Incorrecto en lo político por convicción, me apresto a contar las maldades de los jerarcas, mayimbes y cuanta colección de líderes reinantes en el estercolero nutrido de votos pululan en el convencimiento de que ellos sí van a resolver las cuestiones de los ciudadanos. No pienso cohibirme y todos se llevarán su ración. De esa manera, compenso de alguna forma el caudal de heces que han repartido por el mundo pensando que somos imbéciles o que nos chupamos el dedo.

Los hay cantantes, una especial colección en la que se entremezclan aprovechados que componen sus trovas a cuanto dictador se encuentre instaurado en el poder y titiriteros; esos que se complacen en programar conciertos “a la cañona” a  favor de una paz como si estuviésemos en guerra o algo por el estilo. A todos ellos mi más digno y altivo dedo al aire para mostrarles el camino por el que deben dirigirse.

También los hay aliancistas de extrañas civilizaciones que, por aquello de las estrategias geopolíticas, pretenden congraciarse con regímenes tenebrosos riéndoles cuantas gracias, caprichos y deseos les reclamen. En ese sentido, estos gerifaltes autodenominados demócratas se reúnen con la pandilla acostumbrada y acceden a ignorar a las disidencias, a despreciar a los presos políticos, a dejar embarcados a estadistas decentes y a echar la vista a otro lado cuando les comentan que compraron armas en países eslavos y se abrazaron a fieles colegas allende los montes Elburz.

Por último, tenemos a ese oscuro sujeto del deseo que se pasea cual tribuno iluminado lanzando peroratas de huecas palabras cual flautista de Hamelín sin darse cuenta de que las ratas se le acumulan a sus espaldas. Espero que sepa, que tan pronto deje de sonarle la flauta, éstas lo coserán a navajazos en un próximo idus de marzo.

Por el momento, este imperator ignorará a los presos políticos y a la disidencia interna en la próxima fiesta del chivo que se organice. Sabemos que asistirá a la misma con el conjunto de trileros y tiralevitas culturales, muchos de los cuales fueron firmantes de cartas acusatorias para mayor escarnio a las personas que luchan por la Democracia y los Derechos Humanos que se pudren en lejanas ergástulas.

Ya se dijo hace tiempo sobre Escipión el africano: si no lo hace a la entrada, lo hará a la salida. Mucho me temo que este hijo de Escipión no sólo lo hará a la entrada, sino que repetirá a la salida.

A partir de ahora lo verán más claro cuántos leyeren y entendieren este discurso. Estamos ante los preparativos para que un criminal gobierno se siente junto a los fraternales, libertarios e igualitarios demócratas que adornan las cancillerías del falansterio occidental y saluden a unas masas ya somatizadas por vaya usted  a saber qué pócimas con las que tupieron sus cachimbas buenistas.

Dentro de unos años, cuando se muestren las barbaridades y fechorías sobre unas regiones martirizadas de una península bolivarizada, estos mismos huéspedes del tabernáculo se rasgarán las vestiduras aduciendo su total desconocimiento de los hechos. Entonces, ¿qué haremos? ¿Alzaremos los hombros concluyendo que lo mejor será no hacerlo la próxima vez o los sentaremos a todos en el banquillo de un futuro Nüremberg peninsular?