Mi amigo trabaja en un juzgado en una ciudad de provincias española, sección Registros. No es la primera ni la segunda vez que le vienen a pedir si puede inscribir una Primera Comunión Laica. Naturalmente, no se creen nada del sacramento de la Comunión, ni por sueños piensan que el pan se convierta en el Cuerpo de Cristo. Pero, al parecer eso de que su hijo no tenga la fiesta del vecino, con su banquete y sus regalos, resulta muy molesto. Muy cierto. Los laicos tenemos derechos a Primera Comunión Civil.

Mi amigo ya está acostumbrado, por razón de cargo, a los matrimonios civiles, pero últimamente, a los laicos, más bien laico-horteras, no les basta. Ahora se está poniendo de moda que el maitre del restaurante donde se celebra el banquete de bodas realice una pequeña ceremonia, a medio camino entre la rotura de la vasija de los gitanos el ritual oriental de Bali, sin ir más lejos.

Contamos con bautismos laicos, claro está, especialmente de moda en los ayuntamientos catalanes. Por el bautismo el niño recibe la gracia santificante, pasa a ser miembro del a Iglesia y es presentado a la comunidad eclesial como nuevo miembro del Cuerpo Místico de Cristo para que tenga vida sobrenatural. Los laicos no creen ni en la gracia santificante, ni en la Iglesia ni en la Vida Sobrenatural, pero les chincha que los cristianos tengan bautismo y ellos no, así que celebran la entrada del niño en la Comunidad civil, que es mucho más práctico dado que su nombre más riguroso es la comunidad de contribuyentes, propiamente dichos.

Pero la cursilería no conoce límites, así que los laico-horteras, me cuenta mi amigo, acaban de inventar una nueva majadería: los funerales laicos pero litúrgicos. No, no me refiero a la incineración de turno o a los salitas de recogimiento de los tanatorios, con la que los laicos tratan de imitar a los creyentes. No, me cuentan que en su ciudad, un afamado concejal ha sido acogido en un templo para que sus propios pudieran despedirle bajo las arcadas de la nave eclesial, aunque, eso sí, sin una sola oración.

Y todo esto no es nuevo, sino una pura resurrección de la horterada, porque ya el gran Giovanni Guareschi nos cuenta aquella historia de D. Camilo, la de "civil y la banda", con aquel recalcitrante agnóstico que exigía un funeral civil y la banda municipal tocando Bandera Roja.

La única diferencia es que Guareschi no describía a un hortera, y, por tanto, su personaje no quería que su cadáver pisara el templo. De hecho, lo que no quería era, precisamente, eso. Por eso contrata un carromato de vapor para que los caballos no se detengan, según costumbre, a la puerta de la Iglesia.

Y toda esta pamplina laico-hortera no es más que la marca del Anticristo. Insisto: los progres de hoy no pretenden destruir a la Iglesia –ojalá-, como querían los comecuras de ayer. Lo que pretenden es conquistarla. De hecho, me temo que no pretenden laicificar a la Iglesia sino eclesializar al foro. Lo cual, es, antes que la peor de las blasfemias, la más cursi de las horteradas, aquella que no lleva a la definición de tibio: como no eres frío ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca. Por hortera.

Eulogio López