Sr. Director: Es cierto que a la invención de la imprenta siguió un afán lector, pero nada comparable a lo sucedido con la red y los dispositivos móviles. Tengo la sensación que el abuso de estas tecnologías ha convertido a nuestras calles en un gran muestrario de nucas y a las conferencias en otro de coronillas. Es un hecho que cada vez más personas hacen su vida en Internet, y el tiempo dirá si eso es bueno, malo o inocuo, o si a eso se le puede calificar como vida. Las cámaras incorporadas a los teléfonos y tabletas permiten hoy inmortalizar cualquier instante, aunque especialmente están siendo utilizadas para el autorretrato, una aplicación cada vez más generalizada y que seguramente precisa de alguna que otra reflexión. El espejo, hasta ahora, servía para revisar nuestra imagen, pero sin salir de nuestras retinas. Los selfies, sin embargo, nacen para ser compartidos, aunque puedan dárseles también el uso individual del espejo. Esa difusión del autorretrato por las redes sociales se asemeja, pues, a una compañía masiva ante la luna del escaparate, en el que quien se mire verá detrás a una multitud de personas de todo tipo, incluso a quien no quiere ver ni que le mire. Como es natural, eso no puede tener nada de normal aunque millones de personas lo utilicen con aparente normalidad. Jesús Martínez