“En la vida olvidaré aquello… En una hondonada entre aquellos solares había regados por el suelo unos catorce cadáveres. Enseguida comprendí que eran monjitas; algunas tenían restos de hábitos. Me quedé suspensa mirando; algunas estaban casi desnudas; otras estaban caídas en montón; una estaba de espaldas y tenía las manos juntas como rezando. ¡Dios mío, qué horror! El suelo estaba regado de manchas oscuras y de pedazos de trapos y las caras, hinchadas y negruzcas, daban miedo.

En aquel cuadro de espanto se movían de un lado para otro tres mujeres, dos chicos y un perro; les estaban quitando a los cadáveres lo que podían aprovechar; los zapatos, las medias, los vestidos…, un chico llamaba a otro para que le ayudase a desenredar un rosario del que tiraba…, una mujer había apoyado un cadáver contra ella y se afanaba en desatar o desabrochar algo… Daba asco y espanto ver aquello, en pleno sol, bajo un cielo hermosísimo”.

En una hondonada había regados por el suelo unos catorce cadáveres. Enseguida comprendí que eran monjitas; algunas tenían restos de hábitos

Estos párrafos pertenecen al diario que “Paloma” escribió, en el que cuenta sus vivencias en Madrid, durante el primer año de la Guerra Civil española. Dicho diario se publicó por primera vez en 1939 con el título Paloma en Madrid. Memorias de una española. De julio 1936 a julio 1937. Y esta misma semana ha aparecido en las librerías la segunda edición, que encabeza una colección de libros de la editorial San Román titulada Testigos de la Guerra Civil Española.

Paloma es el seudónimo que oculta la identidad de la autora del diario, una andaluza llamada María Cabrera Zapata, nacida en Arcos de la Frontera el 12 de septiembre de 1902. El autor del libro es Alfonso Ascanio, quien respetando fidelísimamente los sucesos que se cuentan en el diario, corrige el estilo y oculta los nombres de los protagonistas. Se entiende que así lo hiciera, pues si bien la primera edición es de 1939, el original se dio a la imprenta en 1938, cuando todavía no había acabado la Guerra Civil.

Prueba de la fidelidad al contenido del diario original son dos fotos del cuadernillo de 16 páginas que ilustran la edición. Paloma ayudó a unas cuantas personas que eran perseguidos por el Frente Popular, a unos les escondió en su casa y cuando pudo a otros les buscó un refugio en las embajadas, como es el caso de uno de sus amigos llamado Arturo.

En el libro se cuenta cómo Arturo pudo refugiarse en un piso de la calle Marqués de Riscal, perteneciente a la Legación de Rumanía. Pero lo que no dice el libro es el nombre de la persona con la que Paloma se entendió. Por eso, es todo un acierto que en el cuadernillo de fotos se publique esa página manuscrita del diario en la que Paloma cuenta que fue Henry Helfant su contacto en la embajada.

El relato de Paloma concuerda con las investigaciones llevadas a cabo recientemente. En efecto, la Legación de Rumanía realizó una importante ayuda a los refugiados, que ha sido estudiada por un colega y gran amigo mío, Antonio Manuel Moral Roncal, catedrático como yo de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá, en su libro Estudios sobre el asilo diplomático en la Guerra Civil Española. Concretamente en el capítulo II del libro, titulado El asilo de la Legación Real Rumana a través de los archivos españoles y rumanos, páginas 41 a 76, el profesor Moral Roncal afirma: “El embajador rumano en España, Ioan Th. Florescu, se trasladó a territorio francés, por lo que al frente de la Legación Real rumana se situó el consejero Constantin Zanesco, que sería nombrado encargado de negocios y ministro plenipotenciario más adelante; el cual contó con la ayuda del agregado comercial y de prensa Henry Helfant”.

Pocos relatos tan vivos como este se pueden leer de lo sucedido en “el Madrid rojo” de la Guerra Civil. Paloma retrata la verdad de la vida en la capital de España durante esos meses: los registros de los milicianos en las casas, los asesinatos a plena luz del día, las checas, la práctica de una religión de catacumba, la lucha por encontrar comida para sobrevivir…

Pero lo que más me ha llamado la atención de estas páginas es el verdadero motivo que a Paloma le impulsa a huir del bando republicano, para pasarse al bando nacional a través de Francia. A Paloma le sorprende el estallido de la guerra en Madrid con sus dos hijos y con su madre. Esta mujer que se levanta cuando faltan tres y cuatro horas hasta el amanecer para pedir la vez en las colas donde puede conseguir alimentos o carbón, llega a pasar verdadera necesidad. Y sin embargo, lo que de verdad le empuja a abandonar Madrid es la degradación moral con que se vive en la ciudad, envuelta en una atmósfera que no quiere que la respiren sus hijos.

Por si fuera poca la riqueza informativa del diario de Paloma, esta segunda edición de la editorial San Román ha corrido a cargo de uno de los mejores conocedores de la Guerra Civil en Madrid, como es José Manuel Ezpeleta, que ha enriquecido el texto original con unas notas a pie de página de sumo interés, que ayudan a comprender y a encuadrar históricamente el relato de Paloma.

Quiero acabar el artículo de este domingo con unos párrafos del prólogo de José Manuel Ezpeleta, que describen con exactitud la aportación de esta publicación: “El libro sacado de las notas escritas a mano, tiene un valor histórico importantísimo a la hora de describir la forma aleatoria y caprichosa de cómo se detenía a la gente, sin más pretexto, que el de ser sospechoso por fascista, además de sentir de cerca el peligro constante en las calles, en los domicilios y en los sótanos cuando se producían los bombardeos aéreos.

Socialistas y comunistas sumergieron a Madrid en la mayor degradación moral: una ciudad, envuelta en una atmósfera que nadie puede de ser respiren sus hijos

Entre muchas barbaridades, Paloma vio con su hijo pequeño cadáveres tirados cerca del Hipódromo o en las proximidades del cuartel de la Montaña. Sufrió la violencia y el terror cómo cientos de habitantes a la hora de caminar por las calles en busca de alimentos o simplemente en las colas en busca de leche para los suyos.

Al igual que cientos de personas, ella también tuvo que abandonar su casa y buscar refugio en distintos domicilios hasta encontrar el más idóneo para ella y sus hijos, demostrando una gran destreza a la hora de bandear patrullas de milicianos, controles callejeros y vecinos poco fiables, pero su empeño fue superior y con la ayuda de la Virgen, supo sortear los peligros de aquel Madrid republicano, pues en varias ocasiones, ella misma, se encomendó a la Virgen en momentos de gran angustia espiritual.

Un aspecto de suma importancia y que a menudo pasa desapercibido, para comprender cómo la Iglesia perseguida en Madrid seguía funcionando de manera silenciosa pero eficaz, es todo el culto religioso llevado a cabo en domicilios particulares con el peligro que ello tenía a la hora de ser descubierto. Me refiero a cuando María —Paloma en el libro— logra rescatar de su casa ya destruida por los bombardeos, las imágenes de la Virgen de la Pureza y del Perpetuo Socorro y llevarlas a su última casa donde se refugió. Allí tras buscar un sacerdote y con ayuda de la Providencia, lo encontró, resultando ser un sacerdote del Santuario del Corazón de María. Montó un pequeño altar y en compañía de varios vecinos, asistieron a una Misa clandestina, como otras muchas que se celebraron en Madrid por sacerdotes ocultos y protegidos en su mayoría por Don José María García Lahiguera.

La Iglesia perseguida en Madrid seguió funcionando de manera silenciosa pero eficaz, con el culto oficiado en domicilios particulares

En definitiva, nos encontramos ante un libro que nos enseña la tenacidad y el ímpetu de una mujer, que no se arrugaba ante nada ni ante nadie. Ella siempre demostró una gran entereza y valor como ejemplo de persona íntegra física y espiritualmente, que supo en todo momento atender a sus hijos y a los demás. Siempre demostró tener unos valores humanos y una honestidad pétrea en situaciones muy difíciles de mantener en aquel ambiente revolucionario en el que se convirtió Madrid.

Finalmente, y tras pasar varias dificultades a la hora de sacar el pasaporte y poder salir de la capital, logró salvarse con sus hijos y dejarnos a través de sus cuartillas un relato en primera persona, que nos muestra a modo de ejemplo, cómo se vivió aquella guerra en una ciudad llena de peligros y persecución religiosa contra toda aquella población inocente que padeció las penurias, la persecución y los asesinatos”.

Y de despedida, permítanme una recomendación para que no cometan el mismo error en el que yo incurrí: no empiecen a leer este libro después de cenar, engancha de tal manera que no se puede soltar hasta el final y se pierde toda una noche de sueño...

Javier Paredes

Catedrático de la Universidad de Alcalá