“A mi partido le sigo hasta en sus extravíos”. Estas palabras, pronunciadas por Pascual Madoz (1805-1870) en 1865, fueron las que me vinieron al recuerdo hace unos días, cuando veía las imágenes del comité federal del PSOE, puesto en pie, aplaudiendo el anuncio de Pedro Sánchez de conceder una amnistía no en beneficio propio, para poder seguir en el palacio de La Moncloa, sino por el bien de España, según su torticera manifestación.

Ciertamente que esas imágenes que vi por televisión me golpearon dos veces, arriba y abajo, en la cabeza y en el estómago. Pero vayamos primero a describir el puñetazo en la cabeza, en el recuerdo histórico, porque los golpes más bajos, los que fueron contra el estómago, me los propinaron, además del comité federal del PSOE, otros agresores de signo político distinto, a los que me quiero referir también en este artículo.

La sumisión de Pascual Madoz a su partido, a pesar de sus extravíos, tiene sus antecedentes dos años antes de que él pronunciara la frase que he citado al principio. Lo del bipartidismo en España no es nada nuevo: hoy por ti y mañana por mí; hoy partido moderado y mañana partido progresista durante el reinado de Isabel II (1833-1868); a continuación, de Cánovas a Sagasta y de Sagasta Cánovas durante el período de la Restauración; y ahora nosotros estamos sometidos a lo de si no quieres caldo PP, aquí tienes dos tazas de PSOE.

Pascual Madoz: “Llevo 45 años de servicios prestados a la causa de la libertad; he hecho por ella cuantos sacrificios se pueden hacer, y estoy dispuesto para que triunfe el partido progresista a hacer mucho más, hasta el de mi vida. Bien sabe el general Prim que la he comprometido no hace muchos meses…”

Pero veamos qué dice la Historia, que es maestra de la vida. Pues sucedió que el 20 de agosto de 1863, Florencio Rodríguez Vaamonde (1807-1886), ministro de la Gobernación, dispuso que las reuniones electorales estuvieran presididas por una autoridad gubernativa, con la potestad de disolver la asamblea, si lo creía oportuno. Y el partido progresista se plantó, y dijo aquello de “hasta ahí podíamos llegar”.

Aunque lo cierto es que su escándalo era un tanto farisaico, porque aquella disposición era una más de las sempiternas trampas electorales que los partidos del reinado de Isabel II practicaban por entonces, y por supuesto la trampa de Florencio Rodríguez Vaamonde era del mismo calibre de las que hacía el partido progresista cuando estaba en el poder. Pero como unas veces unos y otras veces los otros todos tocaban poder, entre pillos andaba el juego.

Si embargo, esta decisión de Florencio Rodríguez Vaamonde encocoró hasta tal punto al partido progresista, que sus dirigentes decidieron no concurrir en adelante a ninguna elección, situación a la que se refieren los libros de Historia como “el retraimiento electoral del partido progresista”. Y para que se notara lo dialogantes y demócratas que eran dichos dirigentes, convocaron una asamblea en el Circo Price, para que las bases del partido progresista les dieran la razón, que en esto consiste la democracia interna de los partidos políticos, según sentencia conocida por todos: “el que se mueve no sale en la foto”.

La asamblea del partido progresista para someter a votación el retraimiento electoral se celebró el 29 de octubre de 1865 en el primitivo Circo Price, situado entonces en el actual Paseo de Recoletos de Madrid. Y como aquel recinto era el apropiado para el espectáculo del “más difícil todavía”, allí fueron muy pocos los que se atrevieron a manifestarse en contra de lo que proponían sus dirigentes, esgrimiendo este lógico argumento: si el partido renuncia a participar en las elecciones ya no le queda otra que arrojarse a la revolución para llegar al poder. Y entre los poquísimos que eran contrarios al retraimiento electoral se encontraba Pascual Madoz, que empezó su intervención con estas palabras:

“Llevo 45 años de servicios prestados a la causa de la libertad; he hecho por ella cuantos sacrificios se pueden hacer, y estoy dispuesto para que triunfe el partido progresista a hacer mucho más, hasta el de mi vida. Bien sabe el general Prim que la he comprometido no hace muchos meses…”.

Y en llegando a este punto, como todos los allí presentes sabían que Pascual Madoz era contrario al retraimiento y que se iba a pronunciar en este sentido, se organizó tal alboroto contra el disidente, que cuando se pudo hacer escuchar, prosiguió Pascual Madoz en estos términos:

“Si en cambio de esos sacrificios no me queréis oír, declararía que se habla mucho de libertad y que se practica muy poco. ¡Oídme pues hasta el fin!”.

Ni por esas… Los abucheos y los gritos aumentaron de tono y cuando se hizo el silencio…, Pascual Madoz se marcó un García-Page:

“Y téngase presente que si voy a las Cortes otros muchos irán: pero no iré, no tengáis cuidado. A mi partido le sigo hasta en sus extravíos”.

Algún día habrá que contar esa desconocida y repugnante historia del desembarco de Fernando Giménez Barriconal en Trece TV, porque de los católicos moderaditos, Fernando Giménez Barriocanal es el prototipo

Pero, como ya he dicho, el sumiso y ovejuno aplauso del comité federal del PSOE puesto en pie, al escuchar la propuesta de Pedro Sánchez, del golpe que me dio también en el estómago me provocó la primera de toda una serie de arcadas, porque el quehacer político en España está instalado en un permanente aplauso sumiso y ovejuno de militantes y votantes que provoca náuseas. Así en plural, porque la primera arcada de ese día me la provocaron los aplaudidores allí reunidos en la sede del PSOE, pero hubo más. No, no son solo los socialistas los que nos meten sus dedazos en nuestra boca para excitarnos el vómito.

Los opositores políticos al PSOE también siguen a su partido hasta en sus extravíos, y por este motivo a la primera arcada me sobrevino una segunda, cuando recordé el paso por el Tribunal Constitucional de Andrés Ollero, que tan cobardemente guardó en un cajón durante once años el recurso contra el aborto, presentado por el partido al que él mismo pertenece, y al que por servirle hasta en sus extravíos le ha permitido adornarse con unos cuantos perejiles académicos y políticos, que por el paso del tiempo ya los exhibe marchitados.

Y después de la segunda, la tercera, al ver un mensaje en mi teléfono que anunciaba la protesta de Jaime Mayor Oreja, porque Pedro Sánchez está aliado con los comunistas. ¡Qué asco, pero qué asco! La náusea me invadió de nuevo, cuando recordé la foto que tan sonriente se hizo Jaime Mayor Oreja siendo ministro del Interior, con Santiago Carrillo, el responsable de lo que sucedió en Paracuellos. Jaime Mayor Oreja en lugar de pedir perdón por todas sus incoherencias durante su larga carrera política y quedarse calladito en su casa, se ha montado últimamente un chiringuito con pretensiones de iluminar nuestros descarriados pasos, porque una de las características de los católicos moderaditos es la pérdida de la vergüenza.

Apagué el teléfono, y en mi huida de la primera cadena de TVE, cuando cambié de canal, caí en Trece TV, lo que me faltaba… Vino a mi memoria entonces el origen de esa televisión que pusieron en marcha un grupo de católicos ejemplares para defender los valores innegociables proclamados por Benedicto XVI (2005-2013), en sintonía con la doctrina social de la Iglesia, una orientación inicial muy diferente a la impuesta por Fernando Giménez Barriocanal cuando, en nombre de la Conferencia Episcopal de España, se hizo con el control de Trece TV para ponerla al servicio del Partido Popular y eso me provocó un malestar indescriptible. Algún día habrá que contar esa desconocida y repugnante historia del desembarco de Fernando Giménez Barriocanal en Trece TV, porque de los católicos moderaditos, Fernando Giménez Barriocanal es el prototipo.

No, España no está rota; mucho peor, está descompuesta porque la gravedad de nuestra situación no es que los Pedro Sánchez, los Andrés Ollero, los Jaime Mayor Oreja, los Fernando Giménez Barriocanal y todos los de su camada se crean que son Napoleón, lo verdaderamente grave es que los demás admitan que semejantes personajes son el general victorioso y el emperador de los franceses.

Quienes con su consentimiento y su voto han contribuido, por aquello del mal menor, a legitimar lo ilegítimo han acabado convirtiendo a España en un patio de Monipodio, a lo que en gran medida ha contribuido la moral del mal menor impuesta por los católicos moderaditos. Convertida así la vida pública de España en un mercado persa, en el que todo se compra y se vende, ya no queda nadie que tenga autoridad moral para que con su vida ejemplar trace los límites de lo que no se puede hacer. Por eso, el triunfo en este patio de Monipodio no está reservado para los mejores, sino para el más pícaro de todos. Y así se explica que el que haya triunfado y mucho me temo que va seguir triunfando durante una temporada haya sido Pedro Sánchez, porque de entre los pícaros él es el más desvergonzado de todos.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá