Dirigido por Pablo Malo, Lasa y Zabala sigue los pasos de la investigación llevada a cabo para averiguar qué ocurrió con dos miembros de ETA: Lasa y Zabala, refugiados en Francia y desaparecidos en octubre de 1983
La narración de esos hechos, que parece realizada desde el punto de vista de la izquierda abertzale, juega (desde el comienzo de la película) a poner al mismo nivel a las víctimas de ETA y a los que fueron asesinados en la Guerra sucia contra la banda terrorista.
Muy explícita y reiterativa en las escenas de las torturas (lo que no la hace aconsejable para un público sensible a la violencia), todo en esta película va destinado no sólo a condenar lo que fueron, sin duda, unos asesinatos injustificables sino a presentar una mirada amable hacia todo el entorno etarra y sus motivaciones. Ello conlleva a que apenas se detenga unos segundos para reflejar las acciones terribles que la banda terrorista realizaba en aquellos años. A este respecto llama la atención el cuidado que se ha puesto en el casting, puesto que los actores elegidos para encarnar a Lasa y Zabala tienen el aspecto de chicos majos y razonables. En ese contexto, se sitúa como héroe de toda la película a Iñigo Iruin, al abogado de las familias Lasa y Zabala, y tiene un papel menor Jesús García, el comisario de Alicante que caviló que los cuerpos enterrados en cal viva en su provincia, y no identificados desde hacía una década, podían pertenecer a los etarras desaparecidos.
La polémica surgió, en su exhibición en el pasado Festival de San Sebastián, cuando se conoció que esta película había sido financiada por el Gobierno Vasco, la televisión vasca ETB, La Diputación de Guipúzcoa, gobernada por Bildu y, ¡atención!, el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales del Gobierno español.
Para: Los que quieran ver una película de contenido partidista