la verdad histórica se rige por el respeto al principio de que las cosas son lo que son. Y, por eso, lo mismo que los mártires de los emperadores romanos fueron semillas para la continuidad y expansión de la Iglesia y por eso se leen sus nombres en la liturgia de la Santa Misa, yo espero que algún día podamos escuchar en la San Misa algunos de los nombres de los mártires que murieron durante la Segunda República y la Guerra Civil españolas, a manos de los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones.
Así que si algún obispo se anima a poner en marcha esta iniciativa, tiene para elegir entre clérigos y laicos; e incluso el reverendo que se atreva a ello puede hacer hasta una lista paritaria, porque además de hombres hay monjas beatificadas, y también han subido a los altares unas cuantas laicas mártires: jóvenes, adultas y ancianas; solteras, casadas y viudas; madres de familia y abuelas; ricas y pobres; universitarias y casi analfabetas… Será por no tener donde elegir entre los 2.130 mártires ya beatificados.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá









