Antes de proseguir contándoles lo de Paracuellos, como les prometí la semana pasada, necesito hacer una aclaración. En el artículo del domingo anterior afirmaba yo que Paracuellos de Jarama había sido el escenario del mayor genocidio de toda la Historia de España. Pero poco después de publicarlo, el mismo domingo por la mañana, recibí un mensaje de una seguidora habitual, de mi buena amiga Mariana, en el que me indicaba que el mayor genocidio de la Historia de España no ha sido lo de Paracuellos, sino que ha sido y sigue siendo el exterminio de los centenares de miles de víctimas inocentes del aborto. Y no puedo menos que darle toda la razón, porque la tiene.

Es más, el aborto no solo ha conseguido convertirse en el primer genocidio de todos los tiempos, en España y en el mundo, sino que además ha tenido la maléfica capacidad de insensibilizar las conciencias hasta tal punto que la sociedad lo ha aceptado como si fuera algo normal, cuando en realidad es la manifestación más grave de la descomposición de nuestra cultura occidental, que durante siglos se ha edificado sobre la defensa de la persona y sus derechos, de los que el primero y principal fue proclamado en aquel grito que San Juan Pablo II lanzó al cielo madrileño, en su primer viaje apostólico a España en 1982: “Nunca se puede justificar la muerte de un inocente”.

Stalin estaba obsesionado con España. Insitía en que los republicanos perderían la guerra si no se eliminaba a los traidores de la retaguardia. O sea, a civiles indefensos

Y ahora, sí: lo prometido. Ya vimos el domingo pasado que el genocidio de Paracuellos no fue una acción de unos incontrolados. Pocos acontecimientos históricos cumplen como este tan fielmente la regla expuesta por el gran historiador que fue don Carlos Corona, que afirmaba que las revoluciones siempre tienen “plan, elaboración y objeto”.

El genocidio de Paracuellos tiene la marca de las purgas de Stalin, que justificó sus crímenes acusando a sus víctimas de traidores. Mi colega, el joven catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá, Antonio Manuel Moral Roncal, ha realizado un magnífico estudio sobre las embajadas en Madrid durante la Guerra Civil, en el que ha puesto de manifiesto la influencia que tuvo en el exterminio de miles de inocentes el embajador ruso Marcel Israelevich Rosemberg. El profesor Moral Roncal, al señalar el gran interés que Moscú tenía sobre España, afirma “que Stalin estaba convencido de que uno de los principales motivos por el que los republicanos podían ser derrotados era la presencia de traidores en su retaguardia. Como en Rusia, el líder soviético exigió tratar a los traidores con determinación”.

El corresponsal del Pravda en Madrid, un sicario de Stalin, cuenta cómo se programó el exterminio de los presos de Madrid

Como señala el estudio citado, Rosemberg llegó a España el 27 de agosto de 1936 con un importante séquito y se instaló en el Palace, el hotel más lujoso de Madrid, donde ocupó tres plantas enteras. De la influencia que el embajador soviético tenía en el Gobierno del Frente Popular puede dar idea que además de los 40 policías españoles que tenía a su servicio, un grupo de milicianos de Artes Blancas, de filiación socialista y comunista, se presentaron voluntarios para dar servicio a Rosemberg y hasta tuvieron sus desencuentros con la policía al disputarse el honor de dar escolta a Rosemberg en sus salidas.

El embajador ruso diariamente visitaba los Ministerios de Gobernación, Guerra, Estado y la Dirección General de Seguridad, además de recibir habitualmente en el Palace a Margarita Nelken, Indalecio Prieto, Largo Caballero y, sobre todo, a Miguel Muñoz, que era el máximo responsable de la Dirección General de Seguridad.

Además del séquito instalado en el Palace, Rosemberg controlaba también al numeroso conjunto de sicarios de Stalin que se habían desplazado a España camuflados como instructores del ejército español o como falsos corresponsales de la prensa soviética. Sin duda, el más importante fue el corresponsal de Pravda Mijaíl Efímovich Koltsov, que contó sus vivencias en un libro titulado Diario de la guerra de España.

Nueve de cada diez afiliados a Renovación Española fueron asesinados

Koltsov se refiere a una importante reunión en la que se decidió el exterminio de los presos de las cárceles de Madrid, celebrada los primeros días de noviembre, antes de que el Gobierno huyera a Valencia. En dicha reunión además de los instructores soviéticos estuvo presente toda la plana mayor de los comunistas, entre ellos La Pasionaria y Santiago Carrillo.

La reunión se celebró en el número 6 de la calle de Serrano. La casa había sido incautada por los comunistas por tener muy buenas condiciones, era grande y tenía entrada de coches. Y además en el primero y segundo piso se encontraba la sede de Acción Popular y en el tercer la de Renovación Española.

La ocupación del edificio supuso que también se hicieron con los ficheros de Renovación Española y de Acción Popular, que fueron entregados a los jefes de las Juventudes Socialista Unificadas. Gracias a esa información fueron localizados y asesinados militantes de esos dos partidos. José Manuel Ezpeleta ha estudiado meticulosamente el caso de Renovación Española y concluye que el 90% de los afiliados de este partido fueron asesinados, independientemente de su profesión o de su condición social.

Tomada la decisión, como expliqué el domingo pasado, se construyó la máquina de exterminio, cuyo máximo responsable fue Santiago Carrillo, Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid. E inmediatamente comenzaron las sacas.

