El 4 de agosto de 1936 fueron asesinados juntos dos sacerdotes en Los Arroyuelos, en las cercanías del madrileño pueblo de Los Molinos: José Polo García, párroco de Cercedilla, y Alejandro Álvarez Domínguez, capellán del sanatorio antituberculoso de La Fuenfría. En ese lugar hoy se levanta una colonia de viviendas unifamiliares, donde una calle de tierra, sin asfaltar, lleva el nombre de “Don José Polo”. Estos dos sacerdotes mártires sufrieron un tormento atroz, pues fueron rociados con gasolina y quemados vivos. Según un testigo presencial de los hechos, entre los asesinos se encontraba Dolores Ibárruri Gómez, alias La Pasionaria (1895-1989).

Los sacerdotes mártires, José Polo García, párroco de Cercedilla, y Alejandro Álvarez Domínguez, capellán del sanatorio antituberculoso de La Fuenfría, sufrieron un tormento atroz, pues fueron rociados con gasolina y quemados vivos

José Polo García y Alejandro Álvarez Domínguez fueron incluidos en la lista del primer grupo de sacerdotes diocesanos de Madrid a los que el 18 de marzo de 2017 se abrió el proceso diocesano de canonización, conocido como proceso de Cipriano Martínez Gil y 55 compañeros. Dicho proceso diocesano se clausuró un año y medio después, el 1 de diciembre de 2018, y estuvo presidido por el entonces cardenal-arzobispo de Madrid Carlos Osoro Sierra en la Real Colegiata de San Isidro.

Pero por aquello de colgar medallas y exigir responsabilidades hay que dar a cada cual lo que le corresponde, y por esto conviene saber que el máximo responsable de los procesos de los mártires de Madrid es el obispo auxiliar de Madrid Juan Antonio Martínez Camino, para lo que ostenta el título oficial de “encargado del área de la pastoral de la santidad de la archidiócesis”. Por este motivo, monseñor Martínez Camino tuvo un protagonismo destacadísimo en las ceremonias de apertura y de clausura de este proceso de canonización de los mártires, en las que pronunció los discursos centrales en los dos actos. Para divulgar estos hechos, Martínez Camino, con su Introducción, encabeza la sección “Mártires del siglo XX de Madrid” en la página de la archidiócesis de Madrid, donde se publican las biografías de los mártires asesinados durante la Guerra Civil.

Martínez Camino

Intervención de monseñor Juan Antonio Martínez Camino en el acto de clausura del proceso de canonización de Cipriano Martínez Gil y 55 compañeros, el día 1 de diciembre de 2018

Hoy quiero analizar una de las declaraciones de los testigos, referida a la causa de beatificación del sacerdote José Polo García. Por la condición del testigo y las circunstancias de su declaración, no hay duda de que el obispo auxiliar Martínez Camino tiene que conocer dicho testimonio, o al menos tiene la obligación de conocerlo por razón de su cargo, pues esa declaración se hizo previo juramento de decir la verdad y se conserva en el Archivo de la Postulación de la Causa de los Mártires de Madrid. Es más, la causa de José Polo García no es una más de ese grupo de los 55 mártires, pues en la página encabezada por la firma de Martínez Camino se afirma que “el primer paso formal de la Diócesis en un proceso de martirio de un sacerdote diocesano tuvo lugar en 1986, cuando se comenzó la causa de Don José Polo García, párroco de Cercedilla, Siervo de Dios ahora incluido en nuestra Causa de Cipriano Martínez Gil y 55 compañeros”. Y, queridos lectores, se preguntarán, lo mismo que yo, por el motivo por el que una causa que se inicia en 1986 se paraliza durante veinte años y se abre oficialmente en el año 2017… Pero a lo que estamos Remigia, que se nos pasa el arroz.

El testigo que vio cómo La Pasionaria y los fusileros quemaban vivos a los dos sacerdotes se llamaba Manuel Hortal Benito. Cuando esto sucedió era un muchacho de 14 años, hijo del herrero de Los Molinos, Manuel Hortal Espinosa. Este chico de Los Molinos, que estudiaba entonces en el seminario de Madrid y estaba de vacaciones en su casa, acabó ordenándose sacerdote. En 1965 el arzobispo de Madrid Casimiro Morcillo (1904-1971) le encargó la fundación de la parroquia Virgen del Coro, que regentó como párroco hasta su jubilación. Manuel Hortal Benito murió con noventa años el 7 de octubre de 2012. Por lo tanto, cuando hizo su declaración jurada en el proceso de canonización de José Polo García, además de haber sido testigo presencial de los hechos, era entonces sacerdote.

Por otra parte, su declaración contiene tal cantidad de información, por haber vivido los acontecimientos, que no solo retrata a su familia, sino también la realidad de la persecución religiosa en esta zona de la Sierra de Madrid. Por su riqueza en datos, merece la pena leerla para conocer lo que ocurrió en la localidad madrileña de Los Molinos:

“El 19 de julio, en aquel año, cayó en domingo. En el pueblo, como en toda España, se palpaba el ambiente enrarecido, cargado de miedos y angustias ante lo que se venía encima. Muy temprano se presentó en mi casa Irene de Castro García, hermana de nuestro santo cura y mártir también, don Alejandro de Castro García. Venía a buscarme porque era deseo de su hermano que los dos fuéramos a la parroquia a sacar el Santísimo, porque él no se atrevía a celebrar la misa, ni a tocar siquiera las campanas. Los dos fuimos a la parroquia. Abrimos la cancela, entramos, abrimos el Sagrario y ella, con una mantilla que llevaba puesta, cubrió el copón y salimos. Cuando estábamos cerrando la cancela, se acercaron dos milicianos con sus escopetas al hombro y nos dijeron que no volviéramos a entrar más en la iglesia, pues desde el Ayuntamiento dispararían.

(…) abrieron dentro del cementerio una zanja y allí después de desnudarles, los echaron amontonados a la zanja con algunas piedras encima. De hecho, cuando se exhumaron sus cuerpos, pudimos ver que mi padre tenía el cráneo machacado por una piedra

Antes de que comenzase el saqueo de nuestra parroquia, mi padre con el sacristán, Celestino Antón Benito, de 17 años, aprovechando que el cura párroco tenía otra llave, sacaron del templo la custodia, cálices, copones y otros objetos sagrados de valor, y por la noche los llevaron a un pajar nuestro, donde se almacenaba la hierba para nuestras vacas y los ocultaron entre los montones de heno seco. Aquello fue, más adelante, uno de los motivos para que detuvieran a mi padre y al sacristán y los llevarán a la muerte.

Mi padre que conocía toda la sierra desde niño, se ofreció a pasarle por la noche a la zona nacional, pero él no quiso. Me llamó y me mandó con una carta suya al Comité Rojo, que se había instalado en el Hotel de los Barones del Castillo de Chirel, hoy el Hogar Sacerdotal. En la carta al ver que habían sido sacrificados los sacerdotes de los pueblos vecinos, se ofrecía al Comité Rojo, diciéndoles que allí estaba a su disposición para cuando quisieran. Ellos al leerlo me dijeron: ‘Dile al cura que no tenga prisa que ya le llegará su hora’.

Cuando tuvimos que evacuar Los Molinos por los bombardeos, nos trasladamos a Becerril de la Sierra, donde teníamos unos conocidos, pero el párroco y su hermana se quedaron en Los Molinos. Mi padre de noche volvió a Los Molinos y volvió con don Alejandro y su hermana Irene. Sin decirnos nada, los dejó a la entrada del pueblo, en una casa donde vivía un matrimonio conocido de él. Nada les dijo de que don Alejandro era sacerdote. Don Alejandro no salía nunca de la habitación; a su hermana Irene, continuamente le preguntaban sobre la condición y detalles de su hermano. Ella, nerviosa, muchas veces no sabía qué contestar y les dijo que era carpintero. Como para ellos aquello no estaba claro y por miedo a que a ellos les pasara algo, llamaron a mi padre para que aclarara la situación. Mi padre, ante la evidencia, les rogó de rodillas que no fueran a denunciarle, pues él se los llevaría a otra parte. Por la noche mi padre los sacó de allí por los campos y andando los llevó a Moralzarzal.

Cuando llegaron al pueblo, a pleno día, al pasar por la plaza, uno de Los Molinos, que estaba allí evacuado, al reconocer a don Alejandro fue corriendo al Comité Rojo a denunciarle. Al instante llegaron con los fusiles y le llevaron al calabozo. Don Alejandro iba enfermo de neumonía. Mi padre siempre que nos hablaba de cómo se quedó en la cárcel don Alejandro, lloraba recordando la mirada triste con que despidió a mi padre. A los pocos días le sacaron de la cárcel en una camilla unos fusileros, pues seguía enfermo, y se lo llevaron en un coche. No volvimos a saber de él, debieron asesinarle en la carretera que va de Moralzarzal a Villalba”.

La declaración de Manuel Hortal Benito continúa describiendo, minuciosamente, cómo el Comité Rojo de Los Molinos recorrió los pueblos vecinos de Moralzarzal, Becerril de la Sierra y Navacerrada buscando a los que allí estaban escondidos y detuvieron a las diez personas de Los Molinos más vinculadas con la Iglesia, entre ellos a su padre. Y así relata cómo fue el final de estos diez prisioneros:

“En aquellos días no pararon de martirizarlos. Varias veces los llevaron al cementerio, al amanecer, simulando el fusilamiento; otras veces los llevaron a la parroquia, y allí, vestidos con albas y casullas, y con los cálices en las manos, en los cuales se orinaron, intentaron engañarles, como si se tratara de verdaderos sacerdotes.

