18 de julio. ¿Por qué Franco ganó la guerra civil? Por la feroz persecución religiosa de los republicanos
No resulta tan sorprendente que la Guerra Civil estallara el 18 de julio de 1936, como que lo hiciera tan tarde. Porque inmediatamente después del pucherazo de las elecciones de febrero de 1936, que aupó al poder al Frente Popular, comenzaron las acciones de la izquierda para provocar una guerra civil, convencidos como estaban los socialistas y los comunistas de que desencadenado el conflicto, ellos lo iban a ganar y se instalarían en el poder perpetuamente. La provocación definitiva y efectiva la realizaron unos militantes del PSOE, que el 13 de julio por la noche asaltaron el domicilio del jefe de la oposición parlamentaria, José Calvo Sotelo, le secuestraron en presencia de su familia, se lo llevaron en una camioneta, el socialista Luis Cuenca le metió dos tiros en la nuca cuando el vehículo había recorrido tan solo unos doscientos metros y tiraron su cadáver en la tapias del cementerio de la Almudena, lo que acabó con las dudas de los últimos militares del bando nacional, que hasta esa fecha se resistían a levantarse en armas.
Pero conviene aclarar que la persecución religiosa ya había empezado en 1931, nada más proclamarse la Segunda República, lo que ya conté en otro artículo de este periódico, en el que recomendaba a los que todavía siguen gritando lo de “arderéis como en el 36”, que cambien su grito por el de “arderéis como en el 31”, porque es cuando comenzó la quema de conventos e iglesias en Madrid, que se extendió por distintas provincias de España.
Entre los 121 días que medían entre el 17 de febrero y el 16 de junio de 1936 se produjeron 957 actos de violencia antirreligiosa
Cierto, como digo, que los incendios de iglesias comenzaron en mayo de 1931, y que la tranquilidad ya no se recobró durante los años siguientes. Pero tan verdadero como eso, es que los ánimos se sobresaltaron tras el fraude electoral y el asalto al poder del Frente Popular en los últimos días de febrero de 1936, como le sucedió entre otras tantas personas a la abadesa de la comunidad de Concepcionistas del Caballero de Gracia, que los primeros días de marzo se apresuró a alquilar un piso cerca de su convento, por si había que salir a toda prisa para esconderse. La comunidad estaba compuesta entonces por 18 religiosas.
Estas religiosas tenían una experiencia bien probada en persecución, porque en 1936, hacia justo un siglo que había iniciado su calvario la comunidad de Concepcionistas Franciscanas del Caballero de Gracia. En noviembre de 1835, Salustiano Olózaga, uno de los líderes del partido progresista y de la masonería española, mano derecha de Mendizábal, asaltó el convento con la Milicia Nacional y secuestró a Sor Patrocinio con las peores intenciones. Pocos episodios de nuestra de nuestra historia igualan en cobardía y sordidez a lo que intentó hacer Olózaga, sin llegar a conseguirlo.
El Gobierno expulsó del convento a la comunidad de religiosas del Caballero de Gracia, se apropió del edificio, lo sacó a subasta y acabó a precio de ganga en manos de una familia que unía a la vez en su apellido las más altas cotas de riqueza de España y de corrupción del Estado
Cinco meses después de tan mezquina acción, el Gobierno expulsó del convento a la comunidad de religiosas del Caballero de Gracia, se apropió del edificio, lo sacó a subasta y acabó a precio de ganga en manos de una familia que unía a la vez en su apellido las más altas cotas de riqueza de España y de corrupción del Estado. El edificio no podía estar en mejor sitio, pues ocupaba un gran ángulo agudo formado por las calles del Caballero de Gracia y de San Miguel, calle esta última a la que en su remodelación en 1910 le cambiaron su nombre por el de Gran Vía, para borrar el recuerdo del vencedor de Satanás. Durante la Guerra Civil, la Gran Vía volvió a cambiar de nombre por el de "Avenida de la Unión Soviética", los socialistas y los comunistas son así de explícitos.
A partir de 1836 la comunidad del Caballero de Gracia vivió en distintos conventos, refugiándose donde pudo, hasta que por fin en la festividad del Sagrado Corazón de Jesús del año 1928 abrió al culto la iglesia del convento, donde actualmente se encuentra en los números 51 y 53 de la madrileña calle de Blasco de Garay.
Y por cosas que tiene la Providencia Divina, porque la casualidad no existe, la iglesia de ese convento fue costeada por la marquesa de Cartago, María de la Concepción Narváez y del Águila. Esta benefactora de las monjas era descendiente de una de las ramas familiares del general Narváez, el gran líder del partido moderado, presidente del Gobierno en varias ocasiones y perseguidor de Sor Patrocinio, que en 1849 fue elegida abadesa de esa comunidad que se siguió y se sigue llamando del Caballero de Gracia, aunque ya no reside en esa calle desde 1836.
Y desgraciadamente los hechos vinieron a confirmar que la Madre Corazón de María Sánchez Rivas, sucesora de Sor Patrocinio como abadesa, había obrado con toda prudencia al alquilar un piso por si había que abandonar el convento. Porque muy pocos días después del pucherazo electoral de las izquierdas, el Señor Garay, demandadero de las monjas, le contó lo que había sucedido el día 13 de marzo de 1936 con la iglesia de San Luis, que estaba situada en la calle de la Montera, a tan solo unos pocos metros de la Puerta del Sol.
Ese día por la tarde, el teniente Marchante de la Guardia Civil fue a recoger a su hijo Armando a la salida del colegio para llevarle a casa y a su paso por la calle Montera, al llegar a la iglesia de San Luis, vio a un grupo de revolucionarios que arrojaban latas de gasolina contra la puerta y la fachada de la iglesia de San Luis, a la vez que blasfemaban como demonios.
Como no iba vestido de uniforme, el teniente Marchante no quiso hacer frente a los revolucionarios y bajó a toda prisa la calle de la Montera, atravesó la Puerta del Sol hasta llegar a la calle Pontejos, donde se encontraba el retén de los Guardias de Asalto, a menos de trescientos metros de la iglesia de San Luis. Se identificó como oficial de la Guardia Civil ante quien estaba al mando del retén y le informó de lo que sucedía en la iglesia de San Luis. Pero pudo comprobar que el jefe del retén lo sabía mejor que él, porque le dijo que tenía orden de la superioridad de no disolver ninguna manifestación. Todo fue inútil y el teniente de la Guardia Civil tuvo que rendirse ante la evidencia de que los Guardias de Asalto a quienes protegían por orden del Gobierno era a los incendiarios.
A medida que el demandadero informaba a la abadesa de lo sucedido en la iglesia de San Luis, la cara de la religiosa se inundaba de preocupación. El demandadero le contó que la gente aplaudió cuando se desplomó la bóveda de San Luis, y que también habían quemado, sin que nadie se lo impidiera la iglesia y el convento de los Padres Trinitarios
La iglesia de San Luis ardió por completo y la bóveda se desplomó. El incendio adquirió tales proporciones, que tuvieron que intervenir los bomberos para que las llamas no alcanzaran los edificios colindantes. En un determinado momento quedó atrapado entre el fuego uno de los bomberos, Lorenzo de la Fuente, y acudió en su rescate el bombero número 61 Juan Jesús García Diéguez. Como resultado de las lesiones, una semana después murieron los dos bomberos.
En cuanto a la iglesia de San Luis que estaba en pie desde los últimos años del siglo XVII, edificada sobre una construcción del siglo anterior, no quedó de ella nada más que el recuerdo y su pórtico barroco, que después de acabada la guerra se trasladó en 1950 a la cercana iglesia de El Carmen.
A medida que el demandadero informaba a la abadesa de lo sucedido en la iglesia de San Luis, la cara de la religiosa se inundaba de preocupación. El demandadero le contó que la gente aplaudió cuando se desplomó la bóveda de San Luis, y que también habían quemado, sin que nadie se lo impidiera, la iglesia y el convento de los Padres Trinitarios.
El profesor Manuel Álvarez Tardío, especialista en esta época, ha estudiado detalladamente las distintas estadísticas que varios autores han dado sobre estos acontecimientos y concluye que en los 121 días que median entre el 17 de febrero y el 16 de junio de 1936 se produjeron 957 actos de violencia antirreligiosa, repartidos de la siguiente manera: 325 edificios religiosos incendiados total o parcialmente, 416 edificios asaltados y/o saqueados, 129 otros atentados y conatos de incendio y asalto contra edificios religiosos, 56 derribos y/o destrucción y 31 agresiones al personal religioso.
La noche del 13 de marzo las calles que rodeaban el convento de las Concepcionistas estaban llenas de gente, por lo que la abadesa decidió esperar hasta las cuatro de la madrugada para abandonarlo. Despojadas de sus hábitos religiosos y vestidas como pudieron, abandonaron su convento en grupos de a tres, acompañadas siempre por el demandadero, que hizo varios viajes desde el monasterio de la calle Blasco de Garay hasta la de Fernández de los Ríos, donde estaba el piso que había alquilado la madre abadesa.
Al amanecer el 14 de marzo ya se encontraban todas reunidas en esa casa que no tenía nada más que las paredes vacías. No había ni luz ni muebles. Las monjas tenían que sentarse en el suelo y permanecer a oscuras toda la noche, esperando que la luz del sol penetrara por las ventanas al amanecer. Y ni siquiera ahí estuvieron seguras, porque la casera recibió tales amenazas por tener el piso alquilado a las monjas, que las Concepcionistas se vieron obligadas abandonar el piso de Fernández de los Ríos.
Una noche, toda la manzana donde estaba ese piso apareció con pasquines pegados en las paredes, en los que se tachada de peligrosa a la casera por tener refugiadas a las monjas. Le avisó el sereno y al momento salieron su marido y dos de sus hijos para arrancarlos, con el fin de que no los viese la gente por la mañana. Como consecuencia, las monjas tuvieron que abandonar esa casa, cuando todavía faltaban cuatro meses para que estallara la Guerra Civil.
Encontraron un nuevo escondite en un ático del número 59 de la calle Rodríguez San Pedro. A las 7 de la mañana del 20 julio, les despertó el bombardeo lanzado contra el Cuartel de la Montaña, que estaba muy cerca de allí. Había comenzado la Guerra Civil y todavía estaba por llegar lo peor.
(Se me ha acabado el espacio que tengo concedido, así es que continuará el domingo que viene, si Dios quiere. Lo siento)
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá