Ante el imparable derroche de energía de la raza humana, especialmente de los votantes de derechas, justo cuando al Sol tan sólo le quedan unos cuantos miles de millones de años de vida, el sutil ministro de Industria, Energía y Turismo, don José Montilla, ha decidido inventar el consumo progresivo, algo así como la pirámide fiscal. Y lo ha vendido como se deben vender las teorías en el siglo XXI, es decir, en forma de titular, de eslogan: "El que más consuma, que pague más".
Y el astuto lector, concluirá: "Esto es tan obvio que tiene trampa". Pues sí, tiene trampa: el sistema formulado por el inefable Montilla es progresivo, es decir, que si uno consume un kilowatio, pagará uno, pero si consume dos, pagará más de dos. Todo muy progresivo, como creo haber dicho antes.
Yo no sé por qué las asociaciones de familia no han levantado la voz, y espero que no tenga nada que ver con el hecho de que muchas de las subvenciones públicas se reparten en julio. Pero quizás sea lo de menos.
Lo de más, es la mentalidad, un poco rácana y aún más mezquina, que considera que toda comodidad es un derroche lamentable. El ideal del ecologista, al parecer, consiste en volver a la caverna, y el ideal del progre-ecologista consiste en fastidiar a la raza humana en nombre de animales, plantas y biosfera.
Cuando menos, cabría pensar que el hombre no sólo desertiza la tierra, sino que también la fertiliza. El hombre es un depredador, pero también sabe sacarle rendimiento a los productos naturales. Todo el progreso económico y tecnológico consiste precisamente en eso: en conseguir que lo que antes rendía uno, ahora rinda dos.
Sin embargo, el señor Montilla debe ser de los que consideran que algunos son tan insolidarios con la sociedad que se atreven a tener muchos hijos, y se dedican a derrochar luz, razón por la cual deben ser severamente castigados. O sea, que en vez de financiar a las familias que mantienen la raza humana sobre la faz de la tierra, lo que hay que hacer es evitar su prolífica demencia, su infame perversidad procreativa. Para eso está el Estado (sobre todo, el Estado totalitario). Porque, a fin de cuentas, ¿quién les mandaba tener tantos hijos?
Eulogio López