Desde la Asamblea de Objeción Fiscal al Ejército, la Corona, la Iglesia y la Deuda, alentamos a los padres a no comprar juguetes bélicos para los niños.
Buena parte de los crímenes que se generan en el hogar, en la calle, o entre identidades o países, no hay que buscarlos en quien se supone violento.
La cultura de la represión y la violencia están tan arraigadas en nuestra mente, que el criterio para separarlo de la paz no tiene filtro. Nadie en su sano juicio se atrevería a jugar a apuntar y disparar a otra persona con un arma real, pero buen número de juegos son una simulación de este crimen.
Desde nuestra más tierna infancia, nuestros padres ponen a nuestra disposición todo un abanico de juguetes y juegos bélicos para simular el asesinato del prójimo. Los recuerdos de infancia jugando a "indios y vaqueros", "policías y ladrones" o nuestros hijos con sus violentos videojuegos son dos caras de una misma aberración alentada por una cinematografía que resuelve toda su trama con el asesinato y la venganza.
La creación de un ambiente familiarizado desde la infancia con los juegos de tiros, ametrallamientos, cuchilladas, sablazos, explosiones, bombardeos, no tiene porqué desembocar en una conducta criminal, pero sí, insensible con el dolor ajeno y tolerante con instituciones que utilizan las armas para "arreglar" sus contiendas, en la que el ejército es su máximo exponente.
La familiaridad con la resolución de conflictos mediante el asesinato o la violencia, denota en los padres y adultos una pobreza extrema en recursos emocionales y diplomáticos. Los juegos de la convivencia y la paz no tienen que ser lo anecdótico durante el crecimiento del niño, sino lo cotidiano de cada día, como no lo deberían ser el uso de videojuegos violentos o competitivos. El problema alcanza rasgos de patología psiquiátrica cuando nos escandalizamos, si en horario infantil nuestros niños ven imágenes de sexo.
Pero sin ningún rubor, ponemos a su disposición todo un abanico de juguetes bélicos. Como si el sexo fuese algo más peligroso que un fusil kalashnikov.
No necesitamos armas, sino juegos emocionales contra los celos para evitar los crímenes en el hogar; juegos emocionales para incluir a aquellos que excluimos y optan por la delincuencia. No queremos armas, queremos juegos emocionales para entender que las necesidades de las personas están por encima de las fronteras. Necesitamos el arma del autoestima contra el afán de poder y lucro de quienes nos meten en el genocidio de las guerras. Esas armas se fabrican en el corazón de los seres humanos, en el corazón de los padres, no en los emporios armamentístico-militares.
Antonio Canaves Martín