La influencia musulmana en la isla mediterránea ha sido tan relevante en Malta que todos los tontainas que presumen que el Islam es retrógrado porque prohíbe el aborto y el divorcio no saben que Irán tiene previstas ambas barbaridades en su seno. En Irán, arquetipo del rigor islámico, la mujer no tiene derechos, pero sí puede divorciarse y abortar.
Lo digo porque cuando los occidentales acusan al Islam de permitir la poligamia, estos responden que nosotros admitimos la "poligamia sucesiva" es decir, en el tiempo, es decir, el divorcio. Y con muchas más alegrías, porque la moda en Occidente, por ejemplo, en Europa, por ejemplo en España es el divorcio express, donde no sólo se rompe el vínculo sino que el compromiso de un hombre y una mujer, donde la humanidad, desde Adán y Eva y el desagradable incidente de la manzana, ha depositado la transmisión de la vida y la protección y educación de los hijos, es decir, el futuro de la raza humana es fácil de romper mucho más que un contrato civil, mercantil o laboral.
Para el pensamiento moderno imperante, caracterizado por su ausencia de pensamiento, el divorcio es una victoria mínima, aceptado por todos. La verdad es que es el principal problema de la civilización actual. De hecho, el matrimonio, en cuanto entrega personal, tiene más de opción moral que de cuestión política. En plata: el sistema más lógico para regular el matrimonio es el israelí. En definitiva, si usted se casa por la Iglesia católica ya sabe que no puede divorciarse. Nadie le obliga a comprometerse por ese rito, pero si lo hace tiene que aceptar sus normas. Por tanto, si un católico quiere divorciarse el Gobierno israelí se lava las manos: no venga usted al Ministerio de Justicia, acuda a la Iglesia por la que se casó. Y lo mismo con cualquier otra confesión religiosa. Sólo quienes no crean en nada, puedan acudir, si lo desean, al Estado, que formalizará un matrimonio civil sujeto a la ley civil, un contrato con sus derechos y deberes y cláusulas de rompimiento.
Es lo más lógico, dado que la generalización del divorcio ha provocado el absurdo de que el Estado decida sobre un contrato firmado bajo una normativa religiosa. En plata: que el Estado puede disolver un vínculo ajeno realizado por una confesión religiosa. Es como si una Iglesia pudiera vetar los Presupuestos Generales del Estado, por ejemplo.
Nada de divorcio. Como los judíos, gente inteligente: que le divorcie a usted quien le casó, que nadie le obligó a casarse. El Estado no está para entrometerse en la familia.
Eulogio López
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