Silvia Abril y Andreu Buenafuente enseñando el trasero, imagen profunda del cine español
Vean el elenco de los triunfadores de los Premios Goya: todas las películas progres que hacen bueno aquello de que el cineasta norteamericano -mejor o peor- cuenta una historia mientras el cineasta español nos cuenta su vida, que suele coincidir con sus neuras. Con todo respeto: ¿A quién le interesa la vida privada o la hipocondría de Pedro Almodóvar?
Encima, nuestros ‘cómicos’ han monopolizado el concepto de cultura. Es decir, cultura es lo que hacen ellos.
Nota distintiva principal: ¡menudo coñazo de cine el que hacemos por estos lares! No hay que extrañarse: si algo caracteriza al progresismo son estos dos rasgos: siempre triste, siempre aburrido.
Y encima, con el dinero de nuestros impuestos financiamos este canto a la egolatría
Ni tan siquiera procuran ocultar con buen humor la apariencia plúmbea de sus obras, y su ironía se queda en sarcasmo de teleserie.
Y encima -engreídos ellos- nuestros creadores enarbolan la bandera del compromiso. El único compromiso de los principales mentores del cine español consiste en el enaltecimiento personal, pues en este sector abundan los ególatras: el que no piense exactamente igual que ellos es un peligroso reaccionario, cuando no un fascista consumado.
¿Alguna de las cintas premiadas en la gala del pasado fin de semana será considerada, dentro de no más de cinco años, un clásico del cine? ¿A que no?
Plantéense la pregunta del millón de dólares: ¿alguna de las cintas premiadas en la gala del pasado fin de semana será considerada, dentro de no más de cinco años, un clásico del cine? ¿A que no?
España, un país que se situó a la cabeza del teatro y la poesía, las dos bellas artes más bellas y de mayor alance, ha fracasado en el séptimo arte. Quizás porque su primeros espadas, con las excepciones que se quieran, presentan una cierta tendencia al onanismo: el centro de su obra son ellos mismos y el público -lo único en lo que tenían que pensar- constituye esa masa informe, responsable del aplauso sumiso y de someterse a su criterio y a sus dicterios.
La guinda de la tarta: el cine español ha monopolizado las etiquetas de la cultura: ¡Pobre de aquel que se atreva a ponerlo en solfa!
Y encima, con el dinero de nuestros impuestos financiamos este canto a la egolatría.
El cine español es como aquella conseja del gitano que se peleaba con el burro rebelde que pretendía vender en la feria: “¡Y que tenga yo que decir que tú eres ‘güeno’!”
Y la prueba del nueve de todo lo que digo es la propia ceremonia de entrega de Premios con Buenafuente y señora enseñando el trasero, imagen profunda del cine español. La 'señora' Silvia Abril aportó suficientes kilos de vulgaridad a la efeméride escultural. A los tacos e irreverencias añadió un -y cito textualmente-: “olé mi chocho moreno” que tocó el cénit de la vulgaridad. Estos chicos son muy graciosos.
¿Y esto es lo que estamos subvencionando?