A la edad de 62 años, Tadeus Mazowiecki se convirtió en el Primer Ministro no comunista de Polonia desde el fin de la II Guerra Mundial.
Fue en septiembre de 1989, tres meses antes de que ciudadanos del Este de Europa derribaran con sus manos el muro de Berlín.
Mazowiecki fue un miembro destacado de la oposición tolerada por el comunismo. En 1980, después de su apoyo público a la huelga protagonizada por Solidarnosc en los astilleros de Gdansk, se convirtió en asesor del sindicato fundado por Lech Walesa. Padeció la represión del comunismo, fue víctima de la ley marcial, y contra todo pronóstico, le ganó la batalla al totalitarismo comunista.
Mazowiecki lideró una transición irreversible hacia la democracia, se mantuvo firme ante la presión soviética y trabajó para que Polonia saliera de la crisis económica en la que había caído el comunismo, al tiempo que junto a Helmuth Kohl trabajó para la reconciliación con Alemania.
Un hombre como Tadeusz Mazowiecki, fallecido el martes 29 de octubre, merece un lugar de honor. Y sin embargo, es difícil que algo así suceda. La Europa tecnócrata y mercantilista, que incluye a buena parte de sus correligionarios del Grupo Popular europeo, ha perdido el rastro que le une a la tradición filosófica y religiosa que inspiró a políticos como Mazowiecki.
Por eso, más que nunca, héroes como él merecen ser recordados. Europa necesita de su memoria, como necesita la de los padres de Europa, protagonistas de la Unión.
Jesús Domingo Martínez