Zapatero afronta la primera crisis en su Gobierno y en el Partido desde que llegó a La Moncloa. El ministro del Interior advirtió al jefe de Gabinete que iba a ir más allá que Pepiño Blanco para enmendar el error presidencial tras el atentado de Barajas. El responsable de Defensa, José Antonio Alonso, tampoco apoyó a su amigo Zapatero. Un sector del PSOE, en especial del Grupo parlamentario, ha barajado la dimisión de ZP, y éste advierte que no olvidará la traición. Su respuesta a Rubalcaba llegó el jueves desde la zona cero: continuó hablando de paz. El responsable de Interior no ha contado con el esperado respaldo de la vicepresidenta primera, De la Vega. Además, Montilla ha aprovechado para vengarse del cántabro
Dicen que el Ministerio del Interior trasforma a las personas, porque el político que ocupa ese cargo siente de una forma especial el dolor provocado por el terrorismo. Debe ser cierto, dado que Hispanidad ha podido saber de fuentes socialistas de toda solvencia, que el responsable de la Seguridad Alfredo Pérez Rubalcaba dio un ultimátum a su jefe de filas antes de su rueda de prensa (2 de enero) en la que afirmó, rotundo que el proceso de paz estaba roto, liquidado y acabado. De tal forma contradecía a ZP, quien el mismo 30 de diciembre, día del atentado de ETA insistió en no hablar de ruptura del proceso de paz, a pesar de que los periodistas se lo preguntaron por tres veces.
El enfrentamiento fue explícito. El cántabro, siempre fidelísimo a La Moncloa, parecía transformado : le advirtió a Zapatero lo que iba a decir en la rueda de prensa, y realizó la advertencia en forma de ultimátum: o se le permitía oficializar la ruptura con la banda o presentaba la dimisión. En Moncloa no daban crédito a la amenaza y respondieron con el silencio. Rubalcaba oficializó la ruptura con las precitadas palabras: el proceso quedaba roto, liquidado y acabado. Había llegado mucho más allá que Pepe Blanco, quien se limitó a reinterpretar a Zapatero, al dedicarse a la hermenéutica: Suspender el diálogo (con la banda) significa que se paraliza el proceso.
En el Grupo Parlamentario, que Rubalcaba ha controlado durante años, se empezó a hablar de una dimisión de Zapatero, algo que nunca, a pesar de la depresión post-atentado, ZP no se ha planteado jamás: si presentas la dimisión corres el riesgo de que te la acepten. El único que se destapó, asimismo por presiones de Moncloa, fue Diego López Garrido, sucesor de Rubalcaba, escudero fiel que enseguida inició una maniobra de distracción: atacar al PP y exigirle unidad de acción frente al terrorismo, lo mismo que sugirió el jueves 4 de enero Zapatero, cuando, al fin, se decidió a visitar la Zona Cero.
ZP, recuperado del fracaso, ha insistido en su ansia de paz, al tiempo que promete venganza ante los traidores. Es consciente de que se enfrenta a su primera crisis en el Gobierno y en el Partido, porque el mazazo de Barajas ha sido más fuerte que cualquier otro. Con su gran olfato para discernir la orientación de los votos, ZP ha comprendido que Barajas puede ser su tumba política, el monumento a su más grave error político. Por tanto, ha iniciado una campaña para conseguir todo tipo de apoyos en Gobierno, partido y baronías regionales, y ha cosechado más de un éxito en esa campaña. Por de pronto, le ha llegado una inesperado apoyo desde Barcelona, del hombre que le propinó el primer bofetón. José Montilla, el presidente de la Generalitat no ha perdonado a Rubalcaba su labor de zapa del 1 de noviembre del pasado año 2006, jornada electoral en Cataluña, cuando el ministro cántabro intentó que en el PSC aceptaran a Artur Mas como presidente de la Generalitat tras un pacto de Gobierno con los socialistas. Se trataba de conseguir que venciera el pacto Zapatero-Mas, y la ulterior entrada de los nacionalistas de CIU en el Gobierno de España. Ahora, Montilla, sorprendentemente, ha apoyado a ZP para dejar en mal lugar a Rubalcaba: el presidente de la Generalitat apuesta por la continuidad del proceso de paz, aunque también por la suspensión del diálogo : postura monclovita en estado puro.
Zp también ha buscado el apoyo de su vicepresidente primera, Teresa Fernández de la Vega de quien podría decirse, como se afirmaba del ministro de Exteriores soviético, Andrei Gromiko, que sería capaz de sentarse sobre un cubo de hielo si así se lo ordenan sus superiores. De la Vega, ante el enfrentamiento interno, ha mantenido un ominoso silencio, especialmente llamativo en el caso de una portavoz del Gobierno. Al final, cuando la situación se ha clarificado y la niebla ha permitido vislumbrar los contornos de los dos bandos, ha optado por el oficialismo, ha abandonado a Rubalcaba y se ha apuntado a la ambigüedad del mensaje presidencial: suspendo el diálogo pero continuó buscando, hoy más que nunca, la paz. Y si el PP no se apunta al proceso estará traicionando las ansias de paz de los españoles. Maestra de la ambigüedad, De la Vega tiene muy claro que lo primero, es mantener su cargo, más que nada para que el feminismo no pierda posiciones en el Gobierno.