Sr. Director:

Satanás, para eliminar a la Iglesia Católica y a España, estableció un plan maléfico, perverso, desacralizar a la Iglesia Católica y envilecer a la mujer. El resultado de esa Gran Batalla ya lo estamos viendo: la Iglesia desacralizada y el feminismo radical.

El Estado de España está en la UCI. Es vergonzoso, deprimente, que por un simple beso a una deportista por el presidente de su federación, se haya desatado una polémica bien organizada, para distraer la atención de los españoles de la gravísima situación que estamos viviendo. Dios nos ha dado un respiro, todavía no tenemos gobierno para España.

En estos días todos los españoles sean de la ideología que sean, tenemos que reflexionar, meditar, pues somos seres creados a imagen y semejanza de Dios. Todo ser humano ansía por la paz, por la convivencia, por la fraternidad. No se pueden satisfacer esos deseos si prescindimos de Cristo, Verdadero Dios y Verdadero hombre, que manifestó con los milagros que realizó su divinidad. Incomprensiblemente a este Único Salvador del mundo, ni tan siquiera se le nombra en muchos lugares de la Iglesia que Él fundó, y como consecuencia el pueblo, en su mayoría, ha perdido la fe. Por tanto, como la Iglesia no instruye a los fieles para su santificación y salvación, y la Divina Eucaristía está arrinconada en muchos lugares y repartida como si fuesen galletas, tendrá que venir el Señor para establecer su Reino, de santidad y de gracia, y la Santísima Virgen será la triunfadora junto a su Divino Hijo. Habrá conversiones radicales al estilo de la de San Pablo. Pero el preludio de esa Segunda Venida será la Gran Tribulación anunciada por el mismo Cristo. “¿Quién presenciará con ojos de fe esta era milagrosa? Aquellos que en la aparente distensión de la rutina cotidiana no se dejaron contagiar por el naturalismo estúpido del mundo moderno y supieron escuchar los céleres pasos de Dios, que viene a segar, quemar y plantar. Aquellos que, superando el pragmático materialismo de la sociedad neopagana, tuvieron la valentía de creer que la vida de un cristiano no se ajusta a ningún estándar de normalidad mediocre, sino que está repleto de epopeyas grandiosas. Ellos reconocerán que Dios es justiciero y misericordioso. Y vendrá con poder para renovar la faz de la tierra. Adquiramos y conservemos esta certeza, si no queremos que las gloriosas obras de Dios nos sorprendan y asusten, como Jesús caminando sobre las aguas atemorizó a los Apóstoles”. (Entrecomillado tomado de la Revista de los Heraldos del Evangelio)