• A Karol Wojtyla se le reconoce como un magnífico profesor de sotana y abrigo raídos.
  • La incoherencia es el pecado favorito de los católicos actuales.
  • Austeridad, recogimiento, realismo y coherencia. Eran las armas con las que Wojtyla iba a enfrentarse a la más dura tiranía de la era moderna.
  • Es el Estado quien nombra a los obispos y a la curia polaca.
  • Con su austeridad, Wojtyla va a arrebatarle al socialismo su única justificación moral: la de trabajar por la igualdad de todos.

Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia, habla de la virtud de la pobreza para almas consagradas pero, a buen seguro, la receta puede aplicarse a todos según su estado de vida: "Hay cuatro grados de pobreza: no disponer de nada sin depender de los superiores (estricta materia del voto), evitar la opulencia y conformarse con lo indispensable (constituye la virtud), tender de buena gana a las cosas más míseras, y esto con satisfacción interior, contentos con la escasez". En la postguerra mundial, el cura párroco Karol Wojtyla sería conocido por sus alumnos la Universidad Católica de Lublín, la única con ese título en todo el orbe soviético, como un magnífico profesor y como el profesor de la sotana y el abrigo raídos. Nunca tuvo una cuenta bancaria ni dinero personal alguno. Era especialista en regalar lo que le regalaban hasta el punto que sus colegas sabían que si le daban una cuchilla nueva de afeitar debían tirar la antigua o se la daría a alguien. Lo mismo ocurría con los zapatos, inservibles por ultra-remendados. Dormía en el suelo y su salario de profesor universitario lo donaba para becas de estudiantes universitarios sin recursos. El material de piragüismo o de esquí se lo cedían los propios profesores, alumnos y feligreses de sus grupos juveniles y los aprovechaba al máximo. Ese mendigo iba a realizar una operación muy similar a la de Tomas de Aquino con Aristóteles: el Aquinate cristianizó toda la filosofía clásica y Wojtyla iba a cristianizar la fenomenología de  Edmund HusserlMax Scheler y Edith Stein, esto es, la vuelta al realismo y la sensatez. La cosa había empezado a malograrse con el amigo Descartes, aprendiz de grupo, y de ahí, pasando por el empirismo inglés y el ultra idealismo alemán del sosísimo amigo Kant, la humanidad se había mareado de tanto mirarse al ombligo. El conocimiento de la realidad había sido olvidado y en plena borrachera los más pedantes afirmaron que la realidad sencillamente no existía. El conocimiento de la verdad se trasladó al conocimiento del conocimiento, un círculo cerrado que desembocó en el vértigo existencial del siglo XX y su secuela de tiranías: la fascista, la marxista y la capitalista, todas ellas trenzadas con los mismos mimbres: apartado Dios, el hombre se convirtió en medio, que no en fin, según la inapelable sentencia de Chesterton: lo que no es sobrenatural es antinatural. El filósofo Juan Pablo II, el autor de El esplendor de la verdad, sin duda el texto que cierra todas las amarguras del siglo XX, nos vino a decir esto: el relativismo no es herejía, es locura. Pero ese vuelco intelectual sólo podía lograrse desde la austeridad. La pobreza sobre todo cuando se vive con satisfacción interior, "contentos con la escasez", cuando, en suma, es pobreza y no miseria, provoca un irrenunciable sentido de la realidad. No hay nada que vuelva tan neurótico como el lujo innecesario, que sumerge en una burbuja de irrealidad "al que lo sufre". Pobreza, no miseria, porque la indigencia forzada no otorga ningún sentido de la realidad: lo único que provoca es sufrimiento. Escaso espíritu onegero Diario de Santa Faustina: "las almas menos recogidas quieren que las demás se les parezcan ya que constituyen para ellas un remordimiento continuo". ¿Verdad que la frase explica muchas actitudes, declaraciones y calumnias? Para el malvado la mera visión del bueno es un insulto, una imputación, una ofensa y una injuria. Pero ese recogimiento es, ante todo, paz interior, la paz de quien confía en Cristo y nada le asusta. Y esa paz necesariamente ha de manifestarse en lo que Santa Teresa explicaba con aquella jaculatoria suya que compendia un sentido para la vida: "Alma, calma". Sor Faustina uniría al recogimiento teresiano lo que parece casi obsesión por el silencio, por saber escuchar: "Dios no se da a un alma parlanchina... el alma hablantina está vacía en su interior... vi a muchas almas en los abismos infernales por no haber observado el silencio... en la lengua está la vida, pero también la muerte. A veces con la lengua matamos, cometemos un verdadero asesinato". ¡Qué curioso! Las biografías de Juan Pablo II repiten lo mismo. Sus feligreses y universitarios de la difícil postguerra soviética polaca califican su tarea pastoral y pedagógica con casi idénticas palabras; lo que más destacan de él es "su capacidad para escuchar". Le podías contar cualquier cosa que te ocupara o preocupara: "le interesaba todo". Lo suyo era caridad, no espíritu onegero. De hecho uno de sus amigos durante aquellos años de sacerdote parroquiano lo definió de la siguiente manera: "es un tipo al que no le cuesta nada amar". Al silencio y el recogimiento se une, cómo no, tratándose de Juan Pablo II, la necesidad de ser coherentes con nuestra propia coherencia para no hacer cierta aquella frase tan genial como  maligna, de don Groucho Marx: "Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros". La incoherencia es el pecado favorito de los católicos actuales. Cuando una feligresa vino a preguntarle si un conocido escribano era un escritor católico, tal y como le aseguraban en la universidad, Wojtyla, sentenció: "No, es un escritor que, además, es católico". Prudente distinción. Austeridad, recogimiento, realismo y coherencia. Eran las armas con las que Wojtyla iba a enfrentarse a la más dura tiranía de la era moderna. En 1953, nueva constitución polaca, forzada por la amenaza de intervención soviética: el Kremlin brama porque no logra domeñar el catolicismo polaco. Su odio se dirige hacia el cardenal Wyszynski, el sacerdote de la clandestinidad nazi, que acaba recluido en un monasterio-prisión durante tres años. Un héroe para los polacos pero con un estilo muy distinto al de Wojtyla. Wyszynski cree en el enfrentamiento directo y paga en sus propias carnes y en las de muchos sacerdotes polacos, deportados o encarcelados o sencillamente golpeados por la policía secreta del Régimen. Es el Estado quien nombra a los obispos y a la curia polaca. Hasta doce años queda vacante la diócesis de Polonia y Lolek los aprovecha para aplicar su método: callar ante Dios y hablar ante el poder, al que reta con su palabra y su constante apostolado. Su método tiene una ventaja: la maldad ciega las mentes y arrambla con el escaso sentido común de la jerarquía comunista. Encima, con su austeridad, Wojtyla va a arrebatarle al socialismo su única justificación moral: la de trabajar por la igualdad de todos. Eso, unido a una forma de expresar las eternas verdades del catecismo, una lógica que aplasta los argumentos del contrario, van a convertir a Wojtyla en el hombre del siglo XX. El comunismo no le entiende y cuando no entiendes a tu enemigo has ganado la guerra, aunque, renunciando a la violencia, te exija años de enfrentamiento. No sólo traerá la libertad a Polonia, sino a todo el universo comunista. Por algo se empieza.

 

Kowalska-Wojtyla (VIII). La vida es eso que viene antes de la muerte

 

  • La vida de Karol Wojtyla no se puede calificar sino de dura, de extraordinariamente exigente.
  • Como Santa Faustina en el claustro él estuvo en agonía en el mundo.
  • No es de extrañar que una de las santas con las que se sintió más identificado en vida fuera Teresa de Calcuta.

"La muerte es espantosa además de darnos la vida eterna. De repente me sentí mal, la falta de respiración, la oscuridad delante de los ojos, la sensación de debilitamiento de los miembros, este sofocamiento es atroz. Un instante este sofocamiento es infinitamente largo". Faustina Kowalska no ahorra verdades al lector de su diario. Tuvo que pasar por el trance que resume varias veces y no parece que su especial relación con Dios le resultara, dicho 'a lo humano' gratificante. Oigan: "Quiero que también tus últimos momentos sean semejantes a los míos en la cruz. Hay un sólo precio con el que se compran las almas, y éste es el sufrimiento unido a Mi sufrimiento en la cruz". Hay quien dijo, pero no me gusta citarlo, que para los españoles la vida es eso que viene antes de la muerte. Pero quien lo dijo, Hemingway, no entendía ni de la vida ni de la muerte, porque la frase no refleja desesperación sino esperanza... en una vida mejor que empieza un instante después del óbito. La vida de Karol Wojtyla no se puede calificar sino de dura, de extraordinariamente exigente, casi agónica. Se jugó la vida frente a nazis y frente a comunistas, atropellado por un camión estuvo a punto de morir, y el 13 de mayo de 1981 un terrorista turco le disparaba desde unos pocos metros y estuvo a un pelo del tránsito. Supo lo que era el dolor continuo y la amenaza próxima de la Parca. Como Santa Faustina en el claustro él estuvo en agonía en el mundo, pero la sonrisa no se la quitó nadie. Era de los que tenía siempre las maletas hechas, en espera de juicio, y ya se sabe que el buen viajero viaja ligero. Heredó Juan Pablo II de Faustina Kowalska, a la que tanto defendió esa presencia alegre del tránsito, algo que se convertiría en uno de sus carismas personales como Papa. No es de extrañar que una de las santas con las que se sintió más identificado en vida fuera Teresa de Calcuta... una mujer que empezó su 'carrera' hacia el Cielo ayudando a morir a los que no tenían una mano en el último momento. Tres personajes que se 'realizaron' en medio del dolor, porque para ellos, en efecto, la vida era eso que viene antes de la muerte.

 

Kowalska-Wojtyla (IX). "Prepararás al mundo para mi última venida"

 

  • El cristiano siempre va de derrota en derrota hasta la victoria final
  • Santa Faustina hablaba de la Segunda Venida de Cristo, del apocalipsis, con la misma sencillez con la que se refería a la oración.
  • Karol Wojtyla va a beber en esas fuentes y llegará al Concilio Vaticano II.
  • Ya no es ningún secreto que Wojtyla aprovechó el Concilio para enarbolar la causa de Santa Faustina.
  • Una de las notas distintivas menos conocida de Juan Pablo II es su convicción en la veracidad en muchas de las apariciones marianas.

 "Prepararás al mundo para mi última venida". Faustina Kowalska se pasó años, al modo de Jacob, luchando contra Dios. Los encargos que recibía no eran adecuados ni tan siquiera para el más poderoso de los hombres. Cuando aducía a su interlocutor un argumento tan lógico como el de que una monja iletrada, perdida en un convento de una ciudad pequeña, inserta en un país marginal como Polonia, no es quién para preparar a la humanidad para la segunda venida de Cristo, ni tampoco para convertir la imagen de la Divina Misericordia, artísticamente sólo pasable, en mundialmente conocida y reconocida, ni para convencer al mundo de que se abandone en manos de un Dios en cuya existencia no cree, o en que confíe ciegamente en quien ha desaparecido de las páginas de la prensa... recibía la misma respuesta: "tú sola no puedes hacer nada pero conmigo puedes todo". Eso significa dos cosas: que el cristiano siempre va de derrota en derrota hasta la victoria final y que a Dios no le gusta la fama. Ochenta años después, la promesa se ha cumplido. La imagen de la Divina Misericordia te la topas en cualquier iglesia de los cinco continentes, con la leyenda eterna: "Jesús, confío en ti". Y eso que pasó décadas en interdicto por parte de la propia iglesia. En resumen: nadie sabe cómo, pero la devoción a la misericordia divina y el plan de vida y el sistema espiritual que comporta es conocido por el conjunto de la humanidad sin alharacas en los medios. Y, encima, Santa Faustina hablaba de la Segunda Venida de Cristo, del apocalipsis, con la misma sencillez con la que se refería a la oración, la confesión o cualquier otro sacramental o práctica piadosa. Karol Wojtyla va a beber en esas fuentes y llegará al Concilio Vaticano II, en el que la iglesia va a beber en las fuentes de una polaca aún no reconocida y sometida a investigación. Cuando Juan XXIII, en su famoso discurso de apertura del Concilio, se refiere a la necesidad de afrontar el reto de la modernidad por la vía de la misericordia, habla en futuro: será Juan Pablo II quien lleve a la práctica esa teología de la misericordia. En su estilo eslavo: no sólo cedía un ápice doctrinal, sino que avanzaba y conquistaba, doctrinalmente, el mundo. Al tiempo, renunciaba a la imposición en todos los niveles: las decisiones de conciencia las toma cada cual, el papel del pastor es sólo indicarle el camino. Ya no es ningún secreto que Wojtyla aprovechó el Concilio para enarbolar la causa de Santa Faustina, que poco después de la magna reunión sería por fin, rehabilitada y comenzaría su camino hacia la canonización. ¿Cómo no iba a serlo, si los documentos conciliares no eran sino la doctrina de siempre con el añadido de la olvidada misericordia divina? Puede decirse que la inspiradora del Concilio Vaticano II fue una monja en interdicto y que el gran vencedor de la reunión fue el desconocido padre conciliar Karol Wojtyla. Y entre sus victorias se cuenta la llamada universal a la santidad, durante una intervención, escrita a mano. Era la teoría que llevaba vendiendo desde  1928 un sacerdote aragonés, José María Escrivá De Balaguer, fundador del Opus Dei.  Sólo perdió una batalla, que libraron, cómo no, los polacos, probablemente la única sombra del tan malentendido como brillante Vaticano II: la jerarquía polaca no logró sacar adelante un documento dedicado ex profeso a la virgen María. Malo, malo. Tuvo que esperar a ser Papa para cumplir lo que la vidente de Fátima, sor Lucía, llevaba pidiendo desde 1917: la consagración de Rusia y del mundo a su tan dulce como recio corazón. Una de las notas distintivas menos conocida de Juan Pablo II es su convicción en la veracidad en muchas de las apariciones marianas, que han jalonado la segunda mitad del siglo xx, desde Garabandal a Medjugorje. Todas ellas, con una sustancial referencia a la Segunda Venida de Cristo, al apocalipsis, tan de moda en el mundo como fue Fukushima. Pero proclamar la certeza o falsedad sobre las apariciones marianas corre a cargo de los obispos y Juan Pablo II era un hombre que sentía un profundo respeto por las competencias de sus hermanas en el episcopado. Por pura casualidad, en los dos ejemplos antes citados, Garabandal y Medjugorje, los obispos respectivos, no sólo no otorgaron el 'nihil obstat' sino que se opusieron activamente a reconocer las apariciones cuando no se empeñaron obsesivamente en desacreditarlas. Y no lo olvidamos, la almendra de los mensajes de las apariciones marianas del siglo XX hablan de eso: de la Segunda Venida de Cristo y lo bueno y malo que eso supondrá. Nunca como durante los últimos 50 años la madre de Cristo había hablado tan claro pero los complejos de muchos católicos ante el milagro, ante lo extraordinario es grande, demasiado grande. Ahí el mundo nos ha ganado la batalla a los cristianos. Y eso que, para un cristiano, nada debería haber más ordinario que lo extraordinario.