¡Ojo, nadie la excomulga, se declara su excomunión para aclarar la conciencia de los fieles pero es ella la que se excomulga solita. De hecho, quien posibilita un aborto o lo perpetra incurre en pena de excomunión, de la misma manera que quien asesina al vecino con plena advertencia y perfecto consentimiento está en pecado grave y privado de la Gracia mientras no se arrepienta. No hace falta que lo dicte ningún tribunal eclesiástico. Es así y punto.
Hay católicos que recitan aquello de ¡Oh buen Jesús dulce y bueno! pero incapaces de imaginar al Maestro, cogiendo un látigo y limpiando el templo de mercaderes o llamándole raposa al tetrarca Herodes. Si hay algo recio es el amor, ya sea el amor humano o el divino. Nuestra religiosa hizo dos cosas: animar la matanza de un indefenso y convertirse en papisa: decidió que, en esas circunstancias, la doctrina de la Iglesia permitía el homicidio. Al parecer no es así. Nuestra monja era una filántropa, clemente con lo visible, pero no lo suficientemente humilde como para anteponer el juicio del Magisterio al suyo propio.
Insisto, los obispos norteamericanos están dando lecciones de la disciplina más difícil del momento presente: la coherencia.
Eulogio López
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