El gran ausente sorprendente en los desafíos globales, en opinión de los analistas internacionales, es Japón. Desde el estallido de la burbuja económica en los noventa y el auge como potencia de su vecina China, lleva décadas de prolongado estancamiento y practicando una diplomacia blanda no sólo discreta sino que parece pasar desapercibida. Hay quienes  justifican esta actitud por causa del fuerte declive demográfico y el envejecimiento de la población, volcado a la introversión reflexiva según revelan ciertos medios nipones.

EEUU, Europa, Rusia, China y los BRICS han tomado partido en un sentido u otro en la geopolítica internacional ante los conflictos más recientes como son: el post globalismo, la invasión de Ucrania, Oriente Medio, las relaciones con China (que ha desplazado en Occidente el “Made In Japan”), el cambio climático y sobre todo la IA. Mientras que Japón sin embargo no ha destacado como en otros tiempos pasados en el debate internacional ni auspiciado iniciativas que hayan  servido de discusión en los foros como por ejemplo el G-7. 

Se ha limitado a sentarse a la mesa, ver, observar  y tomar notas, poco más. Para ser la tercera potencia económica y tecnológica mundial después de EEUU y China, llama poderosamente la atención la actitud de perfil bajísimo de Japón desde hace años.

Si la Administración Trump “resuelve” tres frentes abiertos en el mundo -Oriente Medio, la guerra en Ucrania con Rusia y su presencia en Europa-, EEUU podrá reorientar su brújula hacia Asia

Si la Administración Trump “resuelve” tres frentes abiertos en el mundo -Oriente Medio, la guerra en Ucrania con Rusia y su presencia en Europa-, EEUU podrá reorientar su brújula hacia Asia en especial para detener las pretensiones anexionistas de China con Taiwán, acabar con el monopolio chino del 30% de las materias primas estratégicas globales así como controlar el tráfico de la región del Indo-pacifico. 

Japón, Corea del Sur junto con Australia e India (grupo Quad) presumiblemente empezarán a gozar de los mimos norteamericanos en detrimento de los aliados clásicos de Europa.  

Japón, un país pacifista desde el fin de la II Guerra Mundial, se está viendo obligado a incrementar también sus gastos en defensa a niveles récord por noveno año consecutivo para disuadir las amenazas crecientes de China en Asia (más concretamente por las tensiones territoriales en islas Senkaku/Diaoyu en el Mar de China Oriental) y su aliado Corea del Norte así como Rusia. No en vano, el primer ministro, Fumio Kishida, ha establecido paralelismos entre la situación en Ucrania y posibles conflictos futuros en Asia.

De acuerdo a ciertas fuentes, los gastos de defensa de Japón (5,5 billones de yenes, unos 50.000 millones de dólares) se sitúan ya en los terceros más grandes del mundo, lo que resulta todo una declaración de intenciones desde la óptica histórica. Todo ello para guardar un equilibrio entre su clásica constitución pacifista y un panorama internacional cada vez más precario.

Si la ruptura de Europa y EEUU se consume en el seno de la OTAN, qué nos impediría a la UE o al futuro ejército europeo una alianza con Japón y el compromiso de asistencia técnica extendida a otros aliados de la región como Corea del Sur y la antigua colonia hispana de Filipinas que además puede redundar positivamente en la diplomacia económica (contratos para las empresas europeas).

Los gastos de defensa de Japón (5,5 billones de yenes, unos 50.000 millones de dólares) se sitúan ya en los terceros más grandes del mundo, lo que resulta todo una declaración de intenciones desde la óptica histórica

Mientras esperamos acontecimientos, se ha abierto actualmente en Japón cierto debate favorable a potenciar sus defensas internas, ejército y reservistas de cara a un aumento de las  tensiones con China contra la seguridad nacional japonesa (en litigio por ciertas islas), el estrecho de Taiwán y la península coreana.  

Por ello destacan el anuncio de fortalecer la defensa de las aguas territoriales mediante el desarrollo de vehículos acuáticos autónomos, drones submarinos, robots sumergibles y armamento cibernético para responder a las amenazas tanto convencionales, nucleares como cibernéticas en el indo-pacifico que procedan de Pekín o Pyongyang. Según desvelan fuentes oficiales niponas, Tokio aprecia un mayor acercamiento al G7 y a la OTAN como respuesta a la invasión rusa y norcoreana en Ucrania que ha contado con el aparente respaldo chino. 

Un reciente incidente en aguas territoriales japonesas que puso en estado de máxima alerta a Pekín se suma a las tensiones japo-chinas. En enero del 2024 un avión de la Guardia Costera de Japón detectó la presencia del buque de investigación chino Da Yang dentro de la Zona Económica Exclusiva de Japón (EEZ), aproximadamente 277 kilómetros al sur-suroeste de la isla de Okinotori-shima, el territorio más meridional de Japón. Se observó que el buque chino de casi  4.700 toneladas, bajaba un cable hacia el mar, lo que indicaba actividades de reconocimiento en curso.

De ahí que la política exterior de guante de terciopelo que describió a Japón en el pasado parece decidida ahora a empuñar el samurai. Su “diplomacia económica”, similar a la de Alemania desde antes de la caída del muro de Berlín durante generaciones, le ha llevado a ser el principal inversor en el sudeste asiático (desarrollando en otros un sistema de tránsito tren bala en Indonesia, el diseño de los  cercanías en todo Filipinas y la financiación con créditos blandos en la región de infraestructuras) lo que supera a las inversiones de la Ruta de la Seda china.

Al igual que Alemania, Japón se ve obligada ahora pero por iniciativa propia y no por imposición de Trump a dedicar grandes cantidades de dinero en defensa e innovación tecnológica para asumir un papel más proactivo que le permita garantizar la estabilidad regional vital para su existencia. No sabemos si Berlín y el resto de aliados europeos pueden tomar nota que Europa ha dejado de ser el centro de la atención en geopolítica global y tiene que despertar y asumir como Japón su nuevo rol maduro en el mundo.