Terminaron las Navidades, días para la familia; si falta alguno, se le echa de menos, ¿o no?
Pero lo que da sentido a la Navidad, es el nacimiento de Jesús, que está vivo y es Dios. ¿Cómo? Lo dio a entender con palabras y signos de su divinidad, los milagros. Dijo, entre otras cosas: "Antes de que Abrahán existiera, ya existía Yo" (Juan, 8). "Yo soy la Resurrección y la Vida, el que cree en Mi, aunque haya muerto, vivirá" (a Marta antes de resucitar a Lázaro, ya corrompido en el sepulcro). "El Padre y Yo somos una misma cosa" (Juan 10). "Destruid este templo y Yo lo reconstruiré en tres días" (anunciaba su Resurrección). El Apóstol Tomás, al comprobar la Resurrección, exclamó: "¡Señor mío, y Dios mío!". Las autoridades judías le dijeron: "No te apedreamos por buena obra, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios". (Juan, 10).
El Evangelista Juan dijo de Jesús: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (J. I). En cuanto a sus milagros, ¿quién ha obrado tan extraordinarios prodigios, siempre para ayudar o para alentar la fe? El mayor: resucitarse a Sí mismo.
Hay mucha luz para el sencillo ("Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón". Jeremías, 29, 13); pero el soberbio lleva vendaje ocular y no le entra la luz de la Fe, esa Fe que, "sin obras, está muerta" (Santiago, 2, 14-26).
Josefa Romo