El 12 de abril de 1931 no se votó en referéndum si España debía ser una monarquía o una república. Lo que sucedió, en realidad, fue que se celebraron unas elecciones municipales, en las que las candidaturas monárquicas obtuvieron más concejales que sus adversarios. Pero los republicanos reescribieron la máxima de la democracia porcina de la granja de Orwell, “todos los concejales somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros”... y proclamaron la Segunda República.

Los socialistas y sus aliados dieron un golpe de Estado en 1934 y un pucherazo en 1936

Unos años después, el PSOE y sus aliados de izquierda y separatistas volvieron a atentar contra la democracia y dieron un golpe de Estado en 1934, porque se negaron a aceptar la victoria electoral de la derecha en las elecciones de noviembre de 1933. Y como los socialistas y sus aliados no se salieron con la suya, porque su golpe de Estado fracasó, en las elecciones de 1936 no quisieron correr riesgos y dieron un pucherazo, como han puesto en evidencia los profesores Álvarez Tardío y Villa García en su investigación, que han publicado bajo el elocuente título de 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular.

En honor de la verdad, hay que reconocer que en la izquierda hay auténticos prestidigitadores en la utilización de los medios de comunicación, de manera que amplios sectores de la sociedad española han comprado la milonga de que la Segunda República es sinónimo de democracia. Aunque tan cierto como lo anterior, es que el éxito de esta propaganda engañosa no es un mérito exclusivo de la izquierda, porque la izquierda siempre encuentra colaboración en el sector de los tontos útiles de cierta derecha cobarde y acomplejada.     

El ADN de la Segunda República se demuestra en que los incendios no comenzaron en el 36, sino en el 31, contra los jesuitas madrileños

Y si mal se avino la Segunda República con la democracia, todavía tuvo peor trato con la libertad. Miguel Platón ha escrito un libro titulado Segunda República: De la esperanza al fracaso, señalando con pruebas documentales las carencias democráticas de un régimen, que desde el principio se comportó como una tiranía. Este autor cuenta con detalle los ataques contra la libertad de prensa. En una de las últimas páginas del libro de Miguel Platón, y a modo de conclusión, se puede leer lo siguiente: “Durante la práctica totalidad del período republicano el Gobierno estuvo capacitado para sancionar a los medios de comunicación, prohibir su difusión o incluso cerrarlos, medida que aplicó en miles de ocasiones. Nada parecido hacían, ni podían legalmente hacer, los Gobiernos de países como Gran Bretaña, Francia o los Estados Unidos”.

El Gobierno republicano sancionó, censuró y cerró medios de comunicación durante toda la etapa republicana

Y si contra lo que sostiene la propaganda, antaño llamada roja y hogaño denominada progre, la Segunda República ni fue un modelo de democracia ni respetó la libertad de los españoles. Hay que añadir, como remate, que el comportamiento de los políticos republicanos fue de una intolerancia atroz. Los insultos y las descalificaciones dejaron paso a las amenazas de muerte, pronunciadas incluso en sede parlamentaria. Y, por desgracia, todo esto no se quedó solo en palabras, sino que pasó a los hechos. El crimen más sonado de todos y que actuó de detonante de la Guerra Civil fue el asesinato de Calvo Sotelo, uno de los principales líderes de la derecha. Los socialistas se presentaron en su casa el 13 de julio de 1936, a las tres la mañana, delante de su familia se lo llevaron detenido y una vez en la calle le reventaron a tiros la cabeza y arrojaron su cadáver en las tapias del cementerio.

Y durante la Guerra Civil se desplegará en la mayor persecución que haya sufrido la Iglesia católica

Por lo tanto, si la democracia, la libertad y la tolerancia no forman parte de la esencia de la Segunda República. ¿Cómo definir lo genuino y lo propio del régimen republicano? ¿Cuál es el nexo que unía a Azaña, Negrín, Companys, Largo Caballero, Indalecio Prieto, La Pasionaria y demás prebostes republicanos? Sin duda, el ADN de la Segunda República es la persecución religiosa contra los católicos, porque esta etapa ya contiene toda la información que durante la Guerra Civil se desplegará en la mayor persecución que ha sufrido la Iglesia católica, en sus dos mil años de historia.

El martirio de las personas o martirio de sangre estuvo precedido en España del “martirio de las cosas”, y este se produjo inmediatamente después de proclamarse la Segunda República. No tenía ni un mes de vida el régimen republicano, cuando se quemaron las primeras iglesias y conventos. Los incendios comenzaron en Madrid el día 11 de mayo de 1931, en la residencia de los jesuitas de la calle de la Flor. Ese mismo día ardieron otros edificios religiosos de la capital de España, hechos que se repitieron a su vez en otras muchas localidades de nuestra geografía, como hemos descrito en un artículo anterior.

La maldad del martirio de sangre no puede ocultar lo que representa el “martirio de las cosas sagradas”

Ante el relato estremecedor de tantos asesinatos de eclesiásticos y monjas, así como de laicos, que se cuentan por millares, de tantos mártires…, pudiera perderse de vista lo que significa el “martirio de las cosas”, cuando precisamente en el “martirio de las cosas” actúa la persecución religiosa en estado químicamente puro, y es preludio del martirio de las personas o el martirio de sangre.

Como aguadamente apuntara en su día Antonio Montero, la maldad del martirio de sangre no puede ocultar lo que representa el “martirio de las cosas sagradas”. Gravísimo es asesinar a un ser humano, pero muy significativo es pisar un crucifijo o quemar un retablo. En su aniquilamiento se descubre una saña contra el mundo religioso. Quien destroza una imagen de la Virgen o profana un sagrario no puede escudarse en reivindicaciones clasistas o imperativos de la guerra. Las cosas sagradas no son ni de derechas, ni de izquierdas, ni explotadoras, ni explotadas. Son sagradas, nada más ni nada menos.

Por todo ello, y a la luz de la enseñanza de la historia, que es maestra de la vida, hay que juzgar de muy graves, por lo que significan, el asalto a una capilla universitaria por parte de la concejala de Madrid, Rita Maestre, o el encadenamiento de dos chicas en la catedral de La Almudena, solo un poco más desnudas que Rita Maestre. Hechos ambos, que, siendo graves, se agravan todavía más cuando se oculta a la sociedad su significado de “martirio de las cosas”, bien mediante unas declaraciones como las del cardenal Osoro quitando importancia al asalto de la capilla universitaria, o bien mediante una sentencia absolutoria en el caso de la catedral de La Almudena, que califica semejante atropello como una mera manifestación de la libertad de expresión.

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá