Sr. Director:
RAZÓN Y CORAZÓN. Es frecuente escuchar en boca de muchas personas la manida frase: -Yo me dejo guiar por el corazón. Esto lleva a pensar en la primacía de los sentimientos del corazón sobre la razón, es decir, sobre la conciencia y naturalmente tal proceder conduce a numerosos errores y equivocaciones a veces graves y de vital importancia.
La conciencia es el rincón más íntimo de cada persona y donde se tiene que sondear a la hora de tomar serias determinaciones, aunque en no pocas ocasiones el corazón sufra y se rebele. El Catecismo de la Iglesia Católica recoge unos párrafos del Concilio Vaticano II inestimables y trascendentes: “En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal (…). El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón (…). La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella”. Ello nos lleva, pues, a darle primacía a la valoración de los dictados de la conciencia, lógicamente cuando esa conciencia ha sido formada de manera recta y veraz, y esto es una tarea de toda la vida. “La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón”, nos dice también el Catecismo.
Efectivamente, no se pueden, no se deben seguir los dictados del corazón, los sentimientos, cuando están en contraposición con los dictados de la conciencia. Y dejarse llevar meramente por el corazón conduce, muchas veces, al fracaso. Basta mirar a nuestro alrededor para comprender cuántas decisiones se toman en la vida y cuántos problemas se quieren luego resolver cuando ya no hay alternativa posible porque previamente hubo una negativa a asumir los actos responsablemente.