Alfonso XIII (1886-1931) se queda pensativo. Pierde la mirada, cuando el 30 de mayo de 1919 lee el título del artículo, La mascarada de la piedad, publicado en el periódico de El País. Sí, se llamaba igual y era un periódico de otra época, fundado por Antonio Catena y Muñoz en 1887, del que el actual ha heredado el mismo nombre y su rabioso sectarismo.

“Hoy presenciará el pueblo de Madrid el paso de una nueva mascarada de la llamada piedad española. En el Cerro de los Ángeles, en donde se supone el centro de España, quedará inaugurado el monumento al Sagrado Corazón… —Así comenzaba el artículo, y continuaba lanzando sus párrafos de odio y mentira— Quieren que por medio de esa acotación, aparentemente religiosa, bullan en España pasadas persecuciones, quieren reinar en nombre de Cristo, y en nombre de Cristo exterminar a los infieles, como se hizo con los judíos y los moriscos, quieren ser los amos de la vida española para quemar bibliotecas…”

En esos días los españoles estaban en campaña electoral. Por este motivo encima del artículo de La mascarada de la piedad, se promocionaba con letras destacadas la “Candidatura de las izquierdas por Madrid”, porque El País de entonces todavía no tenía la desfachatez de proclamarse en su cabecera “El diario independiente de la mañana”, y entonces solo lucía como subtítulo “Diario republicano”.

La candidatura de izquierdas promocionada por El País estaba compuesta por seis personas y encabezada por el fundador PSOE y de la UGT, Pablo Iglesias Posse (1850-1925), en la que figuraban Julián Besteiro (1870-1940) y Miguel Morayta Serrano (1878-1926), masón como su padre Miguel Morayta Sagrario (1834-1917), que fue Gran Maestre de la Masonería española.

Entre otros, los masones le pedían al Rey decretar el divorcio y una instrucción pública laica

Por fuerza el apellido Morayta le tuvo que recordar al rey lo que había vivido, no hacía mucho, un día en palacio y que se lo refirió al promotor de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, el padre Mateo Crawley en estos términos: “Padre, he tenido un gran gusto en cumplir en el Cerro de los Ángeles un deber de católico, pues el enemigo de nuestra fe está dentro de la ciudadela. Y le doy una prueba: en este mismo salón me vi obligado a recibir una delegación de la francmasonería internacional. Unos doce señores. He aquí lo que me dijeron: Tenemos el honor de hacerle ciertas proposiciones y garantizar con ellas que V. M. conservará la Corona y España servirá fielmente a la Monarquía, a pesar de las crisis tremendas que la amenazan, y reinará en un ambiente de paz. Y al preguntar qué proposiciones eran aquellas, dicho señor me presentó un rico pergamino diciéndome: Con su firma pedimos a Su Majestad, dé su adhesión a las siguientes proposiciones: 1ª, su adhesión a la Masonería; 2ª, decretar que España será un Estado laico; 3ª, para la reforma de la familia, decretar el divorcio y 4ª, instrucción pública laica. Sin titubear un instante, respondí: Esto ¡Jamás! No lo puedo hacer como creyente. Personalmente soy católico, apostólico y romano. Y como quisieran insistir, los despedí con una venia. Al salir, me dijo el mismo señor: Lo sentimos, pues V. M. acaba de firmar su abdicación como rey de España y su destierro. Prefiero morir desterrado, repliqué con viveza, que conservar el trono y la corona al precio de la traición y la perfidia que me propone”.

En efecto, Alfonso XIII se jugó la corona y no se amedrentó por las amenazas de los masones. En toda España hubo manifestaciones de adhesión a la consagración al Corazón de Jesús. Los obispos quisieron que en las parroquias se celebraran cultos en honor del Corazón de Jesús, e indicaron que coincidiendo con la hora en que Alfonso XIII consagraba España al Corazón de Jesús repicaran las campanas de todas las iglesias. Y fueron muchos los católicos españoles que adornaron las fachadas de sus casas con colgaduras e iluminaron las mismas por la noche.

Desde primeras horas de la mañana del día 30 de mayo, comenzaron a llegar los fieles por miles al Cerro de los Ángeles. Cualquier medio para trasladarse a Getafe era bueno y fueron varios los trenes que partieron abarrotados desde la estación de Mediodía de Madrid. Hubo un tren especial, que salió de dicha estación a las diez menos cuatro, en el que viajaron los periodistas y los fotógrafos, a los que coordinaba Rufino Blanco, director de El Universo.

A las once de la mañana, todas las parroquias de Madrid, representadas en el Cerro de los Ángeles, desplegaron sus estandartes y lo mismo hicieron las corporaciones religiosas procedentes de todas las provincias españolas. En un sitio destacado se colocaron el nuncio de Su Santidad, el cardenal primado de Toledo, el obispo de Madrid-Alcalá, el exarzobispo de Manila, padre Nozaleda, los obispos de Sion, Cuenca, Málaga Segovia, Sigüenza, Fessea (vicario apostólico de Marruecos), Barcelona, Zamora, Palencia, Guadix, Badajoz, Calahorra, San Luis de Potosí, Ciudad Real, Plasencia y los de Tenerife y Almería representados por los padres Alsina y Ramoner.

