Sr. Director:

El crecimiento desenfrenado de las poblaciones de especies de grandes carnívoros en Europa trae consigo la recolonización de las zonas rurales, e incluso urbanas, por parte de tales especies. Prueba de ello es la presencia de lobos, osos e incluso linces en lugares donde no se les veía desde hace décadas, o nunca antes siquiera. Los perros, las ovejas, los terneros, los ponis y los humanos son víctimas de ataques incontrolados que provocan desde rasguños hasta la muerte en muchos casos. En Francia tan solo en el año 2020 la población de lobos en el territorio nacional acabó con la vida de 9.872 animales, principalmente ovejas. En Rumanía, entre 2018 y 2021, los osos han matado a casi una treintena de personas.

El coste para los contribuyentes europeos asciende a 28 millones y medio de euros al año en concepto de compensaciones por los daños provocados a los animales, a los bienes materiales y a la infraestructura local. El coste medio anual por depredador entre 2005 y 2013 fue de 2.400 euros en el caso del lobo y de 1.800 en el caso del oso. Si sumamos a ello el coste de las medidas de mitigación impuestas a los agricultores, silvicultores y habitantes de la zonas rurales en el contexto de su vida diaria, el programa LIFE costó 88 millones de euros desde su creación, más los 36 millones adicionales que se han prometido destinar a otras medidas.

No obstante, el verdadero coste de este problema no es de índole económica, sino psicológica, por los efectos que puede causar a las personas y los animales domésticos.

Desde los casos de heridas hasta los abortos, pasando por la disminución de la fertilidad y la pérdida íntegra de los rebaños, los ganaderos padecen diversos daños psicológicos. Los perros pastores para proteger al rebaño, financiados parcialmente con fondos de la Unión Europea, a menudo acaban heridos o muertos a causa de la intensidad física del ataque de un depredador.

Ante un episodio semejante, un ganadero tiene que soportar la pérdida de su rebaño, la pérdida de sus ingresos, el incremento de los costes de la mano de obra y del material, además de tener que financiar con fondos propios el 20% de las medidas de protección adoptadas. A esto se le añade la presión psicológica de estar constantemente en vilo por el próximo ataque que ocurrirá, sin saber si el rebaño sobrevivirá al cabo de la noche. Algunos ganaderos se han acostumbrado a pasar la noche en un saco de dormir junto a sus rebaños, alejados de sus familias y sus casas, con la intención de proteger así su medio de subsistencia. Por su parte, los habitantes de las zonas rurales viven con el sentimiento de que el pueblo que conocen desde siempre o en el que han decidido residir ya no es un lugar seguro. Y los senderistas o turistas se sienten todavía más en peligro al pasear por un paraje natural en el que hace cinco años quizás no había ni depredadores y donde ahora son numerosos y peligrosos.

Las medidas de protección no resultan eficaces para frenar los crecientes ataques ni su ferocidad. Las zonas más protegidas son aquéllas en las que los depredadores ejercen una mayor presión. En efecto, los depredadores logran pasar por encima o por debajo de los cercados, se acostumbran a los ruidos fuertes que forman parte de sus rituales de ataque, y los edificios de las granjas se convierten en un espacio confinado del que las presas no pueden escapar. Además, en las zonas que los grandes carnívoros van recolonizando, los depredadores pocas veces sienten miedo de los humanos, debido a su falta de contacto con ellos o al temor por los asentamientos urbanos, por lo que los dispositivos para espantarlos no les afectan realmente.

La inacción de la UE en este ámbito supone una grave violación del bienestar de los animales. Pareciera que se considerara superfluo el bienestar del ganado y fuera normal que sufriera para que las especies salvajes puedan sobrevivir. Si bien al principio la disminución de las especies depredadoras era un factor de preocupación, hoy en día, al no limitarse los ataques, el hecho de que haya comida a su libre disposición hace que estas poblaciones crezcan exponencialmente y de forma incontrolada.

Cada año se retiran fondos del presupuesto de la PAC para poner en marcha esas medidas que no logran su objetivo y lo único que hacen es privar a los agricultores de financiación que podrían aprovechar para fines económicos más importantes.

Mientras tanto, surgen las siguientes preguntas:

¿Cuándo tomará medidas la Comisión para proteger a sus ganaderos, ciudadanos y animales domésticos?

¿Esperará a que ocurra el primer ataque a un habitante de una zona urbana en su proprio jardín?

¿Será entonces demasiado tarde para actuar?