Sr. Director:

No es nostalgia, sino sentido de la oportunidad. Ha pasado poco más de un siglo de la publicación por Oswald Spengler de La Decadencia de Occidente, justo al final de la primera gran guerra. Muchas cosas han sucedido desde entonces, y no pocas esperanzadoras, como la constitución de la Unión Europea, años después del segundo gran conflicto mundial. Luego, la caída del Muro abrió nuevos horizontes de libertad y convivencia que, por desgracia, no acaban de consolidarse.

Nadie podía predecir que la expansión de un virus maligno, procedente de China, pondría todo patas arriba en el mundo entero; quizá de modo especial, en los países más desarrollados y tan seguros de sí mismos que bordeaban la arrogancia.

Un amigo se hacía eco hace unos días de la perplejidad de los epidemiólogos ante la difusión de la patología en las naciones más avanzadas: Europa, Estados Unidos, Canadá. Recuerdo el mensaje de tranquilidad que lanzó algún experto, a primeros de marzo: no había que tener miedo, ni pensar en los precedentes históricos, ni en grandes creaciones literarias como las de Manzoni o Camus; porque el desarrollo científico y clínico era capaz de superar los problemas.

La gran sorpresa es que, contra toda lógica, la pandemia causa muchas más víctimas en los países desarrollados que en zonas donde lo endémico es el déficit en educación e higiene, el exceso de insalubridad, los hacinamientos. Como si, a juicio de un lector, la pobreza y la inmundicia crearan su propia inmunidad.