• El cerebro no piensa, la máquina tampoco.
  • Los matemáticos no niegan a Dios: su dios es el número.
  • Los creyentes en la inteligencia artificial no son ateos porque han deificado el dato, el número.
  • Algo que ya había perpetrado el pitagorismo hace 26 siglos.
  • Otrosí: si es inteligencia, no es artificial.
  • Si es artificial, no es inteligencia.
  • La máquina, tan útil como tonta.
  • Al final, lo único que importa es el hombre.
  • Por cierto, la máquina más sofisticada no analiza lo que amas: sólo lo que deseas. Es cosa poco importante.

"Parece magia, pero no son magia, son matemáticas", aseguraba Elena Alfaro, durante su conferencia dedicada a la "Big Data aplicada a negocio" (miércoles 321 en la UIMP de Santander). Alfaro está emocionada con su trabajo, lo cual siempre es bueno: "Son empresas que trabajan con datos (Data-Driven)" e insiste en que se trata de millones de datos que permiten extraer conclusiones tan probables que pueden darse por ciertas. Al final, algo tan sofisticado y elegante como Amazon resulta que es una enorme tienda global para colocarle productos a quien los pide y cobrarle el mayor precio posible. Algo muy prosaico. Y ahí es donde Alfaro se crece y pierde porque, en efecto, la inteligencia artificial es magia. O lo que es lo mismo, que la inteligencia artificial existe y que la máquina tiene originalidad de pensamiento, sabe hacer cosas que un humano no puede hacer. No sabe hacer cosas que un humano no sabe hacer. Lo que ocurre es que hace cosas que el humano sabe hacer pero lo hace peor y sobre todo, la máquina lo hace indeciblemente más rápido. Pero ahí, al igual que ocurre con la obsesión del neurocientífico por intentar demostrar que las neuronas, o el cerebro, piensa. Tan tonto es pensar que el cerebro piensa como pensar que la máquina piensa. De la misma forma, el experto en datos, en inteligencia artificial, tiende a creer que existe el eslabón perdido, la máquina, el salto desde la máquina repetitiva a máquina pensante. No es así, por supuesto, lo que ocurre es que el hombre enseña a sumar a la máquina y la máquina aprende solita a restar, multiplicar y dividir. ¿Es inteligente la máquina? No, la máquina es idiota. Lo que ocurre es que las cuatro reglas, y el reto de las matemáticas, no son más que derivados simplones de la suma más simple: dos más dos son igual a cuatro. Quien sabe sumar saber restar multiplicar, dividir y realizar ecuaciones complejas, con tal de que posea la memoria de la máquina. En resumen, la resta es lo mismo que la suma sólo que al revés. Quien sabe andar hacia adelante sabe andar hacia atrás. Solo que, para Alfaro se trata de una novedad. Pero Alfaro insiste: sí, triangulemos los intereses y aficiones de los clientes. Analizar al cliente para saber qué es lo que quiere antes de que lo sepa él. Algoritmos que saben qué te puede gustar. Acabáramos: al final, el problema es que todo este 'data-driven' se emplea para ganar dinero, pero ¿qué pasa con aquellos para los que el dinero es un medio y las principios o, al menos las ideas, son un fin? Son motores de datos algorítmicos, repite Alfaro. Porque algoritmo es la palabra de moda, antes de que pretendiéramos convertir las tendencias humanas en ciencia empírica, solemne imbecilidad de la que tendremos mucho tiempo para arrepentirnos. Dejemos a un lado el ataque a la intimidad, lo cierto es que se trata de una intimidad superficial. Los datos, las máquinas, la inteligencia artificial, no analizan lo que amas, sólo lo que deseas. Y no, por muy cínicos que nos pongamos, nadie está dispuesto a dar la vida por un deseo (salvo el adicto) pero sí está dispuesto a dar la vida por lo que ama Al final, la inteligencia artificial, que es lo que sale al fondo del asunto, tiene varios problemas. El primero es que no existe. No tenemos muy claro lo que es inteligencia pero sí sabemos que depende de tres cosas: 1. De los principios morales. De qué me sirve hacer la bomba más sofisticada y certera jugando con los datos sin mis convicciones, mis principios morales, me impelen a no matar a nadie a bombazos. La máquina no es libre, es decir, no elige entre el bien y el mal. 2. De los juicios de valor. Pensar es emitir juicios de valor. La máquina nunca juzga. Los datos son la premisa, el pensamiento es la conclusión deducida, que no inducida. Ergo, la máquina no piensa. 3. Pensar es tener originalidad de pensamiento. La máquina, repito, nunca es original, Hace lo que un humano le ha metido, sólo que lo hace mucho más rápido que el humano. El humano le enseña a sumar y ella suma más rápido En ocasiones, de la suma pasa a la resta, que es lo mismo a la inversa, y por este camino hasta las más compleja ecuaciones. Simplemente, desarrolla a más velocidad que cualquier ser humano, los datos que le han introducido el ser humano. La máquina nunca es original en su pensamiento… ergo no piensa. De la nada nunca sale nada. Por cierto, la máquina más sofisticada no analiza lo que amas: sólo lo que deseas. Es cosa poco importante. Al final, lo único que importa es el hombre. Eulogio López eulogio@hispanidad.com