La historia de un pionero petrolero californiano es el eje de la última película de Paul Thomas Anderson. Un drama alrededor del triunfo y el fracaso personal que no deja margen a la esperanza. 

Para los que todavía no se hayan enterado Pozos de ambición es una de las películas más nominadas a los Oscar de este año (ocho en total) y, como otras películas multipremiadas este año, (por ejemplo, No es país para viejo, de los Hermanos Coen) resulta un claro  reflejo de la  sociedad actual: deshumanizada y descreída, donde "el hombre es un lobo para el hombre".

De contenido adusto, Pozos de ambición traslada a la pantalla el relato "Oil", de Upton Sinclair (publicado en 1927), que narra la epopeya de un aventurero, Daniel Plainview, desde sus orígenes como humilde minero hasta su conversión en uno de los petroleros más ricos de California. En su camino sin vuelta atrás este hombre, solitario y desconfiado, adoptará a un niño (hijo de un compañero fallecido) y se topara con un joven pastor, de una nueva iglesia, que le pondrá serias trabas en su carrera hacia la riqueza.

Con una narración lineal pero brusca, en la que la música, de Johnny Greenwood, se convierte en un elemento narrativo más (magnífica su utilización cuando sufre el accidente el niño), Pozos de ambición ahonda en las terribles consecuencias a las que conduce una ambición desmedida pero también en los peligros de los falsos profetas (un tema que enlaza con películas clásicas como El fuego y la palabra). Este último asunto recurrente en la filmografía de Anderson puesto que también aparecía en su duro largometraje Magnolia.

Excelente la interpretación de Daniel Day-Lewis encarnando al protagonista, un personaje egoísta y controlador que pasa por la vida sin aportar nada y cuya peripecia vital deja al espectador con un regusto tan amargo como deprimente.

Para: Los que vean todas las películas nominadas a los Oscar