La solemnidad de la Asunción de la Virgen del pasado 15 de agosto puede dejar en el olvido que ese mismo día se recuerda a la beata Elvira Moragas Cantarero, carmelita descalza, que adoptó el nombre de María Sagrario de San Luis Gonzaga en religión. Pues bien, en fecha tan señalada de la festividad de la Virgen de 1936 esta mujer excepcional murió mártir en Madrid, agregándose a la larga lista de la mayor persecución que ha sufrido la Iglesia católica durante toda su historia, cuyo récord en justicia y por respeto a la verdad histórica hay que adjudicárselo a los socialistas, a los comunistas y a los anarquistas, alentados por los masones, porque los mártires de la Segunda República y de la Guerra Civil españolas no fueron ni mártires del siglo XX ni mártires de la década de los años treinta, como les llama la denominación eclesiástica oficial. Lo que no deja de ser una torpe manipulación histórica, para no molestar a los herederos políticos de los asesinos, que hoy gobiernan en España.
Pero a lo que estamos Remigia, que se nos pasa el arroz. Elvira Moragas Cantarero tomó el hábito de las hijas de Santa Teresa en 1915 con una edad madura, cuando ya tenía 34 años, pues había nacido el 8 de enero de 1881 en Lillo, provincia de Toledo.
Ingresó en el convento de las carmelitas descalzas de Santa Ana y San José de Madrid, que ella conocía de sobra, porque lo había visitado en repetidas ocasiones. Este monasterio gozaba de una importante tradición en la orden carmelitana, pues el mismo San Juan de la Cruz (1541-1591) asistió a su fundación en 1586. Desde entonces, esta comunidad religiosa trasladó su convento a distintos puntos de Madrid. Concretamente, cuando profesó nuestra protagonista estaba situado en la entonces calle Torrijos de Madrid, que hoy se llama Conde de Peñalver. Y ahí estuvieron las carmelitas hasta el año 1959, hasta que se trasladaron a la calle del General Aranaz, donde residen en la actualidad.
Ingresó en el convento de las carmelitas descalzas de Santa Ana y San José de Madrid, que ella conocía de sobra, porque lo había visitado en repetidas ocasiones. Este monasterio gozaba de una importante tradición en la orden carmelitana, pues el mismo San Juan de la Cruz (1541-1591) asistió a su fundación en 1586
Como decía, Elvira Moragas Cantarero fue una mujer excepcional, que desmiente todos los tópicos que utilizan los enemigos de la Iglesia para caracterizar a las religiosas: unas mujeres tontitas, que se consuelan con la religión y que como no tienen con quien casarse ni quien las mantenga, se refugian en un convento. Porque las listas, las preparadas y las bravas son las mujeres socialistas y las comunistas, las mujeres católicas para ellos son tontas y si se meten a monjas “retontas”.
Pues no, no son las cosas así, ni mucho menos lo fue Elvira Moragas Cantarero, ni tonta, ni pobre y con varios pretendientes. Además de mártir y elevada a los altares, ha pasado a la historia por ser una pionera en la Universidad española, cuando a principios del siglo XX la presencia de la mujer en las aulas universitarias era prácticamente inexistente.
De ella se ha escrito que fue la primera mujer licenciada en Farmacia en España, aunque según mis datos esta afirmación no es del todo correcta; es de las primeras, pero no es la primera. Otras nueve mujeres en toda España, antes que ella, obtuvieron esta licenciatura; y de estas nueve, tres lo hicieron en la Universidad Central de Madrid, que así se llamaba entonces la actual Universidad Complutense de Madrid, donde ella estudió. Lo que sí es cierto, y no es poco mérito, es que Elvira Moragas Cantarero fue la primera mujer colegiada en el Colegio de Farmacéuticos de Madrid, donde se inscribió en 1918.
Esta carmelita mártir, ya beatificada, pertenecía a una saga de farmacéuticos reconocidos en España. Su abuelo, Severiano Moragas Gento, ya ejerció esta profesión, al igual que su padre, Ricardo Moragas Urcelay, que se licenció en Farmacia en 1875 y obtuvo el grado de doctor en la Universidad de Madrid el 11 de junio de 1889, con una tesis titulada Estudio químico farmacológico del gelsemio. Cuando ella tenía tres años, en 1884, su familia se trasladó de Lillo al Real Sitio del Pardo en Madrid, pues su padre fue nombrado proveedor de la Real Casa. Más tarde, su padre instaló su farmacia en el número 74 de la calle de Bravo Murillo de Madrid.

Ella recibió la primera formación en el colegio de San Fernando de Cuatro Caminos de Madrid, que regentaban las madres Mercedarias. Tras esta etapa, cursó primero de Bachillerato en el Instituto de Enseñanza Media San Isidro de Madrid, de donde pasó al año siguiente al Instituto Cardenal Cisneros, donde obtuvo el título de bachiller el 29 de mayo de 1900.
El mismo año que obtuvo el título de bachiller, aprobó el cursó preparatorio, que le permitió matricularse en la Facultad de Farmacia, donde entonces los usos y costumbres no eran las de ahora. Cuando todavía la Universidad no estaba masificada, en su curso había ochenta matriculados, todos ellos varones. Su padre la llevaba todos los días a la Facultad, donde a la entrada la recogía el bedel, que la acompañaba hasta el aula, pero entrando por el laboratorio del profesor y la sentaba en el estrado, sin mezclarse con el resto de sus compañeros. Al final de las clases, el protocolo era el mismo, pero a la inversa, hasta la puerta de la Facultad, donde le esperaba su padre.
A principio de cada curso, Elvira debía solicitar a todos sus profesores una autorización de asistencia a clase, de cuyas respuestas estos son un par de documentos de los archivos que se han conservado:
“El catedrático de Higiene que suscribe responde del orden y disciplina en su cátedra, contando con la asistencia de la señorita doña Elvira Moragas. Madrid 21 de octubre de 1902. Félix Guzmán.
El que suscribe, cree que puede la alumna a que se refiere esta instancia asistir a clase sin que perturbe en lo más mínimo el orden en la misma. Madrid, 22 de septiembre de 1903. El catedrático de Farmacia práctica. Joaquín Olmedilla”.
Tras el 18 de julio de 1936, tuvo oportunidades de huir, pero no quiso apartarse del cuidado de sus monjas que estaban escondidas en distintos lugares de Madrid. Tras ser descubierta por una denuncia de una de las criadas de la familia que la escondía, fue llevada a la temida checa de Marqués Riscal, que habían establecido las milicias del Círculo Socialista del Sur
Elvira obtuvo el título de licenciada en Farmacia el 16 de junio de 1905, y desde entonces trabajó con su padre en su farmacia, hasta el fallecimiento de este en 1909. A partir de aquel momento, fue ella la que regentó dicho establecimiento farmacéutico, pasando a ser propietaria y titular. El 31 de marzo de 1911, el Ayuntamiento de Madrid la nombró “farmacéutica municipal encargada del despacho de medicamentos de la Sección 4 del Distrito de la Universidad”, nombramiento que ya había tenido su padre.
Así las cosas, Elvira se convirtió en un buen partido, por lo que tuvo varios pretendientes y con alguno de ellos llegó a ser novia, e incluso en un caso hubo ceremonia de pedida, aunque poco después se frustró el matrimonio.
A la vez comenzaba a sentir los primeros síntomas de su vocación religiosa, lo que trató con su director espiritual, que era su párroco de la iglesia de San Marcos, Lope Ballesteros. Pero tras la muerte de este sacerdote, comenzó a dirigirse con un jesuita, que ya en vida tenía fama de santidad, como era San José María Rubio (1864-1929). De manera, que muerta también su madre y traspasada la titularidad de la farmacia a su hermano menor, Ricardo, que cursó la misma carrera que ella, el 21 de junio de 1915 ingresó en el convento de las carmelitas, como hemos dicho.
Profesó el 21 de diciembre de 1916, y tres años después, como establecía la regla de las carmelitas, hizo la profesión solemne el 6 de enero de 1920. Cuando en enero de 1927 falleció la priora de su Carmelo, fue elegida priora, cargo en el que permaneció los tres años establecidos, pero al no ser reelegida pasó a desempeñar el oficio de tornera. Sin embargo, el 1 de enero de 1936, en vísperas de que estallara la Guerra Civil, fue elegida priora de nuevo.
Tras el 18 de julio de 1936, tuvo oportunidades de huir, pero no quiso apartarse del cuidado de sus monjas que estaban escondidas en distintos lugares de Madrid. Tras ser descubierta por una denuncia de una de las criadas de la familia que la escondía, fue llevada a la temida checa de Marqués Riscal, que habían establecido las milicias del Círculo Socialista del Sur, que era conocida como una de las antesalas de los asesinatos. Antes de quitarla la vida, los socialistas pretendieron quitarle también todos los bienes a la comunidad de las carmelitas. La priora se negó a decirles dónde estaban depositados los bienes de la comunidad y dónde había escondido los vasos sagrados. Aquello fue más que suficiente para que la codicia y el odio a la religión de los socialistas firmaran su condena. La madre María Sagrario de San Luis Gonzaga fue asesinada a las 11 de la noche del 15 de agosto en la Pradera de San Isidro de Madrid. El papa San Juan Pablo II la beatificó en la plaza de San Pedro el 10 de mayo de 1988.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá










