“El paisaje de Francia en vísperas de la Revolución Francesa es católico, por encima de los tejados de las aldeas se elevan los campanarios de las iglesias…”. Y tiene toda la razón François Furet (1927-1997), autor de esta frase y uno de los mejores estudiosos de la Revolución Francesa. François Furet, además de un intelectual, fue un activista político ligado al Partido Comunista Francés, organización que abandonó en 1956 cuando contempló la represión de los comunistas rusos contra Hungría.
Lo cierto es que cuando yo leí esta frase de François Furet, siendo estudiante de primero de Universidad, exclamé para mí: “Pues si Furet hubiera atravesado España en un coche…”. Y cuando tantos en España viven ahora de espaldas a Dios, las iglesias de nuestras ciudades y aldeas son la prueba de que durante muchas generaciones en España su vida estuvo orientada por el Evangelio, y por eso levantaron esos templos grandiosos, a pesar de sus escasos recursos técnicos y económicos.
Si el cristianismo en España pudo arraigar en todos los lugares, sin excluir los valles más hondos y las montañas más altas, en buena medida en ese logro han tenido una participación decisiva los párrocos rurales. He recibido muchos mensajes entusiasmados referidos a la vida santa del párroco de Villaverde de Arcayos (León), mi tío Pedro, que conté el domingo pasado. Y a más de uno de mis lectores más jóvenes les he tenido que aclarar que mi ti Pedro no era un raro ejemplar, pues hasta los años sesenta del siglo pasado había muchos párrocos como él en las zonas rurales.
Son muchas las cosas que podía escribir, pero me limitaré a contar solo una de la que fui testigo. Cada cierto tiempo venían a casa de mi tío Pedro los párrocos de los alrededores de Villaverde de Arcayos, los sacerdotes de los pueblos de Almanza, Calaveras, Castromudarra, Valdavida y Villamartín de don Sancho. Pasaban una tarde juntos y antes de despedirse iban a la iglesia y se sentaban en el confesonario, para facilitar a los de pueblo el poder confesarse con otro sacerdote que no fuera mi tío. Y esto lo sé, porque yo aprovechaba esa ocasión. Pero lo que mejor recuerdo de aquellas tardes fue verlos confesarse entre ellos, poniendo en valor que el mejor predicador es “fray ejemplo”. Y lógicamente esas reuniones sacerdotales iban rotando por los distintos pueblos.
Cada cierto tiempo venían a casa de mi tío Pedro los párrocos de Almanza, Calaveras, Castromudarra, Valdavida y Villamartín de don Sancho. Pasaban una tarde juntos y antes de despedirse iban a la iglesia y se sentaban en el confesonario, para facilitar a los de pueblo el poder confesarse con otro sacerdote que no fuera mi tío. Pero lo que mejor recuerdo de aquellas tardes fue verlos confesarse entre ellos
Se equivocaría quien piense que eso fue así solo en la España de Franco. Uno de las mejores descripciones que yo he leído de lo que es un párroco la escribió Pascual Madoz (1805-1870) en el periódico El Catalán en 1834. Esto es lo que decía:
“Existe en cada parroquia un hombre que no pertenece a ninguna familia y que depende de la de todos; a quien se llama como testigo, se busca como consejero, y se nombra como agente en todos los actos solemnes de la vida; sin cuyo auxilio no se puede nacer ni morir, tomada esta expresión en su sentido lato; que recibe al hombre desde el seno de la madre y no le abandona hasta el de la tierra; que bendice la cuna, santifica el tálamo nupcial, ruega en el lecho de la muerte y consagra la tumba; un hombre a quien los niños se acostumbran a amar, venerar y temer; a quien todos llaman padre y a cuyas plantas los cristianos divulgan sus más ocultos pensamientos, confían sus penas y trabajos y derraman sus lágrimas y miserias; un hombre que es el consuelo de todas las tribulaciones del alma y del cuerpo, el moderador entre el opulento y el miserable; un hombre a cuya puerta llaman de continuo la pobreza y la abundancia; el rico para hacer la limosna secreta, y el pobre para recibirla sin ruborizarse; que no ocupa ningún rango social y que pertenece a todas las clases; a las inferiores por su vida humilde, pobre y retirada, y a las superiores y elevadas por la educación, sabiduría y ciencia que en él deben suponerse, y por la grandeza de los sentimientos de una religión enteramente filantrópica, benéfica y sacrosanta; un hombre cuya palabra baja desde el cielo sobre el entendimiento y el corazón con la autoridad de la misión divina y el imperio de la fe en nombre de la que habla…, este hombre finalmente es el cura párroco”.
No me extraña que alguien se sorprenda al leer este texto, pues Pascual Madoz, promotor de la desamortización de 1855 como ministro de Hacienda, fue uno de los políticos más sectarios del partido progresista. Tantos elogios a los párrocos no se debían a su espíritu religioso, sino a una razón de lo más reaccionaria, a juzgar por lo que dijo en Congreso de los Diputados, pocos años después: “interés tenemos todos en que el pueblo no pierda el freno de la religión ¿Qué sería de este país, señores, si llegamos a perder el freno de la religión sin haberle sustituido por el freno de la educación…?”. Ahora bien, si con una visión tan borrosa de la religión como la de Madoz se puede llegar a descubrir la grandeza de los párrocos… ¿Qué no podría escribir quien tuviera limpia la mirada…?
Sin duda que al día de hoy párrocos rurales como mi tío Pedro quedan muy pocos, pero gracias a Dios la especie todavía no se ha extinguido y yo he tenido la dicha de contar con la ayuda de tres de ellos durante estas vacaciones de verano. Se lo cuento. Tengo una casa en plena Alcarria, situada entre los pueblos de Pareja, Alcocer y Sacedón, que cuentan con un trío de ases en sus respectivas parroquias, que mantienen la vida de piedad popular de las buenas gentes que allí viven y la de los que estamos de paso en los fines de semana y en el verano.
En su día les describí la grandiosidad de la iglesia centenaria de Alcocer, que es conocida como la “catedral de la Alcarria”, y que solo para contemplarla merece la pena desplazarse hasta este pueblo. Antes de entrar en esta iglesia es imposible no detenerse ante la belleza de su puerta románica. Yo solía llegar siempre un poco antes de que comenzase la misa, y siempre me encontraba a su párroco rezando en el primer banco. Una vez dentro del templo, uno se siente arropado por la oración de todos los cristianos que durante tantos siglos rezaron bajo las bóvedas de sus tres naves; a este fenómeno mi catecismo de la Primera Comunión le llamaba "comunión de los santos". Y todo esto es posible porque en esa iglesia, que tendría que estar cerrada por falta de sacerdote, cada día se sigue celebrando el Santo Sacrifico de la misa, gracias a su párroco, el padre Cyprien, procedente de... ¡Ruanda!
La parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Pareja es del siglo XVI. En otro artículo ya me ocupé de ella y le di el título de catedral. En dicho artículo conté las barbaridades que hicieron en ese templo los socialistas y los comunistas, y publiqué unas fotos de antes y después de la Guerra Civil que dan idea de la maravilla que fue y en lo que ha quedado. Y respecto al párroco de Pareja, vuelvo de vacaciones con una gran pena. El párroco de Pareja, Javier, es el más joven de los tres y además de esa parroquia atiende también otros pueblos, como los otros dos sacerdotes. Tiene un don especial para la catequesis con los niños. Y en los quince años que le he tratado nunca le he visto ni enfadado, ni agobiado y siempre se me ha presentado servicial para lo que le pedido. Pero a causa de una enfermedad, que le obliga recibir asistencia en el Hospital de Guadalajara varios días a la semana, tiene que abandonar el pueblo de Pareja para residir permanentemente en la capital de la provincia. Todos los feligreses, y yo desde luego, le vamos a echar mucho de menos.
Y por último, el párroco de Sacedón se llama Sergio. Siempre está sentado en el confesionario antes de empezar la Santa Misa. Quien asista a misa en este pueblo se quedará sorprendido por la piedad de sus gentes. Supongo que como a mí, a más de uno de mis lectores nos enseñaron de niños que como signo de adoración, tras la consagración, dijéramos en nuestro interior las palabras “Señor mío y Dios mío”. Pues sucede que en la elevación de la Sagrada Hostia y del cáliz, las gentes de Sacedón dicen todas en voz alta: “Señor Jesús, Tú te entregaste por nosotros”.

Salida de la novena del templo de la Santa Cara de Dios de Sacedón.
Este acto de adoración de Dios, pero de Dios Redentor, sin duda que está ligado a la centenaria devoción de las gentes de Sacedón por la Santa Cara de Dios, que se representa en plena pasión y coronada de espinas. Uno de los días asistí a la Novena de la Santa Cara de Dios… Me gustó tanto, que en lugar de contárselo con mis palabras les copio el texto que explica dicha devoción, texto que fue escrito en 1929:
“La milagrosa aparición es como sigue: En la villa de Sacedón, que siempre se ha distinguido por su carácter hospitalario, había una humilde casita, que llevaba el nombre de hospitalillo, porque servía de refugio a los pobres que pidiendo limosna acudían a dicho pueblo. El 29 de agosto de 1689, entre los varios pobres allí recogidos se encontraba un catalán llamado Juan de Dios, acompañado de una joven; esta huyó de aquel lugar en un descuido de su acompañante, y cuando él se dio cuenta de la desaparición de aquella, promovió un altercado con los demás mendigos allí recogidos, creyendo que alguno de estos se la había quitado; ebrio de rabia y celos al encontrarse burlado y sin la compañera que había elegido para satisfacer sus torpes deseos, levanta su puñal y al mismo tiempo del clavarlo en la pared de dicho hospital vomita esta horrorosa blasfemia: ‘Voto a la Cara de Dios que si los cogiera los mataba’.
Al arrancar el puñal de la pared levantó un pequeño cascarón de yeso; a la mañana siguiente alguien pudo observar como una mancha oscura en el agujero que hizo el puñal, y guiados por la curiosidad, descascarillaron con los dedos un buen trozo de pared, quedando sorprendidos al contemplar en aquella mancha, que apareció al principio, la misma Cara de Dios con la señal del puñal sobre su sien derecha.
Esta Santa Cara presenta un colorido especial, pues da la sensación de una encarnación admirable y como si estuviera bañada en sangre aún viva; según testimonios de virtuosísimos sacerdotes, son varias las veces que se ha cubierto de sangre en forma de sudor mientras celebraban la Santa Misa en el altar donde se venera.
Habiendo observado en cierta ocasión que aquella coloración tan admirable aparecía un tanto borrosa y confusa, trataron de limpiarla con un purificador quedando este completamente empapado en sangre; se asegura consérvase este purificador por el excelentísimo señor Duque del Infantado.
Actualmente se venera este Santísimo Rostro en un hermoso artístico templo levantado en su honor a costa de innumerables sacrificios de los vecinos de Sacedón, quienes desde el momento de dicha aparición milagrosa, olvidan todas las intrigas, todas los enemistades, odios y rencores para cogerse de la mano todos, sin distinción alguna, y caer de rodillas ante aquel Rostro admirable que viene a devolver la paz a los habitantes de Sacedón”.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá












