Uno de los enfrenamientos más interesantes, y más discretos, que se están produciendo en la política española, es el que se libra en el seno del PSOE gobernante, entre los partidarios del zapaterismo centrífugo y los que apuestan por volver a un pacto de Estado con el Partido popular romper con los nacionalistas. El propio Zapatero lidera a los primeros, para los cuales el único enemigo interno es el Partido Popular y el único enemigo externo es eso que llama la Zapatero la derecha y que a esta altura de siglo, el siglo XXI, precisa de algún matiz identificador. Para el presidente del Gobierno, aislar al PP es la primera función del buen gobernante socialista y, y de paso, el método para mantenerse en el poder el mayor tiempo posible.
El segundo grupo corresponde a la vieja guardia felipista, a los que el camino emprendido por Zapatero y sus amigos nacionalistas les produce vértigo. Es como andar al borde del abismo y, capitaneado por José Bono, consideran que se puede volver al espíritu de la Transición: el Gobierno de España es para los partidos mayoritarios, el de derechas y el de izquierdas, y los nacionalistas que se recluyan en sus feudos, pero que no comprometan al Gobierno de la nación. En este segundo grupo, se cree que la pugna con el PP debe ser más ideológica, menos centrada en la cuestión territorial.
Desde el Partido Popular las cosas se ven más cerca del segundo grupo. Pero hay que aclarar algo. La derecha española posterior al franquismo cuenta con dos componentes básicos: principios cristianos y patriotismo. El primero ha desparecido y se ha centrado en el segundo. Eso es lo que he llamado la corriente casi-fascista de la Derecha española. Es posible que las pelmadas nacionalistas hayan llevado a ello, y que el Estatut se haya convertido en un icono, pero lo cierto es que si Rajoy ha remontado en las encuestas ha sido gracias al Estatut catalán. A Rajoy cuestiones como el matrimonio gay, la deslocalización, la inmigración, el aborto, etc., le importan poco. Pero ha descubierto que lo de la unidad de España vende y que, 30 años después de la muerte de Franco, el patriotismo vuelve a vender. Y todo esto sería excelente, si no fuera porque los marianistas defienden la unidad de España pero no saben por qué. No les pregunten cuál es la España que adoran. Es un ídolo sin teología.
En este caldo de cultivo surge la iniciativa del presidente valenciano Francisco Camps, que pretende, en pocas palabras, terminar con el sistema proporcional, empezando por los ayuntamientos. En otras palabras, que en los municipios gobierne la lista más votada. Traducido al román paladino, terminemos con las minorías pelmas, preferentemente nacionalistas, que condicionan a la mayoría.
Esto se dice en un país donde el 80% de los españoles está hasta el gorro de las precitadas tontunas nacionalistas, la propuesta ha sido espléndidamente acogida por el Partido Popular y por el sector felipista del PSOE. Es más, algunos de esos nacionalistas han llegado a la conclusión de que lo mejor sería aumentar las barreras de entrada al sistema para pequeños partidos (por ejemplo, elevar el 3 al 5% que en algunos parlamentos autonómicos se exige para poder contar con representación). Otros proponen un Congreso de mayorías y un Senado para los nacionalistas o Senado de las autonomías. Dado que la Constitución exige un sistema proporcional, los hay que proponen trucos como la creación de un distrito nacional, de tal forma que los partidos mayoritarios y nacionales (entre ellos Izquierda Unida, que sería la más beneficiada por esta fórmula) no resulten mermados ni tengan que servir a los minúsculos partidos nacionalitas que obtienen escaños desproporcionados a sus votos.
En resumen, se trata de crear el duopolio, algo tan de moda en política (Estados Unidos, Reino Unido, Italia, cada vez más Francia y Alemania), algo bien visto en todo Occidente, un orbe que se rige por el valor de la eficiencia. El duopolio, u oligopolio político, es eficiente y evita discusiones: a por ello.
Los nacionalistas aplauden el sistema proporcional, y aún lo quisieran más proporcional siempre que fuera provincialmente proporcional, si ustedes me entienden.
¿Con cuál me quedo yo, con el sistema mayoritario o con el proporcional a escala autonómica o provincial? Con ninguno de los dos, naturalmente. Yo estoy contra todo lo que pueda romper el oligopolio político, y económico dos bancos, dos grandes operadoras, dos grandes empresas energéticas, etc. - y lo que creo es que sobran tanto los españolistas hueros del PP como los socialistas centrífugos. Si algo necesita, no sólo el panorama político español, sino el norteamericano, británico, italiano, etc., es una renovación en profundad de la clase política, de la derecha y la izquierda. Los partidos tradicionales no nos sirven. Fueron creados en el siglo XIX y aguantaron bien el XX. Hoy son verdaderas momias, y muy caras. Necesitan otros partidos políticos, de otro signo, por la derecha y por la izquierda. Estos son momias capaces de gestionar el dinero público con más o menos eficacia, pero incapaces de gobernar, es decir de proteger la libertad individual. De eso no tienen ni idea.
Eulogio López