Sr. Director:
Lo señalaba recientemente Pierre Dockès, Profesor honorario de Economía en la Universidad de Lyon-2: “la capacidad de pensar con autonomía, incluso de pensar en absoluto, está en peligro”. Llega a plantear una “insurrección cívica” frente a las manipulaciones de datos mediante algoritmos orwellianos al servicio de las grandes empresas y de los Estados: es el gran riesgo de la revolución digital. Otra gran paradoja del progreso: el espíritu libertario que acompañó al nacimiento de las redes sociales, se está transformando en nuevas y expansivas alienaciones. No es casual que, cada uno a su aire, Donald Trump y Xi Jinping coincidan en defender a las “GAFA” o a Alibaba…
No necesariamente “el mensaje es el medio”, pero las redes sociales amplían hasta lo imposible la capacidad de mentir, de manipular. Lo clava la leyenda de un dibujo de Goncé sobre la “maravilla de la miniaturización”: miles de polémicas diarias en 15 cm. de smartfone… A este propósito, se me ocurrió preguntar a Google qué es la verdad. Me contestó con 430 millones de resultados en menos de un segundo. Menos mal que comenzaba con dos definiciones que podían enlazar con la cultura clásica: adecuación entre una proposición y el estado de cosas que expresa; conformidad entre lo que una persona manifiesta y lo que ha experimentado, piensa o siente.
Al principio y al final, la persona; y, por tanto, la educación. Hace unos días publicaba La Vanguardia una entrevista con Stavros Yiannouka, CEO de la Cumbre Mundial para la Innovación en la Educación. Refleja su preocupación por el impacto de la tecnología en la enseñanza, que exige estudios muy detenidos. En todo caso, considera que la lectura y la escritura son áreas de conocimiento “no negociables”. La tecnología es sólo una herramienta. Puede ser muy transformadora, como en su día lo fue la imprenta. Pero es pronto para saber qué supondrá Internet en el futuro de la cultura humana y, concretamente, en la enseñanza: a su juicio, la clave seguirá siendo la calidad del profesorado.