Sr. Director: 
Este verano, al visitar la hermosa Iglesia de un pequeño pueblo, observé que, dentro de un confesionario antiguo y, según parecía, muy poco o nada usado, había una gran tela de araña que cubría todo su interior.

Es lo que también suele ocurrir en cualquier casa o habitación que no se usa, ni limpia: acaba por llenarse de telarañas convirtiéndose en algo inhóspito, inhabitable, sin luz, que cada vez cuesta más limpiar y, qué raro será que no termine en ruinas.

Lo anterior me hizo reflexionar si no sería una imagen de tantas almas que van dejando la confesión poco a poco, y acaban por no recibir nunca este sacramento, porque, según dicen, no roban, no matan ni hacen grandes pecados, pero sí se van llenando de las pequeñas telarañas de cada día: murmuraciones,  mentiras, faltas de caridad, orgullo, envidia, etc. Y ocurre que van  habituándose a esta falta de limpieza y terminan por no darse cuenta de que la "tela de araña" va incrementándose cada vez más y no les deja ver la luz ni la claridad que antes disfrutaban.

Qué  hermoso sería que, de vez en cuando, procediésemos de forma similar a como se hacía antes en los pueblos cuando llegaba la fecha de la Fiesta: las  casas se encalaban, se limpiaban y quedaban enormemente resplandecientes.

Qué  hermoso sería y cuantas depresiones y angustias se evitarían si todos hiciéramos una limpieza a fondo y a conciencia de nuestra alma a menudo, o al menos en fechas determinadas como Navidad, Semana Santa, el Corpus, etc.; todos seríamos más felices y la convivencia sería mucho más agradable.  

Alicuni Sánchez