Max Skinner es un tiburón financiero cuya única filosofía consiste en triunfar, y en ganar, al precio que sea. Pero su vida da un giro de 180 grados cuando recibe una carta desde Francia que le informa que su tío Henry ha fallecido y que él es el único beneficiario de su herencia: un chateau en Provenza y un viñedo. Max viaja hasta allí para atender los asuntos legales pero los recuerdos de los veranos pasados en su infancia, en ese bello enclave, sacarán a relucir emociones y sentimientos que creía olvidados.

 Seguramente les asombrará conocer que detrás de esta comedia romántica y, fundamentalmente, nostálgica, se encuentra Ridley Scott, todo un especialista en películas donde prima la acción, el movimiento (Blade Runner, Alien, Gladiador ).

Aquí, el director británico se toma un respiro y narra con sosiego una historia amable: la constatación de que la verdadera felicidad se encuentra en las cosas sencillas.

 

No es la primera vez (recuerden, por ejemplo, Baby, tu vales mucho) que se nos muestra en la gran pantalla la transformación que sufre un superejecutivo urbanita en la tranquilidad del campo. Son películas amables que, sin deparar grandes sorpresas argumentales, se convierten en un agradable entretenimiento para el espectador.

 

Cuando además se da el caso, como ocurre con Un buen año, de que tras la cámara hay un buen director, el resultado es estupendo. Excelentes interpretaciones, y un desarrollo donde presente y pasado se funden con gran acierto, convierten a A good year no en la película del año, pero sí en una propuesta adecuada para relajarse del mundanal jaleo de la gran ciudad.

 

Para: Los que busquen en las salas de cine agradables propuestas cinematográficas.