Asistió el Gobierno de España, presidido por Antonio Maura Montaner, excepto el ministro de Gracia y Justica, vizconde de Matamala. Y tampoco faltaron en la ceremonia del Cerro de los Ángeles el capitán general de Madrid, el gobernador militar, el gobernador civil, el presidente de la Diputación provincial, el presidente de la Audiencia, un magistrado del Tribunal Supremo y los subsecretarios, directores general y subdirectores de varios ministerios.

Alfonso XIII: "Gracias, Señor, por habernos librado misericordiosamente de la común desgracia de la guerra"

Poco después de las once y media llegaron los reyes. Alfonso XIII vestía uniforme de capitán general y la reina traje gris, con abrigo de seda negra y sombrero del mismo color. A su llegada fue aclamado con gritos de "¡Viva España!" y "¡Viva el rey católico!"

El nuncio de Su Santidad bendijo el monumento al Corazón de Jesús. Un colosal grupo escultórico, que dinamitaron los rojos durante la Guerra Civil, que tenía 28 metros de altura, por 31,50 de ancho y 16 de fondo. La imagen de Jesús medía nueve metros de altura y constaba de 45 piezas y para labrarla fue necesario utilizar 37 metros cúbicos de piedra. En la totalidad del monumento se emplearon 882 toneladas de arenisca de Almorqui. Los costes de dicho monumento fueron cubiertos por los donativos que entregaron los españoles en la suscripción popular que abrieron los promotores.

Tras la bendición, se celebró una misa cantada, en la que intervino el orfeón del Círculo de San José y el Sindicato Obrero Femenino de María Inmaculada. A su conclusión se leyó el telegrama del Papa en el que se felicitaba por esa iniciativa en favor del Sagrado Corazón Jesús y concedía indulgencia plenaria.

Y a continuación, Alfonso XIII leyó la fórmula de la Consagración. La reproduzco íntegramente por su hondura religiosa y política:

“Corazón de Jesús Sacramentado, Corazón del Dios Hombre, Redentor del Mundo, Rey de Reyes y Señor de los que dominan: 

España, pueblo de tu herencia y de tus predilecciones, se postra hoy reverente ante este trono de tus bondades que para Tí se alza en el centro de la península. Todas las razas que la habitan, todas las regiones que la integran, han constituido en la sucesión de los siglos y a través de comunes azares y mutuas lealtades esta gran patria española, fuerte y constante en el amor a la Religión y en su adhesión a la Monarquía

Sintiendo la tradición católica de la realeza española y continuando gozosos la historia de su fe y de su devoción a Vuestra Divina Persona, confesamos que Vos vinisteis a la tierra a establecer el reino de Dios en la paz de las almas, redimidas por Vuestra Sangre y en la dicha de los pueblos que se rijan por vuestra santa Ley; reconocemos que tenéis por blasón de Vuestra Divinidad conceder participación de Vuestro Poder a los Príncipes de la tierra y que de Vos reciben eficacia y sanción todas las leyes justas, en cuyo cumplimiento estriba el imperio del orden y de la paz. 

Vos sois el camino seguro que conduce a la posesión de la vida eterna: luz inextinguible que alumbra los entendimientos para que conozcan la verdad y principio propulsor de toda vida y de todo legítimo progreso social, afianzándose en Vos y en el poderío y suavidad de vuestra gracia, todas las virtudes y heroísmos que elevan y hermosean el alma. 

Venga, pues, a nosotros tu Santísimo Reino, que es Reino de justicia y de amor. Reinad en los corazones de los hombres, en el seno de los hogares, en la inteligencia de los sabios, en las aulas de la Ciencia y de las Letras, y en nuestras leyes e instituciones patrias. 

Gracias, Señor, por habernos librado misericordiosamente de la común desgracia de la guerra, que tantos pueblos ha desangrado; continuad con nosotros la obra de vuestra amorosa providencia. 

Desde estas alturas que para Vos hemos escogido, como símbolo del deseo que nos anima de que presidáis todas nuestras empresas, bendecid a los pobres, a los obreros, a los proletarios todos para que en la pacifica armonía de todas las clases sociales, encuentren justicia y caridad que haga más suave su vida, más llevadero su trabajo. 

Bendecid al Ejército y a la Marina, brazos armados de la Patria, para que en la lealtad de su disciplina y en el valor de sus armas sean siempre salvaguardia de la Nación y defensa del Derecho.

Bendecidnos a todos los que aquí reunidos en la cordialidad de unos mismos santos amores de la Religión y de la Patria, queremos consagraros nuestra vida, pidiéndoos como premio de ella el morir en la seguridad de Vuestro Amor y en el regalado seno de Vuestro Corazón Adorable. Así sea."

Durante la lectura de este texto, se hizo notar la rabia del Maligno, pues se produjo una cierta alarma al caerse un candelabro, que adornaba el monumento, e hirió a un periodista que tuvo que ser atendido por la Cruz Roja.

El acto finalizó con la procesión para trasladar la Eucaristía a la ermita de Nuestra Señora de los Ángeles. A continuación, las bandas de música interpretaron la Marcha Real y los reyes en su despedida volvieron a escuchar los gritos de "¡Viva España!" y "¡Viva el rey católico!" Cuando arrancó el coche del rey para llevarle a palacio eran las dos de la tarde del día 30 de mayo de 1919.

 

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá