En los delitos de odio se confunden pecado y delito y el juez es más bien el demandante
De un tiempo a esta parte me aterra la cursilería que percibo en el ámbito político: días atrás era Juan Carlos Monedero quien se autocalificaba como “sufridor en el amor”. En el debate parlamentario del jueves Pedro Sánchez exhalaba: “Europa nació para vencer al odio”. ¡Pero cómo se puede ser tan cursi, Peter!
Europa nació para levantar la economía después de la II Guerra Mundial y para que, a través de los lazos comerciales, la historia de los europeos evitara la guerra. Pero el odio circula igualmente en periodos de paz y en periodos de guerra.
Al tiempo, un grupo de rogelios sensitivos se ha querellado contra Ortega Smith, de Vox, por delito de odio (510 del Código Penal, hasta tres años de cárcel, ampliables a cuatro) por, atención, odio hacia las 13 Rosas. Como saben, estas señoras fueron condenadas por colaborar con los autores de un atentado terrorista donde fueron asesinados un militar, su hija y su chófer.
En los delitos de odio se confunden pecado y delito y el juez es más bien el demandante
Es la nueva modalidad de delito de odio: ya no se trata de raza, orientación sexual, religión o sexo: ahora también te pueden condenar por odio al Rogelio histórico. Y ello, aunque digas la verdad.
Para entendernos, los delitos de odio no son una tontería. En más, son una barbaridad, barbaridad muy hortera, según la cual es el acusado quien debe demostrar su inocencia. Debe demostrar que no odia, algo bastante difícil… como siempre que se confunden pecado y delito y donde el juez es más bien el demandante.
Ahora mismo constituyen el peligro más grave contra la libertad de expresión y el instrumento más eficaz contra la disidencia. Como alguien no me guste, sólo tengo que denunciarle por delito de odio. Ya saben: “no me importa que me llamen Pepe, es el retintín con que lo dicen”.