De verdad, que los de la claque de la denominación “mártires del siglo XX” son agotadores… Pues resulta que, según algunos medios “paraclericales”, los 124 mártires, cuya beatificación ha sido aprobada recientemente por el Papa León XIV, murieron en “diversos lugares de España a causa de las circunstancias de la Guerra Civil”.

Pues no, eso no fue así. Los miles de mártires españoles no murieron en diversos lugares al azar, sino que derramaron su sangre en determinados y concretos lugares: fueron asesinados durante la Guerra Civil en la zona controlada por el Frente Popular, porque en el territorio dominado por las tropas franquistas no solo no hubo mártires, sino que se defendió y se protegió a la Iglesia católica, de ahí que tantos sacerdotes, religiosos y laicos, durante la Guerra Civil, cuando pudieron, se pasasen de la zona roja a la zona azul.

Tampoco es cierto que los mártires murieran a causa de las “circunstancias” de la Guerra Civil. Las circunstancias de una guerra, pueden ser de dos tipos: o se trata de los frentes y las trincheras, donde se muere por el fuego del enemigo, o hablamos de lo que algunos llaman daños colaterales, que causan la muerte de la población civil por accidente, como por ejemplo una bala perdida, un bombardeo de una ciudad o el estallido de una mina abandonada… Pero el caso de los 124 mártires de Jaén, igual que el de los miles de católicos que dieron su vida en defensa de su fe, fueron unos asesinatos que perpetraron quienes se habían propuesto arrancar la fe católica de España, a saber: los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones. Esta es la verdad, y lo otro no es necesario decir de qué se trata, porque a estas alturas ya todos sabemos a qué juega cada uno.

En el territorio dominado por las tropas franquistas no solo no hubo mártires, sino que se defendió y se protegió a la Iglesia católica

El domingo pasado me ocupaba de dos mártires de la población de Martos (Jaén), ese artículo, acertadamente, fue titulado con esta frase: “ninguna bestia mata con tanta crueldad”. Pero esas dos mártires no fueron la excepción y en ese mismo partido judicial de Martos, en el pueblo de Torredonjimeno situado a unos veinte kilómetros de la capital de la provincia, asesinaron al sacerdote Bernardo Cruz Pérez con tanta crueldad o más todavía que en los dos casos que relaté el domingo pasado. Veamos lo que sucedió.

Bernardo Cruz Pérez es una de los 124 mártires, cuya beatificación ya ha sido aprobada por el papa León XIV. Había nacido en el seno de una familia sin recursos económicos en 1877; por lo tanto, cuando estalló la Guerra Civil tenía 59 años. Fue ordenado sacerdote en 1901, y antes de ser destinado a la parroquia de San Pedro de Torredonjimeno en 1921, regentó la parroquia de Santiago de Calatrava y fue profesor del seminario de Jaén. Durante su estancia en Torredonjimeno, además de atender la parroquia de San Pedro, fue confesor de los dos conventos que había en esta localidad: el convento de la Piedad de las madres dominicas y el convento de la Victoria de las religiosas de la Compañía de María, que durante la guerra se convirtió en la checa de Torredonjimeno, y fue precisamente en esa checa donde Bernardo Cruz Pérez fue martirizado el 31 de agosto de 1936.

Tampoco es cierto que los mártires murieran a causa de las “circunstancias” de la Guerra Civil

Uno de nuestros mejores estudiosos de la persecución religiosa durante la Guerra Civil, como es Jorge López Teulón, ha puesto de manifiesto el carácter radical de dicha persecución en su libro titulado Inspirados por Satanás, en el que se describe con cientos de fotografías que el “martirio de las cosas sagradas” fue total, por cuanto las iglesias y los conventos ni podían esconderse ni huir de los perseguidores, a diferencia de las personas que pudieron esconderse o acogerse a la protección de familiares y amigos. Y eso es lo que sucedió en Torredonjimeno: todos los edificios sagrados fueron profanados.

Las dos iglesias parroquiales de Torredonjimeno, San Pedro Apóstol y Santa María, fueron profanadas. Todas las imágenes, algunas muy valiosas como el San Francisco de Paula de Pedro Mena (1628-1688) las llevaron al convento de la Victoria, convertido en checa y en Cuartel de las Milicias Rojas, y allí practicaron con ellas el tiro al blanco. La imagen de la Inmaculada Concepción del escultor de Castellón Pascual Amorós (1876-1943) fue arrastrada por las calles. La imagen de la patrona, la Santísima Virgen de la Consolación, esculpida en piedra en siglo X fue destruida a martillazos. Muchas imágenes de madera y los retablos de Santa María del siglo XVI y el de San Pedro del siglo XVII de estilo barroco sirvieron para hacer fuego en las cocinas de los milicianos. Todas las campanas fueron derribadas y hechas pedazos, a excepción de una que se utilizó para avisar a la población de los ataques de la aviación. Las dominicas del convento de la Piedad fueron expulsadas y en la iglesia de ese monasterio se instaló una carpintería. El convento de la Victoria, como ya hemos dicho, se transformó en cuartel de milicias y en una checa. El santuario de la Patrona, la Virgen de la Consolación, que estaba a dos kilómetros del pueblo se convirtió en un polvorín y la iglesia del asilo para ancianos de San José de la Montaña se utilizó como un almacén de Intendencia.

Convento de la Piedad

Convento de la Piedad de Torredonjimeno (Jaén).

Por referirnos solo al martirio de los sacerdotes de Torredonjimeno, hay que señalar que el párroco, Manuel Ureña Abolafia, y el coadjutor de la parroquia de San María, Antonio José Ureña Liébana, los dos fueron martirizados, y los dos están incluidos en la lista de los 124 mártires, cuya beatificación ha aprobado el papa León XIV.

Parroquia Santa María

Parroquia de Santa María de Torredonjimeno (Jaén)

Y también será beatificado el párroco de San Pedro, a quien nos hemos referido desde el principio. Y les advierto que si les impresionó el martirio de las dos mujeres de Martos de las que escribí el domingo pasado, no lean los párrafos que siguen, que describen los últimos momentos de este sacerdote. Esto es lo que pasó, según un documento depositado en la Comisión Diocesana de las Causas de los Santos de Jaén:

“Al dar comienzo a este libro de Memorias yo el secretario del Sr. cura ecónomo, quiero hacer constar que soy persona seglar, de estado casado y feligrés de esta parroquia […]

Merece que haga a constar en estas Memorias, aunque en pocas líneas, describir algo del martirio que sufrió el cura propio Don Bernardo Cruz Pérez que, como ya he dicho anteriormente, por su carácter de hombre viril, tal vez fuera la causa que impulsara a las masas de aquellos revuelos a darle aquel canallesco martirio.

Pocos días fueron relativamente los que sufrió de martirio, ya que fue el primer mártir que dio su vida por Dios y por España; pero según declaraciones facilitadas por aquellos, este se pudiera decir que padeció más, llegando al extremo de ser degollado a manera de la muerte de un cerdo, además de haber estado encerrado en una alacena ya que era hechura de regular estatura, grueso y siempre con un color de cara bastante encendido.

Puesto su cuerpo sobre una mesa y mientras aquellos malvados le degollaban (todos eran hijos del pueblo), su sangre dejábase caer sobre el recipiente de un tinajón, donde una mala mujer la movía constantemente y después colgado que estuvo, fue abierto y descuartizado y no saciándose aquella muchedumbre, lo arrojaron a la cantera que se encuentra detrás del cementerio (no se encontraba tan al descubierto como ahora), encargándose de dar fin a aquel mártir los perros; no encontrándose restos algunos después de la Liberación”.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.