En el resumen de la catequesis que el santo padre hacía en español uno de los días próximos a la Navidad, decía "les propongo hoy una reflexión sobre el nacimiento de Jesús como expresión de la confianza de Dios en el hombre y fundamento de la esperanza del hombre en Dios".
Y es que el Verbo no se ha encarnado en un mundo ideal, sino que ha querido compartir nuestras alegrías y sufrimientos, y demostrarnos así que Dios se ha puesto de parte de los hombres, con su amor real y concreto.
Y nos "regala" una energía espiritual que nos sostiene en medio de las luchas y fatigas de cada día. "La Navidad, decía también a aquella ocasión, nos puede ayudar a pensar dos cosas: la primera es que, en su natividad, Dios se abaja, se hace pequeño y pobre. Por eso, si queremos ser como Él, no podemos situarnos por encima de los demás, sino que hemos de ponernos a su servicio, ser solidarios, especialmente con los más débiles y marginados, haciéndoles sentir así la cercanía de Dios mismo.
La segunda: ya que Jesús, en su encarnación, se ha comprometido con los hombres hasta el punto de hacerse uno de nosotros, el trato que damos a nuestros hermanos o hermanas se lo estamos dando al mismo Jesús". Recuerden que "quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve".
Aunque estas palabras se pronunciaron hace unos días, no dejan de tener actualidad y me parece una reflexión interesante.
Juan García