Se conoce como pena del telediario la tácita condena que recae, sin presunción de inocencia ni proceso debido, sobre quien aparezca en las noticias de la tele detenido por la policía como si fuese un peligroso delincuente con gravísimas acusaciones. Tan infame y antidemocrática maniobra suele responder a intereses de los Gobiernos por humillar y desacreditar al detenido y su entorno, de modo que resulte prejuzgado y presunto culpable para el grueso de una opinión pública poco exigente con las garantías procesales y al que se le induce previa y posteriormente a asimilar tan injustificada condena. Más adelante, y si el «condenado» llegase a resultar judicialmente absuelto, eso ya carecerá de interés y no será noticia, pues se trataba de acabar con él ante la opinión pública y esa misión fue cumplida.
Un ejemplo de tan abusivo e injusto proceder por quienes abusan de su poder para imponer la pena del telediario, lo encontramos en el tratamiento a Manos Limpias y a su secretario general Miguel Bernad, cuya miserable detención tuvo lugar bajo el Gobierno de Rajoy, como reacción a ejercer una inflexible acusación popular en el caso Nóos, que llevó a prisión a Iñaki Urdangarín, sentó en el banquillo a la Infanta Cristina y sirvió para limpiar la familia real de delictivas querencias. Pero lo hizo al precio de llevarse por delante la imagen y fama de Manos Limpias, y especialmente del propio Bernad que, tras padecer 9 meses de prisión y vejaciones a una edad muy avanzada, finalmente ha resultado absuelto por el Tribunal Supremo. No obstante, a sus 82 años sigue teniendo la valentía de liderar las denuncias contra la corrupción de los poderosos con los que no se atrevía nadie; como sucede ahora con la lucrativa familia de Pedro Sánchez. Y de nuevo pagando el alto precio de ser objeto de continuos insultos y descalificaciones desde todos los frentes, incluyendo por supuesto las cloacas del Estado.