Se sabía en Madrid que los presos que habían sacado de las cárceles no habían sido trasladados a Levante, como decían las autoridades. Por este motivo una delegación del cuerpo diplomático se entrevistó con el general Miaja, presidente de la Junta de Defensa de Madrid, para pedirle garantías sobre el destino de los presos.

Por su parte, el cónsul de Noruega en Madrid, Félix Schlayer, tuvo noticias del trágico destino de los presos, por lo que acompañado de un representante de la Cruz Roja se entrevistó con Santiago Carrillo, que les garantizó a los dos la seguridad de los presos.

Convencido de que Santiago Carrillo no le estaba diciendo la verdad, Félix Schlayer la quiso descubrir por su cuenta. Y esto es lo que hizo, según consta en su declaración después de la Guerra Civil:

“Tras numerosas gestiones consiguió descubrir el enterramiento de gran parte de ellos en el caz de riego de la finca Castillo de Aldovea, junto a Torrejón de Ardoz. Allí supo que en la mañana del día 8 se habrían perpetrado alrededor de 300 asesinatos, usando los verdugos de la máxima crueldad. Los autobuses en que viajaban los presos fueron colocados junto al caz y sus ocupantes eran obligados a bajar de diez en diez y a penetrar por sus propios pies en la zanja, en cuyo momento se abría fuego sobre ellos, y se repetía la macabra faena mientras los demás ocupantes de los autobuses lo presenciaban todo y aguardaban el momento de ser llamados también. Buscando el resto de los cadáveres llegó el declarante a Paracuellos de Jarama. Aquí le fue muy difícil encontrar los enterramientos y solo a fuerza de astucia consiguió descubrirlos, pues el pueblo entero se encontraba juramentado para fingir e ignorar los asesinatos y las propias milicias de Paracuellos montaban una guardia que impedía el acceso a la zona donde se encontraban las zanjas. Le consta al declarante que además de los fusileros comunistas al frente de los cuales iba Ángel Rovero o Rivera había buen número de agentes del cuerpo de policía, los cuales al llegar a las cárceles en busca de las víctimas habían pedido voluntarios para matar. También cerca del cementerio de Barajas fue asesinado y enterrado por aquellos días un grupo de personas de derechas”.

Sin duda que el hermetismo de los vecinos de Paracuellos con el que se encontró Félix Schlayer se explica por el control que los socialistas ejercieron sobre el pueblo, para que sus vecinos participaran en el genocidio y lo encubrieran. El Comité de Paracuellos estaba formado por Eusebio Domínguez Herreros, Felipe Alcantarilla Marcos y Fernando Gonzalo Galdeano, los tres afiliados a la UGT. Y es otro vecino del pueblo, Lázaro Romero Lizana, el que cuenta en su declaración la participación de los vecinos de Paracuellos:

“Tiene conocimiento que en el término llamado Arroyo de San José, al lado de la carretera y a unos trescientos metros del río Jarama, se han verificado en días sucesivos unos cuatro mil fusilamientos; estos fusilamientos tenían lugar al anochecer y eran conducidos los que iban a ser fusilados en autocares y ómnibus hasta el lugar del suceso. En la primera matanza dice sería de unos cuatrocientos. Después de ser fusilados eran enterrados en grandes fosas que todos los vecinos del pueblo hacían por mandato del Comité del mismo. Antes del enterramiento los cadáveres eran objeto de saqueo por sus asesinos, recogiendo los objetos y alhajas y procediendo al reparto a pocos metros de la casa del declarante. Como el declarante tuvo que ir también a la apertura de las citadas fosas, vio una de las veces que con una mula y un rastrillo eran arrastrados los cadáveres hasta el lugar del enterramiento; sabe que la mula con que se verificaba esta operación pertenecía a Alejandro Bayo que era el responsable encargado de la apertura de las citadas fosas cuyas dimensiones aproximadamente eran de veinte metros de longitud, dos de profundidad y unos dos de anchura.

El embajador soviético Israelevich Rosenberg se instaló en el Palace donde ocupó tres plantas enteras

Tiene conocimiento también que en la iglesia del citado pueblo se cometieron grandes desmanes por las Juventudes Socialistas, cuyo presidente era un vecino del mismo apodado ‘el Mañas’, sin que pueda decirnos los detalles de las atrocidades por no estar en el pueblo y que únicamente sabe que la madera de imágenes, altares, etc. Fue repartida entre los socios de dicha Juventud”.

Acababa el artículo del domingo pasado preguntándome de qué se reían Carrillo y Fraga, cuando el exministro de Franco le presentó en sociedad en 1977 en sociedad en el Club siglo XXI. Aquel acto, equivalió a un blanqueo completo del dirigente comunista.

Como consecuencia de la publicación de esa foto, más de un lector me ha aportado pruebas de estos valientes blanqueadores de la derecha. Aquí tienen otra foto en la que también hacen risas juntos Santiago Carrillo y Jaime Mayor Oreja, cuando este como Ministro del Interior le entrega a Carrillo la peluca que le sirvió, según dicen, para entrar disfrazado en España.

Mayor Oreja y Carrillo

La broma de la peluca entre el responsable de los asesinatos de tantos católicos y Jaime Mayor Oreja es muy elocuente en estos tiempos en los que Jaime Mayor Oreja se pasea por España, como modelo de los católicos en la acción pública. Pero no es lo peor su atrevimiento, porque lo grave no es que uno se crea Napoleón, lo verdaderamente grave es que los demás admitan que lo es.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá