Marta Pérez-Escolar era un perfecta desconocida hasta hace unos días, pero la semana pasada ha dado un salto a la fama al escribir en un periódico de Andalucía que “uno de los motivos por los que una mujer podría querer interrumpir su embarazo es porque no quiere ser madre. No todas las mujeres sueñan con ser madres o no están preparadas para serlo, porque prefieren prosperar en su futuro laboral o quieren seguir disfrutando de su vida tal y como la conocen. No es egoísta, de hecho, es una decisión honesta y responsable y aceptar esta realidad es, de nuevo, un ejercicio de respeto a la libertad individual de la mujer”.

Sin embargo, el motivo por el que se ha dado a conocer no es porque haya soltado semejante melonada para justificar el aborto, sino porque Marta Pérez-Escolar es profesora de Opinión pública en la Universidad Loyola, de los jesuitas de Sevilla, una Universidad privada donde los profesores llegan a serlo no mediante una oposición como en la Universidad pública, sino por el señalamiento del dedo providente de quienes regentan esas instituciones.

Y si la docente de una Universidad católica escribe eso en un periódico, habría que escuchar lo que les cuenta a sus alumnos en las clases, porque con casi toda seguridad que no les explica la encíclica Humanae vitae, ya que del nivel de su texto que he reproducido al principio se deduce que, por muy profesora que la hayan nombrado los dueños de una Universidad católica, Marta Pérez-Escolar no sabe ni lo que significa la palabra encíclica.

Hace unas semanas, me refería yo en un artículo anterior a la incoherencia de esas Universidades privadas de instituciones religiosas que abandonan el cultivo de la enseñanza católica. Y a las pruebas me remito. Y mucho me temo que si se hiciera un estudio de lo que se enseña en las universidades católicas y, no digamos nada, en esos colegios de enseñanza media que tienen concertada una subvención, justificada porque dicen tener un ideario católico, podríamos comprobar que un número nada despreciable de estas instituciones no tienen de católicas nada más que el nombre.

La fe de los primeros cristianos cambió las leyes y la vida política de su tiempo

En las antípodas de Marta Pérez-Escolar se encuentra otra mujer, a la que he conocido en Roma hace un par de semanas. Como uno de los días de mi estancia en la Ciudad Eterna era fiesta nacional en Italia y estaban cerrados los archivos, me fui a visitar las Catacumbas de San Calixto, donde me encontré ante la lápida de una ilustrísima señora, llamada Petronia Ausencia.

La difunta que en aquel nicho depositaron pertenecía a la noble familia de los Petronios. La inscripción de su lápida en la galería Q1 de las catacumbas de San Calixto es toda una lección de cómo nos debemos comportar en este mundo quienes tenemos la fe de Jesucristo, y en esto los primeros cristianos, como Petronia Ausencia, son auténticos maestros. En su lápida están inscritas estas palabras: PETRONIAE AUXENTIAE. C[larisimae] F[eminae]. QUAE VIXIT ANNIS XXX LIBERTI FEC[erunt]. BENE MERENTI IN PACE. (A Petronia Ausencia, ilustrísima señora, que vivió 30 años, los libertos hicieron (el sepulcro). Descanse en paz).

La inscripción lo que demuestra es que los primeros cristianos transformaron el Imperio Romano, porque la fe en la doctrina de Jesucristo traspasa necesariamente las paredes de los domicilios particulares. En efecto, la fe de los primeros cristianos cambió las leyes y la vida política de su tiempo.

Y escribo con toda la intención “vida política”, porque hasta los católicos moderaditos de España admiten que la fe pueda afectar a lo que ellos llaman la “vida pública”, un eufemismo con el que excluyen que la fe tenga relación con las leyes que se aprueban en el Congreso de los diputados, porque lo de esa institución ya es otra cosa, es "vida política".

Los católicos moderaditos españoles son así de hipócritas: el señor Hilario tiene que ajustar la venta de sus patatas a la moral católica, porque eso es "vida pública", pero Don Conegundo, diputado católico, por petenecer a la "vida política" tiene dispensa para seguir en el cargo legislatura tras legislatura actuando al margen de la fe, no vaya a ocupar su puesto otro que no sea católico y lo empeore. Y a esta actitud es a la que yo llamo la moral del puticlub, que razona así: como en este pueblo tarde o temprano se va instalar un puticlub, lo que hay que conseguir es que el dueño del puticlub sea católico, para que semejante negocio cierre los domingos y las fiestas de guardar.

La fe afectaba a la totalidad de las acciones del cristiano y por lo tanto las leyes que regulaban su comportamiento tenían que estar subordinadas a un orden moral

Llama la atención que el gobierno de Roma en los tres primeros siglos de nuestra era, tan tolerante como fue con las religiones ajenas al Imperio, no lo fuera con el Cristianismo. Y eso se debía a que todas esas religiones toleradas, además de adaptarse al culto oficial, sobre todo se presentaban solo como un asunto privado. Es decir, el individuo podía establecer relaciones con un ser superior, sin que por eso se viera afectado el entorno social y político.

En cambio, la religión predicada por Jesucristo era muy diferente. Por supuesto que rechazaba frontalmente adorar a la figura del emperador, porque eso era incurrir en idolatría. Pero sobre todo, y ese fue el motivo fundamental por el que fueron perseguidos los primeros cristianos, la fe afectaba a la totalidad de las acciones del cristiano y por lo tanto las leyes que regulaban su comportamiento tenían que estar subordinadas a un orden moral.

Y así Petronia Ausencia entendió que lo del mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo no se podía limitar a pagar un salario justo a sus esclavos, ni siquiera a tratarlos bien y darles una palmadita en la espalda de vez en cuando. El amor al prójimo de los cristianos era incompatible con tener esclavos. Por eso, los esclavos que Petronia Ausencia liberó de la esclavitud, sus libertos, que siguieron trabajando en su casa como hombres libres, le costearon su sepulcro en señal de gratitud.

Y se me podrá argumentar que no todos los cristianos se comportaron como Petronia Ausencia. En efecto, eso es verdad, pero esos cristianos fueron calificados de lapsi, por abandonar su fe para salvar sus vidas durante las persecuciones y acomodarse al paganismo. Los lapsi proliferaron especialmente durante el mandato del emperador Decio, quien para fortalecer su poder desató una persecución contra los cristianos y no dudó en asesinar al papa Fabián, que murió mártir en el año 250 y fue enterrado en las mismas catacumbas de San Calixto que Petronia Ausencia.

El universo político de Roma cambió cuando allí llegó la predicación de San Pedro y los primeros discípulos que proclamaron que todos los hombres somos criaturas de Dios, hijos suyos e iguales entre nosotros. Y este principio religioso estaba por encima de la mentalidad de su tiempo y era incompatible con las leyes del Imperio Romano.

La coherencia de vida de los primeros cristianos fue la causa que desató las diez persecuciones que sufrieron durante los primeros siglos, en los que tantos murieron mártires en defensa de su fe. Y dicho sea de paso, en un número muy inferior al de los mártires españoles de la Segunda República y la Guerra Civil, durante la persecución realizada por los socialistas, los comunistas y los anarquistas, la mayor de toda la Historia de la Iglesia Católica por el número de sus mártires.

Hoy como ayer algunas cosas han cambiado, pero lo fundamental permanece presente en nuestros días y la persecución contra la doctrina de Jesucristo sigue viva. Cierto que de momento en España al día de hoy no se ha desatado todavía un martirio de sangre, porque la crueldad del actual martirio de la coherencia se limita a sepultar en la marginación a los católicos. Pero al igual que antaño los lapsi se convirtieron en cómplices de los perseguidores de la Roma Imperial, los perseguidores de la Iglesia en España cuentan en la actualidad con la inestimable colaboración de los católicos moderaditos, tan modernos ellos que se rigen por la moral del puticlub.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá