Sr. Director:

No siento una especial simpatía por el actual Alcalde de Madrid y me resulta inadmisible que se llame matrimonio a una unión de dos personas del mismo sexo y que, para colmo, se legalice precisamente por aquello más irreal: una cuestión sexual (algo que "biológicamente" solo se entiende entre personas de distinto sexo). Asimismo me desagradan ciertas políticas municipales sobre sanidad sexual y, en general, estoy muy preocupado por el mínimo interés en los valores humanos y cristianos que constato en la mayoría de nuestros políticos más relevantes.

 

Pero de aquí a insinuar a cualquier obispo, al Cardenal de Madrid (o a cualquier curilla de pueblo) que se niegue a administrar la Comunión a D. Alberto Ruiz Gallardón me parece excesivo.

 

Menos mal que la Iglesia tiene muy clara su apertura al pecador y es prudente a la hora de realizar peticiones de excomunión pues "Señor yo no soy digno de que entres en mi casa" lo decimos todos. También es Madre de muchas personas de vida "azarosa e inmoral" también redimidas por Cristo- que podrían haber sido reconducidas con una actitud de acogida y han sido despreciadas, marginadas y "marcadas" como drogadictos, mala gente, ladrones, adúlteros, etc; dificultando su posibilidad de cambiar, alimentando el odio hacia "todo lo que huela a curas y monjas".

 

Por ello creo que lo más prudente es dejar tranquila a la Curia y que sea el propio D. Antonio Rouco el que -de forma discreta o no- decida actuar o no actuar al respecto. Y no sólo por su experiencia, conocimiento del Catecismo o del Código de Derecho Canónico (que va sobrado de todo ello) sino porque a nadie le duele más que al Sr. Cardenal -o sacerdote que se precie- cualquier indignidad contra la

Eucaristía. Este último es el argumento más consistente de que no parece necesario que se le presione con ciertos comentarios al respecto.

 

Vicente Pérez Urbano

salmonius@gmail.com