Nada por aquí, nada por allá… y Tezanos, al frente del CIS y con mucha antelación, se sacó de la manga de su demoscopia un resultado electoral que nadie se creía, pero que se parece tanto al recuento oficial cantado por Marlaska, que con toda verdad se puede decir que el CIS de Tezanos “lo clavó”. Y como Tezanos, a diferencia de lo que decían todas las encuestas, en esta ocasión acertó por primera vez, por eso dicen los más desconfiados que, en realidad, los sorprendentes datos del CIS de Tezanos no tenían otro objetivo que ir preparando a la opinión pública para el no menos sorprendente triunfo del partido socialista de las pasadas elecciones, cocinadas en un puchero.

¡Mucho facha y mucho inculto es lo que hay! Fascistas y retrógrados que no se han enterado que la demoscopia es una ciencia…, pandilla de antidemócratas iletrados que ni siquiera se han enterado que “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, que es una bestialidad, que es una brutalidad”, como se canta en la popular Verbena de la Paloma. Así es que parafraseando la letra de esta misma zarzuela se les podría decir a todos esos nostálgicos de tiempos oscuros que “el socialismo de ricino ya no es malo de tomar, se administra en pildoritas y el efecto siempre es igual”.

Claro que como también decía Ortega, todo el mundo tiene su porciúncula parte de razón, incluidos los que sospechan que ha habido un pucherazo de padre y muy señor mío, y que por lo tanto no estaría de más revisar las actas una a una para comprobar lo que en realidad ha pasado en el tratamiento informático de los resultados, para enfriar el caletre de los amoscados electores. Y es que lo de la verbena de la Paloma tiene para dar la razón a tirios y a troyanos, pues canta así en otra estrofa: “El calor que hace esta noche sí que es una atrocidad, y yo tengo a todas horas la cabeza tan sudá”.

Tezanos no tenían otro objetivo que ir preparando a la opinión pública para el no menos sorprendente triunfo del partido socialista

No será por falta de precedentes, porque el pucherazo en España ya tiene una tradición centenaria. El invento de tan peculiar trampa electoral coincide con las primeras elecciones, cuando nacía el régimen liberal durante el reinado de Isabel II (1833-1868). Y la denominación de origen del pucherazo es catalán, según denuncia presentada en el Congreso de los Diputados, como consta en el Diario de Sesiones del día 1 de enero de 1847, página 92.

El invento del pucherazo tuvo lugar en 1846 en Guixes, una pequeña aldea de la provincia de Lérida, perteneciente al partido judicial de Solsona, que entonces debía tener cerca de mil habitantes, pero que demográficamente ha ido a menos, porque hoy no llega ni a 200, a pesar de que en sus inmediaciones han construido una pequeña urbanización.

A principios del siglo XIX todavía no se había impuesto lo de los colegios electorales, y aunque así hubiera sido, en el caso que nos ocupa da igual, porque entonces Guixes no tenía ni escuela para los niños. Y a falta de colegio para depositar el voto, se eligió una taberna para tan político menester.

Por entonces el sufragio era censitario, es decir solo votaban los capaces o si se quiere por utilizar el término francés: los ciudadanos activos. Porque fue de la Revolución Francesa de donde nosotros importamos el descubrimiento de que los ciudadanos se dividían en activos y pasivos, dependiendo de la cantidad de impuestos que pagasen. Y es que por entonces se creía que la pobreza era un signo de estupidez, como literalmente proclamó el diputado Calderón Collantes en el Congreso, sin que ningún padre de la patria se inmutase, por la sencilla razón de que todos los allí presentes estaban de acuerdo con semejante sentencia.

Por esta manera de pensar, cuando se inventó lo del pucherazo en España eran tan pocos los españoles con derecho a voto, que en 1846 de una población estimada en unos trece millones de españoles, no llegaban ni a cien mil los que podían votar.

Durante la Restauración, las trampas electorales se perfeccionaron y fueron sistemáticas, de manera que no hubo elección que no se viera afectada por ellas

Por todo lo expuesto se comprenderá que los votantes de Guixes no es que fueran pocos, es que eran poquísimos y, por lo tanto, todos sabían de qué pie cojeaba cada vecino.  Y por aquel entonces, políticamente, solo se podía cojear de dos maneras: o se apoyaba al partido moderado, cuyo jefe acabó siendo el general Narváez (1799-1868), o se tenían las preferencias puestas en el partido progresista, a cuyo frente estaba el general Espartero (1793-1879), que fue sucedido al mando del partido por el también general Juan Prim Prats (1814-1870).

Así las cosas, cuando llegó el día de la votación se reunieron con antelación en la taberna de Guixes todos los votantes del mismo partido, y una vez dentro cerraron las puertas a cal y canto, de manera que cuando llegaron los adversarios políticos ya no pudieron entrar. Todo había sido previsto días antes en una meticulosa conspiración, pero se les escapó un detalle. A la hora de depositar los votos, los encerrados se dieron cuenta de que no habían traído la urna. Problema que al instante fue resuelto por el dueño de la taberna con la siguiente fórmula: “Pues a falta de urna para votar, bien puede valer un puchero”.

Podría pensarse que lo del falseamiento de los resultados electorales fue propio de los inexpertos comienzos del régimen liberal. Pero lo cierto es que cuando el sistema se consolidó en la segunda mitad del siglo XIX, durante la Restauración, las trampas electorales se perfeccionaron y fueron sistemáticas, de manera que no hubo elección que no se viera afectada por ellas.

La Restauración se basó en el turnismo, aceptado por el partido conservador de Cánovas (1828-1897) y el partido liberal Sagasta (1825-1903). De manera que primero se cambiaba el poder ejecutivo, y el Gobierno entrante convocaba las elecciones, que naturalmente nunca las perdía. Para lograrlo, desde el ministerio de Gobernación se elaboraban los encasillados, con los candidatos que había que convertir en diputados. Y de rematar la operación, a gusto del Gobierno de turno, ya se encargaban los caciques locales al servicio de cada uno de los partidos.

El malagueño Francisco Romero Robledo (1838-1906), conocido como “el pollo de Antequera”, ya que según decían era bastante golfo y su presencia tenía más que ver con Don Juan que con Montesquieu, fue el más aventajado de todos en el cocinado de los resultados electores, demostrando una gran destreza en el manejo del encasillado y del pucherazo, por lo que también ha pasado a la Historia con el alias de “El Gran Elector”.

Los socialistas ya no tenían más agarradero democrático en el pasado que las elecciones de febrero de 1936, que oficialmente dieron el triunfo al Frente Popular

Y se me dirá que los que sospechan que Pedro Sánchez ha hecho trampas en las pasadas elecciones no se pueden acoger a los precedentes del siglo XIX, porque aunque el PSOE también se fundara en otra taberna, la de Casa Labra del madrileño barrio de Tetuán, esto no sucedió hasta el 2 de mayo de 1879. Claro que también resulta comprensible que, después de lo de la tesis doctoral de Pedro Sánchez, haya gente que se acoja a la sentencia popular que dice que el que hace un cesto hace ciento, si le dan mimbres y tiempo.

Pero es que la historia continúa y no se detiene con la fundación del PSOE. En las elecciones de abril de 1931 los socialistas ya tuvieron un protagonismo destacado. Y sucedió entonces que se celebraron unas elecciones municipales, en las que las candidaturas monárquicas sacaron mayor número de concejales. Pero interpretando los resultados con la regla de los cerdos de la granja de Orwell, que en cuestiones electorales dice que todos los votos son iguales, pero algunos más iguales que otros, como en las capitales de provincias sacaron más concejales republicanos que monárquicos, los socialistas y sus socios políticos proclamaron la Segunda República y mandaron al exilio al rey Alfonso XIII.

Y contra esa historia oficial que circula como la falsa moneda, proclamando que los socialistas durante la Segunda República fueron el no va más de la quintaesencia de la democracia, resultó que dos años después de proclamarse la Segunda República los socialistas perdieron las elecciones y reaccionaron dando un golpe de Estado en 1934, que dejó herido de muerte al régimen y abrió la senda hacia la Guerra Civil.

Así las cosas, los socialistas ya no tenían más agarradero democrático en el pasado que las elecciones de febrero de 1936, que oficialmente dieron el triunfo al Frente Popular. En sus resultados han fundamentado los socialistas su legitimidad política y su condena del alzamiento del general Franco. Y como siempre hay gente dispuesta a estropear la fiesta ajena, a los profesores Álvarez Tardío y Villa García, después de una concienzuda investigación, no se les ha ocurrido otra cosa hace un par de años que publicar un libro de más de seiscientas páginas, titulado 1936 Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular.

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá