Probablemente fue Julia Roberts interpretando a Erin Brockovich, la que globalizó la moda -que aún colea-, de mostrar los tirantes del sujetador fuera de la camiseta.
Moda sobre moda, año tras año, se persigue la liquidación de la intimidad femenina. La tarea de cubrir a la mujer transita entre burkas y bikinis, y mientras se levantan voces contrarias al velo islámico, como arcaísmo religioso o símbolo de sometimiento de la mujer al varón, nadie protesta por la vestimenta de la mujer occidental.
¿Qué mayor sometimiento al macho que ilustrarle gratuitamente sobre los muslos, espaldas, ombligos y senos propios mientras se camina por la calle, motivando una exaltación sin precedentes de la lujuria masculina? Ni que decir tiene, que el espectáculo de las zonas costeras, en las que las mujeres plantan cara en topless al resignado resto del aforo playero, -iniciativa que por su patente vulgaridad se guardan muy mucho de representarla en su casa-, resulta de vergüenza ajena.
Entre la burka y el exhibicionismo ramplón hay un término medio. ¿Mujeres o hembras? Nosotras decidimos.
Lisa Justiniano
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