Si hubiese árboles altos y hierba corta
como en un increíble cuento,
si hubiese un mar azul, azul marino
y azul celeste hubiese un viento,
si colgase del aire un fuego afable
que calentase todo el día,
si le creciese barba verde al prado,
¡oh qué espectáculo sería!
Duermo en la oscuridad, soñando que
hay ojos grandes y además
sombrías calles y calladas puertas
con gente viva por detrás.
Que venga una tormenta y me despierte,
y lloraré todo el derroche
de los sueños de vida que he soñado,
en los imperios de mi noche.
Y si una vez pudiese caminar
por esos sueños unas millas,
sería el más alegre peregrino
del País de las Maravillas.
No me oiríais palabras de desdén
ni una palabra lastimera,
si encontrara la puerta de ese mundo alucinante,
si naciera.
Gilbert K. Chesterton el autor de la poesía precedente, no tuvo hijos. Con su mujer Frances, protagonizaba todas las Navidades una fiesta para niños, famosa en toda la vecindad. Siendo ya un autor famoso y el intelectual más influyente de aquella Inglaterra de pre-guerra, invitó a una de esas fiestas a un chaval nuevo en el vecindario. Al regresar, su padre le preguntó :
-Dime hijo mío, ¿os ha dicho el señor Chesterton cosas instructivas?
A lo que el chaval respondió :
-Instructivas no sé, pero tenías que haberle visto coger con la boca una manzana colgada del techo.
Nada de extraño en quien siempre sostuvo que el niño es el padre del hombre. Chesterton se convirtió al catolicismo ya cumplidos los 40 años, y en el preámbulo de su ceremonia bautismal, la mente más brillante del siglo XX seguía repasando un catecismo para niños chicos.
Chesterton entendió muy bien la Navidad porque entendió muy bien la alegría. En otra de sus poesías, afirmará ...y una blasfemia: orad rogando por la muerte, porque Dios es el único que sabe esa oración.
Cuando escucho la tontuna de las navidades laicas, sesudas, profundas, tristes, pienso en la jovialidad de este gordo inmenso que disfrutaba con todo, que era capaz de soportarlo todo, de afrontarlo todo, de superarlo todo... menos la indolencia. Convencido de que haber nacido ya era suficiente regalo como para pretender otro. No me oiríais palabra de desdén. Ni una sola. Porque el mundo es en verdad alucinante y el hombre dueño de árboles, prados y océanos. Figúrense si será así que hasta el mismísimo Creador se empeñó en experimentarlo por sí mismo. La noticia está fechada en Belén, en un punto geográfico al que los periodistas nos referimos como los territorios ocupados.
Sin embargo, 2004 años más tarde, la humanidad está triste, y más que triste, temerosa. Y más que temerosa, mortecina. Le falta vida, y claro, le falta jovialidad. El remedio es sencillísimo. El hombre tiene que recuperar la esperanza para poder contemplar sus sueños: el fuego colgante, la barba verde del prado, el azul celeste del mar, la vida palpitando detrás de las puertas, un mundo por descubrir.
¡Qué maravilla si naciera!
Feliz Navidad.
Eulogio López