El día 29 de agosto, en un camión, atados de pies y manos con alambres, fueron llevados a Cercedilla y encerrados en la capilla de la Virgen de las Mercedes, que está en la carretera que sube desde la estación del tren al pueblo.

Los asesinos estaban cerca de las llamas y con ellos una mujer con pañuelo rojo al cuello y pistolas al cinto. Decían que era La Pasionaria. A los sacerdotes les habían abrasado vivos con gasolina

Al amanecer del día 31 de agosto los diez fueron sacados entre dos luces y en el camión, maniatados, los llevaron atravesando el pueblo de Cercedilla, a las afueras, donde estaba el cementerio antiguo -hoy desaparecido porque se hizo nuevo- de allí en la pared frontal, de cara al pueblo de Cercedilla, asesinaron a los diez a tiros. Hasta nosotros llegaron noticias de lo que hablaban los asesinos comentando el suceso. Hablaban de que todos daban vivas a Cristo Rey, de que mi padre se tapó la cara con la chaqueta, de que Ezequiel, uno de los jóvenes, moribundo se incorporó agarrándose a la pared y dando vivas a Cristo Rey, de que abrieron dentro del cementerio una zanja y allí después de desnudarles, los echaron amontonados a la zanja con algunas piedras encima. De hecho, cuando se exhumaron sus cuerpos, pudimos ver que mi padre tenía el cráneo machacado por una piedra. Le reconocimos porque conservaba su gran cabellera, y por ella le reconocimos”.

Y a pesar de la riqueza de la declaración de Manuel Hortal Benito la sección de los mártires de la página de la Archidiócesis de Madrid, de la que es responsable monseñor Martínez Camino, publica unas cosas y omite otras. En el relato del martirio de José Polo García desaparece La Pasionaria de la escena del crimen. Esto es lo que se puede leer en la página de la Archidiócesis de Madrid:

“En agosto de 1936 don José, por aquellos días enfermo, se encontraba apresado junto con otro sacerdote, don Alejandro Álvarez, en el hospital de Cercedilla. El día 4, tres coches de fusileros los condujeron hacia un lugar llamado Los Arroyuelos, donde fueron rociados con gasolina y quemados vivos. Los milicianos al llegar al bar del pueblo, contaron entre risas cómo en el momento de rociarlos con gasolina los sacerdotes se confesaban el uno al otro”.

Por otra parte, en la descripción del martirio del otro sacerdote, Alejandro Álvarez, según la versión de la página de la Archidiócesis de Madrid prologada por monseñor Martínez Camino, además de La Pasionaria, también desparecen los fusileros, y por lo escrito parece como si en el lugar del crimen no había ningún asesino y que la gasolina llovía del cielo. Esto es lo poco que se dice en esa página:

 “El 4 de agosto de 1936 fue conducido, junto con don José Polo, párroco de Cercedilla, a Los Arroyuelos, donde fueron rociados con gasolina y quemados vivos”.

Para comparar los textos, veamos ahora la declaración jurada de Manuel Hortal Benito que se conserva en el Archivo de la Causa de Postulación de la Archidiócesis de Madrid:

“Los chavales del pueblo, y yo con ellos, acudimos corriendo hacia aquel sitio del martirio porque el rumor se había extendido por el pueblo y porque se veía de aquel sitio salir llamas con gran cantidad de humo negro. Cuando llegamos al sitio vimos, de lejos, tres coches de fusileros. Los asesinos estaban cerca de las llamas y con ellos una mujer con pañuelo rojo al cuello y pistolas al cinto. Decían que era La Pasionaria. A los sacerdotes les habían abrasado vivos con gasolina. Después vimos que montaban en los tres coches y bajaban a Los Molinos donde entraron en el bar Zacarías, en el centro del pueblo. Los seguimos hasta el bar. Allí entre risotadas y burlas, contaban el suceso, mientras La Pasionaria con la dulleta [prenda que usaban los eclesiásticos a modo de gabán talar, por encima de la sotana] de don José Polo por los hombros, enseñaba a todos, entre risas, el breviario de don José Polo. Le oímos decir que, mientras se les echaba gasolina, los sacerdotes se estaban confesando el uno con el otro”.

Y la verdad es que de lo dicho en la página de la Archidiócesis de Madrid que avala Martínez Camino al hecho, hay bastante trecho. ¿Por qué harán estas cosas…?

 

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá