Mis colegas -en su mayoría periodistas especializados en Economía-, me dicen que no escriba sobre la Virgen María: no hace intelectual. No les haré ni caso, claro está, pero no sólo porque la categoría de intelectual me está vedada sino porque, como periodista español España no se entiende sin la devoción a la madre de Dios.
Toda nuestra filosofía y toda nuestra historia no se entiende sin la devoción de los españoles por la Madre de Dios. En Europa, durante las guerras provocadas por la Reforma luterana, el catolicismo llegó hasta donde llegaron las armas españolas. Ya antes llevábamos siete siglos deteniendo, en nombre de María, el avance musulmán sobre Europa.
La devoción a María se extendió a toda la América hispana y hoy no se entiende Iberoamérica sin María, hasta el punto, estrambótico, ciertamente, del dicho mexicano: en México hay un 90% de católicos y 110% de guadalupanos. Frente a la religión oficial del imperio anglicano, la madre del Redentor era la piedra de toque y de choque, la enemiga de la Iglesia anglicana y de Britania. Y a lo largo de toda la edad contemporánea, el factor indeleble de religiosidad del pueblo español no fue otro que la Corredentora, razón por la cual, Juan Pablo II se refería a España como "tierra de María". Y en la crisis de la Iglesia contemporánea, posterior al Concilio Vaticano II, -aunque no a causa del Concilio-, las órdenes y movimientos que mejor han capeado el terrible huracán han sido las dedicadas a la Virgen, muchas de ellas españolas, que no en vano la Iglesia siempre ha sido antes mariana que petrina. En resumen, los íberos, pueblo recio -antes más que ahora- siempre nos hemos dado a la devoción más recia: la Virgen María.
Y resulta que mañana viernes es la Virgen de la Almudena, patrona de Madrid. Fue la única catedral consagrada en Europa durante el siglo XX y está dedicada a la patrona que le da nombre.
Ni España ni Madrid, ni su política ni su economía se entienden sin el espíritu mariano. Y conste que no estoy hablando de Rajoy. Estoy hablando de algo que le falta a Mariano. Le falta aquello que dijo Hilaire Belloc, el primer diputado católico británico desde Enrique VIII, durante uno de los mítines que le llevó a Westminster, se dirigió a su audiencia en estos términos, al tiempo que extraía un rosario de la levita:
-Señoras, señores: soy católico. Todos los días rezo el Rosario a la Virgen, siguiendo las cuentas de este instrumento que ven ustedes aquí. Si esto representa una dificultad para ustedes, no lo duden: no deben votarme.
Cosechó un gran aplauso y llegó a la Cámara. La valentía siempre tiene premio aun cuando te lleve al cadalso.
Vamos, igualito que Mariano y su Gobierno.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com