Podríamos decir que toda la progresía se rige bajo el principio de muerto el perro, se acabó la rabia. Por ejemplo, si una deficiente ha sido violada o está embarazada, lo que hay que hacer es abortar al niño. Lo mismo que pueden decidir abortar al niño de mi pobre paisana de Asturias, le habrían abortado a ella si la pillan antes de nacer. Para solucionar el hambre en el mundo, lo mejor no es dar un pez ni enseñar a pescar: lo mejor es dar a la madre la píldora. El argumento no puede ser más científico : en lugar de reducir el hambre, se reduce el número de hambrientos. Además, de esta forma, los ricos no tienen que rascarse el bolsillo, una cuestión que también merece un detenido estudio.

Este caso me recuerda aquella película titulada La muerte os sienta tan bien. El óbito tiene algo de definitivo, especialmente de solución definitiva y concluyente, por lo que ejerce una atracción, un vértigo casi imposible de evitar. La vida siempre es compleja. Apasionante, quizás, pero compleja. La muerte nos asusta, pero nos encanta cuando afecta al vecino. Y la muerte es tan repugnante como atractiva, es como la droga: mórbida, pero absorbente.

La modernidad todo lo arregla con la muerte, y su característica más habitual es la ausencia de vitalidad. No olvidemos que todo lo que está vivo se corrompe, huele, es asimétrico, impredecible, imposible de planificar (con lo que le gusta la planificación a la modernidad). Lo propio de la vida es lo amorfo, la asimetría, la libertad. Lo propio de la muerte, por ejemplo una piedra, o una carretera asfaltada, es lo contrario : la línea recta, la simetría, el canon, la esclavitud.

Además, la vida es débil, como lo es la chica asturiana deficiente mental. Con la maternidad de los deficientes, lo primero que piensa la progresía es en la muerte o en cortar la vida: anulemos su capacidad generativa, como si ésta se pudiera esquilmar sin afectar al conjunto psíquico de la persona, como si fuera un añadido revisable. Quiero decir que a la modernidad no le gusta lo débil, pero, sobre todo, no le gusta la debilidad que provoca ineficacia. Puede ser que la muchacha asturiana esté llamada a ser la madre que más cariño otorgue a su hijo y la que más reciba de ese hijo. Puede ser la mejor de las madres, lo que no será nunca es una madre eficiente para la sociedad. Nunca será una profesional, ni como madre ni como trabajadora. Sólo hay que reparar en lo mucho que emociona a tantos progres el concepto de profesionalidad. En nuestras escuelas de postgrado, profesionalidad y eficacia son las palabras de moda, mientras que la ética se interpreta como ese instrumento que adorna la profesionalidad e incrementa la eficiencia. Un deficiente no es ni profesional ni eficaz: pero suelen ser más humanos, y tener más vida, que los mejores  profesionales. Y lo que se dice de un disminuido psíquico, en ese baremo perpetuo de la eficiencia, puede decirse de niños y ancianos.

Por cierto, la muerte no arregla nada: aniquilamos al hijo y destrozamos a la madre. Esta última quedará destrozada, seguro. El síndrome post-aborto no perdona.

Eulogio López