El pueblo, una vez más, tiene razón: "¿Qué es un homosexual? Un señor que tiene la fuerza de un hombre y la mala leche de una mujer". Insisto: de todos los insultos que diariamente recibimos en Hispanidad, ninguno alcanza, ni de lejos, la mala uva, el encono, la bestialidad, la deformación injuriosa, en definitiva, las ganas de hacer daño, de los cacorros. Hasta tienen su propia impronta. Personalmente he llegado a la conclusión de que se puede dialogar con todo el mundo. En mis mejores momentos, aquellos en los que me siento más inclinado a valorar la bondad de la raza humana, considero que se puede razonar hasta con las feministas, al menos mientras se trate de una feminista no especialmente avanzada en el inexorable proceso que redefine la movimiento: feminismo es lesbianismo.

Sin embargo, con la homosexualidad me siento incapaz. Es como propinar coces al aguijón.

Si lo piensan, es lógico. De la misma forma que existe –no creo que nadie lo dude- una estética gay, la deformación homosexual provoca una deformación ética difícilmente reversible. Esto es políticamente incorrecto. Porque la homosexualidad no es una patología, sino una aberración. Lo que ocurre es que las aberraciones terminan por ser patologías, porque el hombre es materia y espíritu, y lo que ocurre en cualquier de sus dos componentes repercute sobre el otro. Es decir, que casi todo el mundo lo piensa pero pocos se atreven a decirlo salvo en la intimidad del hogar.

Por eso también, en el momento presente, el enemigo más peligroso de la Iglesia es el lobby rosa. Los homosexuales no pueden permitir que alguien aunque con todo respeto y afecto, les recuerde su actitud antinatural. Les rechinan los dientes, y no sólo quieren acallar a la Iglesia: lo que quieren es eliminarla. Los del orgullo gay –lo malo no es lo gay, sino el orgullo gay, porque ahí comienza el camino de no retorno- van directamente a donde más daño hace: la blasfemia, el sacrilegio, etc. La espléndida página Noticias Globales nos cuenta lo que está ocurriendo en Italia, donde la venenosa perversión gay golpea, no a la izquierda o la derecha, sino al Cristianismo, porque se atreve a hablar con tanto respeto como coherencia. Por el momento, se trata de cargarse la libertad de expresión. A partir de ahí, yo sigo esperando que bajo el maravilloso paraguas del Derecho Internacional –ya se sabe que lo peor siempre se disfraza de lo mejor- alguien, por ejemplo el lobby gay, lleve a la Corte Penal Internacional al Vaticano por homofobia.

Y lo más curioso es que el venenoso lobby gay no deja de ser un instrumento contra la Cristiandad. Aunque ellos no lo sepan, el lobby gay no representa sino un juguete en manos del Nuevo Orden Mundial (NOM), demasiado exquisito como para no sentir repugnancia por la homosexualidad y demasiado inteligente como para no testar que la propagación gay es un arma estupenda para chuparle vitalidad a la raza humana.

Eulogio López