Sr. Director:

Uno de los argumentos preferidos de los defensores de la asignatura Educación para la Ciudadanía es que la nueva materia curricular contribuirá a frenar los elevados índices de violencia que se registran en nuestros deteriorados centros educativos.

En el último borrador de contenidos mínimos de Educación para la Ciudadanía, el Ministerio de Educación asegura que la materia profundizará en los  principios de ética personal y social. También se asegura que se incluyen contenidos relativos a las relaciones humanas y a la educación afectivo- emocional, además de los derechos y libertades propios de un sistema democrático, las teorías éticas y los derechos humanos. Todo ello desde el fomento de la tolerancia y la aceptación de las minorías y culturas diversas.

Dejando aparte que los derechos y libertades democráticos y los derechos humanos ya se estudian en otras áreas (concretamente, en Ciencias Sociales), resulta llamativo que se pretenda transmitir ética sin referencia alguna a conceptos como el bien, el mal, la verdad. No hay tampoco ningún apartado ni epígrafe dedicado a la dignidad de la persona ni a sus derechos fundamentales, anteriores por cierto a la Declaración de la ONU.

La propuesta ministerial omite igualmente cualquier alusión al sentido trascendente de la vida o a lo que toda la vida se han llamado virtudes.

¿Cómo se puede formar en ética sin educar en la responsabilidad, la sinceridad, el esfuerzo o, incluso, la caridad? ¿Y qué decir de la tolerancia y la aceptación de culturas diversas? No es posible aceptar otras culturas ni minorías si no se tiene conciencia de la propia identidad nacional, religiosa, cultural y de valores y principios fundamentales. Nada de esto está en el curriculum de Educación para la Ciudadanía.

En semejante terreno abonado para el relativismo, triunfará, sin duda, la ley del más fuerte. Por mucho que el ingenuo Ministerio de Educación se empeñe en que deberán resolverse los conflictos con diálogo, mucho diálogo. El diálogo, no lo olvidemos, es un instrumento, pero no un fin en sí mismo.

¿Alguien cree que al cabeza rapada del instituto le va a detener el diálogo y el afán de tolerancia de sus compañeros? Es políticamente incorrecto, pero quizá debería recordarse el reglamento disciplinario (con perdón) del centro educativo, el respeto a una legítima autoridad (el profesor)y el principio esencial de que la democracia y la participación no pueden aplicarse a todos los aspectos de la vida del colegio o del instituto.

La aversión al concepto de Dios y al hecho religioso es patente en Educación para la Ciudadanía. Para la mayoría de padres españoles, Dios es precisamente el fundamento de la ética. Parafraseando a Benedicto XVI en Ratisbona, un curriculum académico en el que se excluye a Dios y se relega a la religión, es incapaz de entrar al diálogo con las culturas.

En definitiva, la formación moral que impartirá Educación para la Ciudadanía merece nuestra oposición porque también contribuirá a que triunfe la ley del más fuerte. Un motivo más para objetar contra ella.

Teresa García-Noblejas

tgnoblejas@profesionalesetica.com