Todos nos hemos quedado muy agradecidos al ministro de Trabajo, Jesús Caldera, quien ha declarado que el Ejecutivo español respetara la "libertad de creencias", introito tras el cual le ha arreado a la Iglesia Católica como es preceptivo en todo buen progresista. Es igual, bastaba con el reconocimiento. Yo mismo me he quedado muy sereno tras la declaración y ante tanta magnanimidad. Porque claro, ¿cómo podría el Gobierno impedirme que yo crea en lo que me dé la gana? Incluso en lo más, como la perspicacia de ZP, la piedad de Teresa Fernández de la Vega, la diligencia de Pedro Solbes o la brillantez del propio Caldera.

La verdad es que ningún Gobierno, ni el mismísimo Hitler a los alemanes de los años 30, ni Stalin a los rusos de los cuarenta, ni Mao a los chinos de sesenta, ni Pol Pot a los camboyanos de los ochenta- y sigan ustedes contando- podrían haber impedido que cada uno de sus súbditos creyera en lo que le diera la real gana.

No, cuando se habla de libertad religiosa se habla de libertad de culto y de libertad para expresar el propio credo o doctrina. Por ejemplo, libertad para que los jerarquía de la religión más aceptada, seguida y querida por los españoles, más que el resto de religiones juntas (más del 80% de los católicos se declaran católicos) puedan manifestar su opinión sobre los programas políticos de los partidos ante unas elecciones. Sin ir más lejos.

En definitiva, la libertad de creer es una obviedad (como lo sería la libertad para amar u odiar), al igual que la libertad de pensamiento. Son libertades que Cristo ha otorgado al Hombre, como regalo extra al don de la racionalidad. Ningún Gobierno puede reducirlas o aumentarlas. Lo que sí puede respaldar un Gobierno es la libertad de expresión, o la libertad de culto, o la libertad de manifestación de cualquier convicción religiosa, o la libertad de procesionar por las calles sin ser vituperado por ello. Y otra libertad añadida: el derecho a no ser ninguneado ni marginado por el hecho de ser católico. Esto mal lo puede garantizar un Gobierno pero sí puede colaborar a crear la atmósfera necesaria para su ejercicio.

En cualquier caso, gracias señor Caldera.

En la mañana del jueves para no perder los buenos hábitos, ZP volvía amenazar a la Iglesia: "Las reglas van a cambiar". Pues que cambien, hombre que cambien: suprímase el concordato, suprímase la asignación tributaria (no se preocupe la asistencia social y educativa de la Iglesia, que se cuidará  muy mucho de suprimirlas: sería una catástrofe para el Gobierno) y métase usted, señor ZP, ‘nuestro' dinero por donde le quepa. Que, como diría castizo, el abuelo ya huele (no me refiero al abuelo del señor ZP).

Eulogio López

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